Editorial

Pérdida de trabajo en la mediana edad

Por: Editorial Diario Concepción 01 de Septiembre 2018
Fotografía: Pexels

Desde el área de sociología o psicología, se describe el impacto emocional de la  pérdida del trabajo como uno de los más duros que puede sufrir una persona, comparable hasta cierto punto con aquel percibido por la muerte de un hijo, la ruptura conyugal o el incendio de la casa. En razón de lo anterior, es posible comprender el significado de esta situación, la pérdida de su posición laboral, en el caso de un ejecutivo senior, que, como solía ser, había entrelazado por décadas su vida con el devenir de una empresa y que, por  lo mismo, su posición social estaba indivisiblemente vinculada con el prestigio de la organización.

Quedar, en esta etapa de la vida, sin trabajo, por  otros motivos que los de la jubilación o el retiro voluntario, deja a la persona en un escenario, sino desolador, por lo menos de alto riesgo social, ya que además de la pérdida de todos los factores asociados a su posición de trabajador, el escenario de posibilidades de encontrar un nuevo empleo, parecido al que tenía, se hace cada vez más difícil.

En efecto, un  estudio de la consultora DBM revela que los trabajadores mayores de 50 años se demoran en promedio un mes más en recolocarse que sus pares más jóvenes y casi el doble para identificar un nuevo rol profesional.  Un mes no es mucho, pero lo grave es que, según los datos de esta consultora, a medida que  pasa el tiempo, las posibilidades se reducen drásticamente. Tanto así, que los ejecutivos seniors que  logran reubicarse en un trabajo de tiempo completo no superan el 31%, una cifra que no representa con certeza cada situación en particular, que depende de otras variables no siempre predecibles.

Según las últimas cifras del Instituto Nacional de Estadística sobre el particular, en el trimestre abril-junio de 2018, el número de cesantes entre 50 y 54 años superó los 53 mil. Una cifra que debería ser mirada con preocupación, ya que representa un aumento del 31% comparado con el mismo período del año pasado, 50% respecto de 2015 y un muy notorio 70% respecto de 2013. Por mucho que otras encuestas se encarguen de relativizar estos resultados, por diferencias en representatividad de la muestra, es una tendencia que tiene consecuencia con la experiencia cotidiana, en la cual esta situación suele ser tema reiterado de conversación con testimonios directos de su ocurrencia.

Es un hecho que la etapa de crecimiento veloz de los últimos decenios, un período extraordinario con empleos estables y salarios al alza,  ha terminado, actualmente se espera estabilidad y crecimiento, aunque en tasas moderadas, por tanto no es posible esperar que esta tendencia experimente cambios positivos suficientes como revertir la tendencia observada.

Hay en esta situación al menos tres fenómenos convergentes, cada uno de los cuales puede por sí solo desmejorar el escenario;  la ya aludida disminución del crecimiento y la consecuente disminución de puestos de trabajo, el desarrollo tecnológico que favorece mucho más el empleo de jóvenes, muy capacitados en esos avances y acciones de la política gubernamental, que si no se adecúan a esta nueva realidad, pueden agravarla considerablemente.

Todo parece indicar que los trabajadores  actuales, en unos campos más que en otros, tenemos que mejorar nuestras competencias tecnológicas, por una parte, y por otra, utilizar nuestras capacidades para innovar y reinventarnos en un nuevo rol activo en un mundo laboral que está mutando con más velocidad de lo previsto.

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