Cultura y Espectáculos

102 años del Huaso Puentes: un siglo y más de poesía

“Colón descubrió el mundo ¿y cuál fue el premio? Clavado en una cruz, expiró Cristo, Yo, como guaso inculto, le pregunto Lector amigo, ¿cuál es el camino?” (Enrique Puentes Gil)

Por: Diario Concepción 10 de Noviembre 2019
Fotografía: Cedida por Alejandro Mihovilovich Gratz

Bella Araneda Puentes
Licenciada en Historia
Estudiante de Màster d’Estudis Avançats en
Història de l’Art
baaraneda@uc.cl

Enrique Isidro Puentes Gil nació en Concepción el 24 de octubre de 1917. Hijo de Enrique Puentes Bull y de María Gil Herrera, cursó Humanidades en el Liceo de hombres Enrique Molina Garmendia. Allí su profesor de castellano, el venezolano Félix Armando Núñez, develó su inclinación poética. Tuvo 8 hijos. De su matrimonio con Edith Repisso Castro, compañera de toda la vida, nacieron Enrique Apolo, Brisa Amada, Flor Consuelo, Carlos de la Rosa, Esmeralda del Carmen, Edith Guisella y Bella Rubí.

Dueño de una talabartería ubicada en calle Rengo, era común verlo en el portal del pequeño local, guitarra en mano, verseando al viento o a algún visitante atento. Atendió el negocio que aún lleva su nombre, de manera incansable y hasta que le fue posible. Este huaso citadino bien pudo haber nutrido su imaginario criollo en el campo de su padre en Pitrufquén, cita permanente en sus versos. Habría sido él quien le tallara en madera el primer yoquito que más adelante cambió por un par de corceles, cuando vistió de una vez y para siempre la más fina estampa huasa, chamanto doñiguano y sombrero incluidos. El apodo con que fue ampliamente conocido, nació en la medianía de su edad.

Trasplantado al cemento, el poeta se asentó en lo que se podría denominar “un pedazo de campo en la ciudad” de Concepción, un reducto arrabalero que se empecinó en resguardar:

Puentes amaba el sector porque le permitía vivir cerca de la naturaleza y se oponía a cualquier mejora que se hiciera en el callejón, los vecinos se enojaban con él. El Huaso Puentes me explicaba su conducta: ‘Amigo Gómez, usted que es letrado, entenderá —aludiendo a mi condición de profesor—, ¿sabe lo que va a pasar cuando mejore el callejón? Van a llegar unos señores con plata, van a comprar todo el valle que usted ve inundado y donde nadan sus patos, y van a construir miles de casas y van a llegar miles de personas y autos, micros, y desaparecerán los cerros y el río quedará apretado entre las casas que ocuparán hasta el borde mismo, las tencas y lloicas se alejarán o morirán bajo el impacto de los proyectiles de esos rifles de perdigones. Yo no puedo impedir que eso ocurra, pero al menos que se demore’ —recuerda el profesor Luis Gómez Q. (El Sur, 2006).

Puentes amaba la tierra que lo vio nacer y, puede considerarse, validaba la bondad por sobre toda cualidad humana; en sus poemas se lee, ya de modo satírico, ya como lamento, una constante crítica misantrópica frente a esta condición que consideraba escasa. Trasluce en sus poemas, con igual concurrencia, la premisa hobbesiana de que “el hombre es el lobo del hombre” y la adoración a la naturaleza y la figura de San Francisco, el único santo no antropocéntrico. En la misma línea, admiraba por sobre todo a quienes consideraba “buenos poetas”, desde los españoles de la edad de oro hasta Khalil Gibrán, pasando por Jorge Luis Borges, Luis Chamizo, José Santos Chocano, Oscar Castro y Pedro Palacios (Almafuerte). Compartió en diversas oportunidades con sus coterráneos Críspulo Gándara y Nelson “El Canela” Álvarez, a quien impulsó a escribir.

Martinferrista y seguidor de la tradición trasandina, muchas veces acompañaba su recitar con la música del vals “Desde el alma” (Rosita Melo, 1947) y solía payar tocando milonga. Fue contrapunto de Héctor Umpiérrez, uno de los máximos exponentes de la payada en Uruguay, con quien sostuvo un “duelo amistoso” en Arauco en 1976. Según Ercilia Moreno —etnomusicóloga argentina y amiga de Margot Loyola—, el registro sonoro de esta paya de improvisación pura parece ser uno de los más antiguos posibles de encontrar hoy en día en el eje del Río de La Plata y Chile.

