
Daniela Cáceres Pradenas
Ayudante del CEE
Egresada Derecho UdeC
Serbia. País que poco escuchamos en nuestras vidas exceptuando el atentado de Sarajevo, y me anticipo a decir que no es casualidad.
Hace unos días en la televisión se habló de protestas estudiantiles en Serbia, siendo esto, más cobertura en pantalla que se les da en su propio país. Habiendo estado casi una semana en Novi Sad pude presenciar en primera persona el movimiento estudiantil, y todas las noches ocurría el mismo modus operandi: calles bloqueadas por ciclistas, silbidos, y la policía desalojando pasada la medianoche.
Como chilena y sin saber lo que estaba ocurriendo, mi primera suposición fue creer que estaban exigiendo educación gratuita y de calidad (ignorante de mi parte al luego entender que estaban a años luz de exigir dichas demandas). Todo movimiento tiene su “evento detonante”, y en este caso, fue el derrumbe de una marquesina que dejó 15 fallecidos, -para sorpresa de nadie, el gobierno no asumió responsabilidad-. Desde entonces, los estudiantes cansados de la corrupción que los persigue hace décadas, han salido a las calles exigiendo justicia, extendiéndose en más de 200 ciudades.
“Es la primera vez que hay un sentimiento generalizado de esperanza, energía, y ansias de justicia” dijo el líder estudiantil -que por su seguridad dejo en anonimato-. ¿Por qué no lo hicieron antes? Le pregunté, y es que acostumbrada a las movilizaciones en Chile me sorprendía que aquí la gente no hiciera más ruido. “La gente tiene miedo” me respondió, y pues entre la represión policial y la censura en sus medios de comunicación, los serbios se habían resignado a este autoritarismo disfrazado de democracia. Sin embargo, la tragedia en Novi Sad fue nuestra alza de 30 pesos, llevando a cientos de miles de personas a salir a las calles y alzar la voz que tuvieron callada por años.
Como es de esperarse, el gobierno serbio ha condenado estas manifestaciones pacíficas intentando ensuciar su imagen tanto en los medios -controlados por ellos mismos- y en las mismas protestas. “No tenemos una agenda clara ni color político”, decía el líder, -y eso es porque es primera vez que la impotencia superó el miedo de los opositores-, “pero mientras siga habiendo sol, seguirá habiendo estudiantes en las calles exigiendo lo que generaciones pasadas no terminaron”.