Editorial

La discusión faltante sobre la autonomía infantil progresiva

La autonomía progresiva es un argumento para defender la independencia de los niños para decidir sobre aspectos fundamentales de sus vidas, aun en contra de la opinión de sus padres, un delicado asunto que debe tomar en consideración evidencias de la neurociencia.

Por: Editorial Diario Concepción 25 de Junio 2019
Fotografía: Agencia UNO

Una característica peculiar de los seres humanos es que, aunque nacemos con una cabeza de gran tamaño, tardamos en completar el desarrollo del encéfalo. A los dos años de edad éste alcanza el 85% de su volumen máximo, que se casi se completa en la primera década. No todas las áreas se desarrollan y maduran a la vez, de tal manera que el tamaño cerebralse logra, pero no así la madurez de sus funciones. Hasta poco menos de  los 30 años se siguen formando conexiones nuevas, no solo accesorias, sino de gran valor funcional.

La neurociencia está en la actualidad instalada como parte idónea para resolver cuestiones que poco antes parecían estar netamente en el campo de la jurisprudencia, la política, la salud e incluso de los derechos humanos, instancias que requieren, para mejor decidir, saber cuándo y cómo se desarrolla el cerebro y, en consecuencia, cuando se puede resolver de modo independiente, tomar decisiones y asumir cabalmente  las consecuencias. Ejemplos actuales abundan; la edad para votar,  para saber si un joven de 18 años puede dar su consentimiento informado, cuándo puede decidir a qué género pertenece o hacerse cargo de temas tales como aborto o eutanasia.

La ciencia tiene probado que los adolescentes no desarrollan aún un sistema cerebral completo, con el cual puedan mantener bajo control sus emociones. El tiempo que demanda este proceso de maduración es más largo que lo comúnmente se cree, así,  algunas partes del cerebro, tal como la corteza cerebral prefrontal (CPF), no terminan de madurar hasta los 24 años de edad o a veces un poco más tarde.

Es esta etapa una fase crítica, ya que  la CPF desempeña un papel importante para regular el ánimo, la atención, controlar los impulsos y la habilidad de pensar de manera abstracta, lo que incluye tanto la habilidad de planificar a futuro y ver las consecuencias del comportamiento de cada uno, como la capacidad para controlar emociones primitivas, formas de conducta éstas últimas  provenientes de estructuras cerebrales que operan desde muy temprano, como impulsos e  instintos.

Teniendo en cuenta esta evidencia cierta, resulta preocupante la decisión del Ejecutivo de asignarle urgencia a una moción que busca, entre otros fines, consagrar a nivel constitucional el deber del Estado de resguardar la autonomía progresiva de los niños.

La autonomía progresiva es un argumento para defender la independencia de los niños para decidir sobre aspectos fundamentales de su vida, aun en contra de la opinión de sus padres, un delicado asunto que, sin embargo,  no es enteramente opinable, si se toma en consideración argumentos de la neurociencia. Así, la autonomía,  sale al paso del eventual abuso de la  relación filial, que al ser jerárquica, podría llegar a ser conflictiva y coercitiva.

Esta argumentación fue determinante durante la tramitación del proyecto de aborto para permitir que las niñas menores de 14 años puedan practicarse un aborto sin el consentimiento de sus padres o como la ley de identidad de género que reconoce  este principio, aplicable cuando un niño mayor de 14 y menor de 18 años decida cambiar su nombre y sexo registral.

La autonomía progresiva, la adquisición también progresiva de derechos y obligaciones, bien merece una mirada más detenida, saber a ciencia cierta cuándo nuestros jóvenes pueden decidir con todas las herramientas necesarias.

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