Economía y Negocios

Los beneficios de tener organizaciones mentalmente sanas

Por: Diario Concepción 17 de Abril 2018
Fotografía: Diario Concepción.

Jonathan Duarte Vásquez
Académico de la Facultad de Psicología
Universidad San Sebastián

El trabajador debe sentir que es altamente exigido, pero que a la vez cuenta autonomía y recursos. Todo ello se debe dar en un ambiente de apoyo tanto de sus pares como de sus superiores.

La salud mental es una problemática de enorme envergadura en todo el mundo y en nuestro país las cifras no son muy alentadoras. Esto que podría ser visto como un tema esencialmente individual se traspasa a la realidad de las organizaciones. Al respecto, es difícil discernir dónde están los verdaderos factores determinantes. Aunque, sin duda, los ambientes intensivos en interacciones tienen mayor probabilidad de constituirse en, a lo menos, factores influyentes.

Al revisar las estadísticas de licencias médicas por “trastornos mentales y del comportamiento”, se observa un alza de 82% entre 2005 y 2007 (Ansoleaga, 2011). En cuanto a los trabajadores aceptados en el sistema como enfermedad profesional de origen mental, se observó un crecimiento de un 632% en la última década, pasando de 242 casos en el año 2001 a 1.530 en el año 2011. (Garrido, 2012). Preocupantes datos.

Frente a este escenario solo nos resta definir qué características debiese poseer una organización para transformarse en un lugar de trabajo mentalmente sano. Este es aquel donde un colaborador siente y juzga como balanceadas las demandas y el control que tiene sobre ellas. Las demandas se entienden como las exigencias psicológicas relacionadas al volumen y presión de trabajo; en cuanto al control se refiere, por una parte, a la posibilidad de tomar decisiones y por otra a las oportunidades y recursos que la empresa le provea. Bajo este modelo cuando las demandas y el control se encuentran alto, se genera aprendizaje.

Sin embargo, es necesario agregar un tercer componente, que es el apoyo social, es decir, el apoyo percibido por el trabajador de parte de sus compañeros y superiores, tanto en aspectos formales como emocionales. Este último componente tiene como función incrementar la habilidad de enfrentar el estrés sostenido.

Esfuerzo y recompensas

También debe existir un balance entre el esfuerzo y las recompensas. Como esfuerzo se entiende la motivación que tenga un trabajador, la cual puede estar orientada hacia metas internas (logro, autonomía, excelencia), o hacia metas externas (dinero, reconocimiento, evitación del castigo, etc.). Y por recompensas se entienden los reforzadores que percibe el sujeto acerca de su conducta, por ejemplo, conseguir ascensos o aumentos de sueldo, o bien evitar perder el empleo.

En síntesis, un lugar mentalmente sano es aquel donde una persona percibe que es altamente exigido y a la vez tiene la certeza de su autonomía y de los recursos de que dispone, todo esto en un ambiente de apoyo tanto de sus pares como de sus superiores. Así mismo, que la motivación que impregna en su trabajo sea recompensada recíprocamente.

Con esta conceptualización es posible avanzar en algunas alternativas de intervención dentro de las organizaciones. En primer lugar, las organizaciones están obligadas a evaluar el riesgo psicosocial mediante el cuestionario Istas-21 y a tomar medidas correctivas cuando se evidencian alteraciones, contando con el apoyo de las mutualidades. Es así que el mínimo que se espera es que exista una evaluación desde el punto de vista de la salud ocupacional. Sin embargo, estas acciones no son suficientes.

Modelo de gestión

Uno de los elementos centrales para contar con una organización mentalmente sana es un modelo de gestión que no esté centrado solo en la eficiencia operacional y la competitividad, sino que preste especial atención a sus colaboradores, partiendo por un adecuado diseño de los puestos y clarificación de las tareas y responsabilidades; seguido de políticas de beneficios centrados en la colaboración y el cumplimiento de objetivos conjuntos; líneas de mando flexibles y con poder discrecional; sistemas de capacitaciones y desarrollo profesional democráticos y acordes a las necesidades de la organización y motivación de los colaboradores, entre otras.

Lo que se acaba de plantear pudiese ser discutido esgrimiendo razones de índole económico-financieras, o bien que esto sólo beneficiaría a los colaboradores. Lo claro es que el fin último de las organizaciones es la subsistencia, para ello es necesario que tengan claro cuál es su motivo de ser y cuáles son todos los recursos de que dispone. Teniendo esto como consigna, contar con colaboradores mentalmente sanos implica eficiencia operacional, en el sentido de alcanzar índices de productividad cercanos a lo óptimo. Por el contrario, cuando los colaboradores presentan problemas de salud mental aumenta la rotación, las licencias médicas, el ausentismo, disminuye la productividad, aumentan los costos por ítems de selección y reclutamiento, inducción, primas en mutualidades, etc.

Señales negativas

En la vereda opuesta, es posible hallar indicios que nos alertan de estar en una organización que es potencialmente perjudicial para la salud mental. Entre las señales más relevantes se encuentra el trato deshumanizado, es decir, donde consideran a sus colaboradores como objetos desechables, lo que se observa en frases como “nadie es indispensable”, “tengo un cerro de currículos esperando”, “si no puedes adaptarte, te vas”, “necesitamos gente que se sacrifique por la empresa”, etc.

Asimismo, se observa en empresas que centran su funcionamiento en lo inmediato, en la ganancia cortoplacista, y también en organizaciones que su principal foco es la racionalidad financiera, centrada en los márgenes de utilidad.

Entender que lo más importante de una organización son las personas no es tarea fácil. Especialmente porque existe una instaurada ideología que da predominancia a la organización por sobre las personas, centrada en la estructura y no en la orgánica. Que centran su funcionamiento en la lógica de la eficacia que se observan en los balances, estados de resultados y la subsistencia en mercados crecientemente volátiles.

Entonces, el desafío de quienes dirigen organizaciones es alcanzar el balance entre una racionalidad instrumental centrada en competencia de los mercados neo-liberales, y las necesidades humanas de relaciones sanas, ambientes acogedores y desafiantes, y de generación de vínculos profundos de desarrollo del potencial.

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