Cultura y Espectáculos

La nueva excentricidad de Wes Anderson: Isla de Perros

Compitió por el Oso de Oro en el último festival de Berlín, donde Anderson, director y guionista del filme, ganó el Oso de Plata por su dirección. Esta es su segunda película de animación en stop motion.

Por: Esteban Andaur 20 de Mayo 2018
Fotografía: Película.

Una de las cosas más asombrosas del filme animado Isla de Perros (2018), que le valió al director/guionista Wes Anderson el Oso de Plata al Mejor Director en la última edición de la Berlinale, es su elenco de voces. Todas les pertenecen a actores famosos y prestigiosos, en su mayoría colaboradores habituales de él. Es un ejercicio desafiante para un actor darle su voz a un personaje animado, ya que no puede usar ni su rostro ni su cuerpo para dotarlo de expresividad dramática, y que las voces de Isla de Perros sean tan reconocibles, tan eficientes en construir personajes sólidos, tan agradables al oído, se debe al enorme talento del elenco, entre los cuales destacan Bryan Cranston, Frances McDormand, Scarlett Johansson, Edward Norton, Harvey Keitel y Jeff Goldblum.

Ambientada en Japón en un futuro cercano, el alcalde de la Ciudad de Megasaki, Kobayashi, desprecia a los perros, pero adora a los gatos; esto se debe a que proviene de una dinastía devota a los felinos. Pero se produce una sobrepoblación de perros y, junto con esto, la aparición de una gripe canina contagiosa y mortal. Pese a que los científicos están desarrollando el antídoto, Kobayashi decide desterrar a todos los perros de la ciudad a la Isla de la Basura, para que no infecten a más personas, que es una gran razón para satisfacer un capricho. Sin embargo, el primer perro que envía a la isla es Spots, la mascota de su sobrino Atari, quien roba una avioneta y viaja a la isla en su busca. Allí se hace amigo de unos perros que lo ayudarán a encontrarlo, y todos arriesgarán sus vidas en el intento.

El filme está animado en stop motion, con un poco de animación a mano que es empleada, por ejemplo, dentro de los televisores o cualquier pantalla que los personajes observan durante el metraje. Otras sensaciones son evocadas en cuanto a su elaborada visualidad y el diseño de los personajes: pensé en cupcakes, peluches, Legos. Los fotogramas suelen parecerse a páginas de un libro pop-up, e Isla de Perros suele funcionar más o menos así: con simetrías constantes y excéntricas, con ilustraciones de colores llamativos y relieves tangibles, y con historias divididas en capítulos (una dulce veleidad del cineasta), incluso con un prefacio con instrucciones sobre cómo manipularlo.

Anderson nos indica cómo debemos seguir el relato de su película en cuanto al idioma.

Ahora bien, ¿cómo van unos perros a entender lo que quiere este niño a quien llaman el <<pequeño piloto>>? Pues a través del inventivo y magistral uso del lenguaje visual del director, de un diseño de producción preciosista y pendiente de cada detalle. Y él asume un riesgo importante: hace que los personajes japoneses hablen en su propio idioma sin subtítulos en inglés (tampoco en español), y que los perros hablen inglés, pese a que todos provienen de Japón (después de todo, ésta es una producción americana).

El filme aborda, de este modo, la barrera idiomática entre países y culturas diferentes, tan opuestas como la oriental y la occidental. El idioma es, por consiguiente, una textura, una estética sobre japoneses y estadounidenses, humanos y perros, perros y gatos, película y público. El director trata la cultura nipona como una fuente de iconografía popular que sea accesible para Occidente, de manera tal que esos símbolos, costumbres y ritos estén al servicio de su estilo y su guion, y nos permitan comprender esta cultura y lo que Anderson siente por ésta. Es más, el título en inglés Isle of Dogs es un juego de palabras que, leyéndolo, suena como I Love Dogs. Ésta es una puerta a la imaginación del director.

No obstante, su sensibilidad le juega en contra con la aparición de un personaje en particular: Tracy Walker, en la voz de Greta Gerwig. Es una adolescente americana viviendo en Japón, que lidera una revolución pro perros en su escuela; ella es blanca, rubia, y usa un abultado peinado afro. Ahora piensa en lo siguiente: si una persona es el alcalde de una ciudad o un científico genetista, ¿no deberían ambos dominar bien el inglés? No me refiero a un acento americano perfecto, sino a un manejo fluido del idioma.

Cuando Tracy confronta a Kobayashi, lo hace en inglés, aun cuando en una escena anterior había hablado un japonés fluido. Kobayashi no le responde en inglés, sino que en japonés no subtitulado. Encima, Tracy confronta con virulencia a la científica Yoko Ono que trabaja en la cura de la gripe, en la voz de nada menos que Yoko Ono, y ésta le contesta en un inglés roto. ¡Una mujer de la ciencia que no habla bien inglés! ¿Son estas interacciones creíbles? No para mí. La intención de Anderson no es cruel, sino más bien mantener a los personajes lost in translation, para ejecutar su estilo sin óbices. Mas estas escenas son incómodas y el resultado es cuestionable. Además, ¿por qué Tracy usa un afro? ¿El que sea mujer es una reivindicación femenina? ¿Y por qué su piel no pudo ser negra y ya? El cineasta se enredó en sus propias intenciones, fusionando las identidades blanca y afroamericana de EE.UU. en este personaje, ¿para qué? Bueno, lo suyo no es el discurso político, sino la estética pura. En lugar de ser un poco flexible al respecto, insistió en hacer una declaración.

Si Isla de Perros no tuviera un exquisito humor negro, interpretaciones carismáticas, diálogos ingeniosos, imágenes inolvidables, una partitura de Alexandre Desplat reminiscente a la de una cinta de Akira Kurosawa, y una historia tierna en su centro, el filme sucumbiría a sus fallas. Mas sus virtudes prevalecen. Me gustó más que El Gran Hotel Budapest (2014), y, por lo menos, lo que anda mal aquí despertará una discusión necesaria sobre el tratamiento de las razas en el cine occidental. Isla de Perros trascenderá como uno de los trabajos más encantadores y personales de Wes Anderson.

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