Es posible extraer a lo menos tres conclusiones mayoritarias y frecuentes en la opinión de los trabajadores chilenos. Una, es que esperan de las empresas un comportamiento con altos estándares éticos, al igual que de las personas que las rodean.
Si bien es cierto, existe consciencia de seguir avanzando en mejorar las condiciones laborales y el posicionamiento social de los profesores, es necesario también valorar más la labor de nuestros docentes.
Chile ostenta registros en esta materia que establecen tristes récords regionales y mundiales. Según la última Encuesta Nacional de Salud, el 3,2% de la población del país es obesa mórbida, el triple que hace 15 años.
Una situación así, de eterna espera y continuo y rutinario retraso de obras regionales, es perfectamente esperable y comprensible para los lectores de la capital, al contrastar la dinámica y fluida realidad metropolitana con la adormecida eficiencia de las provincias.
Sus historias, que ocuparán nuestras páginas en las próximas semanas, empezando hoy, son ejemplos de superación, pero al mismo tiempo, testimonio de las circunstancias sociales que les afectaron al inicio, permiten acercarse a una realidad que muchos chilenos han decidido ignorar.
Hay impedimentos severos en el sistema, como la ausencia de cotizaciones de los más de 2,5 millones de chilenos independientes informales, o la irregularidad de las cotizaciones , hacerlas ahora obligatorias es una solución para el futuro lejano, no para el trabajador que jubile en el próximo decenio.