Editorial

Las repercusiones del maltrato infantil

Por: Editorial Diario Concepción 18 de Octubre 2019
Fotografía: Archivo | Pixabay

Tiene que haber nueva evidencia de tragedias para que el cuidado de los niños toque de nuevo la conciencia de los poderes del Estado, una respuesta aparentemente cada vez más tenue, por una pérdida de impacto, o de asombro, habrá que esperar nuevas urgencias, asociadas a procesos electorales, para reactivar las iniciativas prometidas por años.

Según los datos de Unicef, Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, no hay cambios apreciables en las cifras de víctimas de maltrato y de niños, niñas y adolescentes de hasta 18 años que “sufren ocasional o habitualmente actos de violencia física, sexual o emocional, sea en el grupo familiar o en las instituciones sociales”.

En Chile, el 73,6% de los niños y niñas sufre violencia física o sicológica de parte de sus padres o parientes. El 53,9% recibe castigos físicos y un 19,7% violencia sicológica. Sólo un 26,4% de los niños, niñas y adolescentes nunca ha vivido situaciones de violencia por parte de sus padres. La organización concluye que en nuestro país la violencia hacia los niños o niñas es una práctica frecuente.

De parecida manera se afirma que los casos de maltrato infantil que logran visibilidad pública, por su dramático desenlace, sólo constituyen una pequeña parte de una realidad mucho más amplia y generalizada. Un significativo porcentaje de la población considera al castigo físico y sicológico como una herramienta formadora. En efecto, en el período observado, de 1994 a 2000, la violencia física disminuyó nueve puntos, mientras la violencia psicológica ha aumentado en 5,2. Es evidente que se trata de una práctica mucho más arraigada de lo que se supone y de no cambiar los múltiples factores sociales, culturales y económicos que la sostienen, se mantendrá por años.

No tendría esta situación la gravedad que tiene, si las consecuencias del maltrato de los niños se limitaran a esas edades, pero la evidencia señala que los daños no se reparan y se proyectan en la vida adulta de muchos modos, rara vez para bien. Algunos han subestimado esta cuestión, aludiendo a la resiliencia, o sea la capacidad de una persona para adaptarse con éxito al estrés, al trauma o a la adversidad, un mecanismo que opera a veces, pero que no es suficientemente frecuente como para pensar que opera en marcha automática, a todo evento. Para los especialistas, un estrés muy severo en la infancia se correlaciona con algún tipo de psicopatología en la edad adulta. A diferencia de un estrés tolerable en la infancia, que superable, puede actuar como factor de protección frente a futuras adversidades.

Los casos de maltrato infantil que logran visibilidad pública, por su dramático desenlace, sólo constituyen una pequeña parte de una realidad mucho más amplia y generalizada. Un significativo porcentaje de la población considera al castigo físico y sicológico como una forma de educación de tal modo que, según el estudio aludido, sólo el 1.3% de los niños que recibe maltrato, denuncia esta situación.

Las secuelas sociales de esta forma de conducta hacia los niños son considerables y frecuentes, la violencia escolar, la agresividad, las dificultades en relaciones interpersonales, son sólo una parte de las consecuencias. La denuncia es una de las herramientas para evitarla, existen los canales administrativos para solicitar la intervención de los organismos pertinentes, pero falta la convicción.

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