El Huaso Puentes puede ser considerado una figura fronteriza pues en él convivían y se articulaban facetas que, a primera vista, podrían parecer antónimas o contraintuitivas: ¿Conservador? ¿Rupturista? ¿Criollista, tradicional? ¿Clásico premoderno? Esta condición se reflejó en su producción literaria donde, por ejemplo, se puede encontrar en el libro “Por los caminos del verso” un glosario de lengua vernácula que divide el libro en dos partes, una de poesía popular campera y otra de formas clásicas. Puentes perteneció a esa categoría de poetas/payadores autodeterminados, no naturales -en el sentido de quien crece en un ambiente donde se practique la paya o haya sido aprendiz de un cultor (E. Moreno, 2016)-. Payar fue un arte de inicio “tardío” pero indisoluble de su transcurrir biográfico.

Muchos hitos marcan la vida de este poeta jinete, articulado en un binomio permanente, tan versátil como cuesta imaginar. Compleja personalidad era el Huaso Puentes: integrante del conjunto de música tradicional “Los Acampaos”, payador y vate popular a la vez que poeta escribano lirista. Escribía en lengua vernácula y cervantina. De amplísima formación enciclopédica y una inclinación investigadora y documentalista que le llevó a formar un gran archivo de recortes de diarios y revistas —desde donde seleccionaba informaciones a contrastar y temas de su interés—, sería difícil señalar si sabía más de pájaros chilenos o de mitología griega y cuentos orientales.

Cuando no se le veía vestido de huaso, solía calzar un par de zapatillas viejas y un remendado chaleco burdeos, como cuando llevaba a sus nietos a subir el Caracol. Acude al recuerdo de algunos de ellos el haber llegado a su casa, en Puchacay, con pequeñas hojas que habían recogido en el camino, por especificación del abuelo, y haberlas comparado con los marcos de algunos de los cuadros que adornaban el comedor; tal era el universo epistemológico de Puentes, hombre que podría haber formado parte de la Academia Chilena de la Lengua… y levantador de pesas, de entrenamiento asiduo, a la manera de Charles Atlas.

Desde sus tiempos mozos y hasta que le dieron las fuerzas fue metódico en el ejercicio físico y en cuidar su alimentación. En su talabartería tenía un altillo al que solo se podía acceder trepando por una cuerda; tras el negocio, había un gimnasio: “mens sana in corpore sano” era la consigna que trascendía ampliamente un criterio de vanidad. Hasta entrados sus ochenta años la ejecutó sistemáticamente. Esta faceta tuvo su hecho cumbre en el batimiento a duelo con Ber Levin, “el hombre más fuerte de Rusia”, soviético que se encontraba de gira con un espectáculo junto a la “Tarzana chilena”, y que hacía gala de su fuerza “levantando una máquina de coser solo con la fuerza de sus dientes”. Puentes desafió al “Superman ruso”, como consignaron los diarios de la época, pero Ber Levin presentó su show en el Teatro Ideal de Concepción y la respuesta nunca llegó.

Enrique Puentes fue excelente jinete; con sus potros Armonioso e Instruido ganó varios títulos de movimiento de riendas. Amante de la flora y la fauna, de la naturaleza toda, para él Dios estaba allí y el hombre enajenado en la vorágine moderna, era su “Mal hijo”, como su poema homónimo. Esta faceta ecologista no solo se manifestaba en su poesía. Puentes fue un reutilizador de materias, reciclaba: lavaba, secaba y daba vuelta las antiguas bolsas de leche, dejando el revestimiento hacia afuera y entregando en ese plástico de segundo uso las mercaderías de menor tamaño que vendía en su talabartería; envolvía en todo tipo de papeles, por supuesto también en diarios, sobre cuyos usos se extiende en el poema “Pedacito de papel” que hoy en día podría ser un verdadero himno contra la sociedad del hiperconsumo.

