Cultura y Espectáculos

Misión: Imposible- Repercusión

Tremenda. Simplemente, tremenda.

Por: Esteban Andaur 11 de Agosto 2018
Fotografía: Película

La repercusión de todos los riesgos, fracasos y triunfos del espía de las Fuerzas Misión Imposible Ethan Hunt, a estas alturas el papel insigne de Tom Cruise, ha llegado. O, a lo menos, eso es lo que el impredecible y elusivo villano de turno, Solomon Lane (Sean Harris), le dice a Hunt en Misión: Imposible – Repercusión (2018). Estamos ante un clásico instantáneo del género de acción y del cine de espías. Es, asimismo, la mejor entrega de la franquicia Misión: Imposible, es una de las mejores películas del año, y la más imposible de las misiones.

Si Ethan Hunt es el héroe de acción contemporáneo más intrépido a la hora de asumir hazañas, también es el más incauto: acepta todas las misiones al menor triz. Pero en esta sexta entrega los personajes poseen más dimensión que en las previas. Los héroes cuestionan su entorno, otros personajes buscan ser redimidos, otros quieren hacer el mal a toda costa. La repercusión no es sólo moral, sino de estilo. Porque M:I ha madurado.

Esta secuela contiene la celeridad insaciable de Misión: Imposible (1996), sin contar una urdimbre, pues, imposible, pero aquí nos interesamos por ésta. No advertimos las costuras entre la trama de espionaje y las artes marciales, cristalizando la novedosa propuesta de Misión: Imposible 2 (2000) de una forma convincente aun para los más escépticos de la visión de John Woo. Echa por la borda el sentimentalismo desmedido y cliché de Misión: Imposible III (2006). Es una clase magistral de montaje musculoso y frenético, tanto como Misión: Imposible – Protocolo Fantasma (2011), y continúa la historia más o menos inconclusa de la bellamente fotografiada Misión: Imposible – Nación secreta (2015).

Christopher McQuarrie produjo Misión: Imposible – Repercusión junto a Cruise, además de dirigirla y escribirla. Otra vez insiste en darle a su público un compendio de los mejores momentos de M:I, destilándose por esta sexta entrega, al igual que lo hizo en Nación secreta. No obstante, ahora McQuarrie lo hace con más fluidez; ha renovado su confianza en sí mismo y en el material, construyendo secuencias de acción tan inventivas como inverosímiles (eso es parte del juego), y, al mismo tiempo, depositando su fe en las relaciones entre los personajes y valores humanos.

Hay que notar que, repasando la historia de M:I, los filmes funcionan, a la perfección, como cine serial, si los quieres ver bajo esa luz. Y también fueron los precursores en tener como director de cada entrega a un cineasta que fuera, además, un autor: cada una de las películas está empapada de la personalidad de su director, un enfoque que ha comenzado a ser replicado por las demás franquicias de Hollywood recién esta década (te estoy mirando a ti, UCM).

Esto se debe a que el productor de M:I y, por ende, su verdadero autor, es el hombre que al mismo tiempo es el actor principal: Tom Cruise. No podemos decir que un actor es malo si ha trabajado con los mejores directores de su generación, y Cruise lo ha hecho. Y si se ha repetido el plato de Hunt por ya veintidós años, lo ha hecho con gracia y la visión de un artista, y sus esfuerzos actorales cumulativos son un logro tan estético como atlético; él realiza casi todas las acrobacias que un doble haría en su lugar en una producción más convencional.

Repercusión es una gran persecución. Todo el metraje consiste en los buenos correteando a los malos, debido al brillante montaje de Eddie Hamilton. Se puede leer como un plano secuencia épico, evocando el espíritu de clásicos similares en esta línea, como Contacto en Francia (1971), Thelma & Louise (1991) y Mad Max: Furia en el camino (2015). Es como un ballet de acción infatigable, cuya belleza pendenciera disfrutamos por más de dos horas en la oscuridad del cine.

Las escenas están organizadas de manera que la historia pareciera disminuir la velocidad en ciertos pasajes, algo necesario para darnos un respiro, sin embargo, el asunto nunca pierde relevancia, ya que las escenas cumplen metas dramáticas importantes, donde los actores pueden explorar territorio virgen en sus personajes. Ving Rhames brilla como Luther Stickell en una confesión sentimental a Ilsa Faust, una Rebecca Ferguson misteriosa con sus ojos inquisidores. Ella es la mujer fatal de la serie, pero hay personajes femeninos igual de interesantes. Vanessa Kirby es la seductora Viuda Blanca, una traficante internacional de armas, quien perpetúa el legado ilegal de su madre, Max (Vanessa Redgrave en el filme del ‘96), y al igual que su progenitora, siente una atracción inmediata hacia Hunt.

Simon Pegg le imprime a su Benji Dunn más energía que nunca, puesto que ya no le es solicitado permanecer tanto tiempo detrás de un computador; aquí es más proactivo. Henry Cavill, <<el nuevo Superman>>, es el impávido August Walker, un impertérrito asesino de la CIA, de quien Hunt es una especie de mentor a la fuerza; pero es testarudo e impetuoso, y mientras permanece imperturbable a los eventos a su alrededor durante la primera mitad de la película, luego nos inquieta con una ira latente que conduce nuestras expectativas hasta el inolvidable clímax.

Y hay otros personajes clave de la historia general que encuentran un propósito claro a través de un desarrollo apropiado y diálogos inteligentes, sobre todo en las escenas finales.

La fotografía de Rob Hardy es glamurosa y funcional, y la música compuesta por Lorne Balfe es la más memorable de la serie, siendo utilizada en un par de secuencias transitivas cuyos diálogos no los escuchamos (tampoco el foley), pero la música en sí basta para comunicarnos el apremio de aquellos breves desarrollos.

El resultado es una película de autor que pulsa a la cadencia de Tom Cruise, a quien le creemos cada una de sus peripecias, porque es un héroe accesible: cree en salvar una vida tanto como millones de ellas. Aquí Cruise alcanza el objetivo al que ha aspirado durante dos décadas: la grandeza.

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