Editorial

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“El debate ante un eventual cambio de nuestra carta fundamental, no puede estar supeditado solo a manifestaciones de apoyo a una u otra opción solo porque sí”.

Por: Editorial Diario Concepción 15 de Enero 2020
Fotografía: Agencia UNO

La madrugada de 15 de noviembre, tras una extensa negociación en el Congreso y a casi un mes de iniciadas las manifestaciones que se tomaron buena parte de las ciudades del país, la mayoría de los partidos políticos con representación parlamentaria firmaron un histórico “Acuerdo por la paz y la nueva Constitución”. En efecto se trató (trata) de un acuerdo histórico, considerando la puerta que abrieron los partidos de gobierno para cambiar la Constitución Política que nos rige, un anhelo de las fuerzas progresistas y de millones de personas que han salido a las calles. El cambio, por cierto, también es visto con desconfianza por miradas más conservadoras y por quienes apoyaron la dictadura que imperó durante 17 años.

En ese sentido, no es de extrañar las posturas que cada sector ha tomado en torno al plebiscito que definirá el futuro de nuestra carta fundamental, fechado para el 26 de abril. En las últimas semanas el acuerdo y el plebiscito han sido temas de debate en las colectividades. Sin ir más lejos, en su reciente Consejo Político, la UDI reafirmó su opción de rechazo a la confección de una carta magna desde cero, deslizando la apertura a reformas; pero también, a una eventual suspensión de los comicios de abril, si no existen las condiciones para ello.

El fin de semana representantes de las juventudes de RN comenzaron un trabajo en terreno, para empezar a “tomar el pulso constitucional” al interior de la tienda; y una semana antes, en la presentación del libro “30 años Unidad Socialista” el ex senador del PS, Camilo Escalona, ahondó en la unidad opositora de cara al plebiscito. “A la gente le es más fácil dispersarse que unirse y ese es el principal obstáculo hasta abril”, manifestó en una entrevista publicada en estas páginas.

En medio de esta vorágine de declaraciones, de quiebres y reconciliaciones, llama la atención la ausencia de una discusión más profunda por parte de nuestras autoridades electas. El debate ante un eventual cambio de nuestra carta fundamental, la columna vertebral de lo aspiramos a ser como país, como sociedad, no puede estar supeditado solo a manifestaciones de apoyo a una u otra opción solo porque sí. Estas deben ir acompañadas de argumentos. En otras palabras, se requiere de una ciudadanía informada y empoderada. En esa tarea, parece necesario que quienes conducen los destinos del país, de nuestras regiones y territorios, puedan realizar esa contribución desligados de pasiones y discursos aprendidos. En ese sentido, han sido los rectores de las universidades quienes han dado un primer paso apuntado a la importancia de la formación ciudadana. Un buen ejemplo a imitar.

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