Estos gestos no eran aislados sino parte de una “cosmovisión” donde la autogestión, disciplina y austeridad cruzaron todos los ámbitos en que se desenvolvió. Podría decirse de Puentes que fue un alma republicana, en el sentido original de la palabra, y no trepidaba en confrontar lo que considerara injusto. Crítico, anticlerical, voluntarioso: viene a la memoria de dos de sus hijas el recuerdo de cuando vivieron a luz de vela, no poco tiempo, luego de que devolviera el medidor de luz a la compañía por cobros de dudosa procedencia.

En diálogo con la realidad social, recurrió de forma constante a las Cartas al Director. Los diarios publicaban tanto sus poemas como sus opiniones -y entrevistas sobre él-, llegando a establecerse como todo un personaje mediático, situación potenciada por sus presentaciones en radios locales y su permanente tránsito por la ciudad. Jorge Loyola Rivas, hombre de medios de la Región del Bío Bío, señalaba:

[…] es de tal manera que asistimos a su pugna cotidiana y sentimos relumbrar en la obscuridad con los ojos de la sangre, sus pasiones directas que fosforecen y se multiplican (…) En mi calidad […] de Director Artístico de la Radio Simón Bolívar de Concepción, y […] productor general de “Bolívar Televisión” me he visto en la obligación de hacer efectivo el pensamiento de miles de auditores, que a través de cartas y llamadas telefónicas, me pedían los versos del popular “Huaso Puentes— (1961).

A Puentes le pedían y le dedicaban versos. Así se constata en el diario La Segunda (1964) donde el firmante Arturo Godoy lo refiere en unas rimas que aluden a algunos de sus libros por entonces ya publicados: “Ha llegado de la estepa/ penquista, de duales climas,/ con fresca “Halda’a de rimas”,/ Puentes Gil, “Guaso de Cepa”./ Le van a sacar la pepa/ en ese verde universo/ qu’es Maipú, cara y reverso/ de la gran Exposición,/ donde entró en su percherón/ “Por los caminos del verso”. Muchos de sus libros fueron prologados y reseñados por figuras del ámbito de las letras y el arte como Patricio Manns, Homero Bascuñán y Andrés Sabella, quien declaró a “Pájaros de mi tierra” (1965) como el primer poemario de pájaros escrito en Chile (El Mercurio de Antofagasta, s/f ).

Un “Huaso Poeta” lo llamaba la Revista Huachipato, enfatizando cómo Puentes “recia estampa de roto chileno, además de lector empedernido… ahora es también autor”. Su obra —creación, edición y distribución mano por mano en exposiciones, ramadas, ferias—, se enmarca por completo en el ámbito de la autogestión. El autor señalaría en una entrevista (Crónica, 1978) que el inicio de su oficio escritural se dio cuando, “muchos años antes”, en medio de una fiesta en una residencial donde se alojaba, huéspedes de distintas nacionalidades comenzaron a hacer gala de sus tradiciones, cantando “cosas de su tierra”. En la oportunidad, y ante la ausencia de representantes de Chile —indicó— dos periodistas fueron a buscarlo y llegó a recitar.

Tras ese primer buen recibimiento se sintió “entusiasmado” y empezó a escribir sus poemas en libros y editarlos. Este comienzo marcaría el rumbo de la producción poética de Puentes al estilo ausstellungsmacher de Szeemann. Sus libros pueden considerarse una extensión gráfica de su creación poética: era él quien los diseñaba, escogiendo las imágenes —desde Giorgio Vasari a Rugendas, pasando por caricaturas de Carlos Sotomayor (Carso) y óleos de Robles Acuña—; disponiendo el orden de los poemas e imprimiendo solo en “imprentas amigas”. El camino de la escritura no fue nunca un derrotero fijo ni previamente trazado. Puentes fue dejando tras de sí testimonio de dos corrientes paralelas: una dedicada a la poesía popular campera, tradicional en metro y formas y otra de métricas y temáticas clásicas universales. La punta del rompehielo, no obstante, se dirigió a lo que puede ser considerado el sello de su obra: la fusión de las dos. El Huaso Puentes, difícil de adjetivar, podría ser clasificado en una categoría mixta de poesía popular post-tradicional, en una zona de frontera.

Puentes produjo 7 libros, de los que entre ediciones y reediciones aumentadas sumó 25.000 ejemplares, número que hoy constituiría un best seller en el género de la poesía. Sus libros llegaron hasta las Bibliotecas Municipales de París y Nueva York. Por su obra, que fue su vida, el Huaso Puentes recibió el Premio Municipal Medalla al Mérito René Louvel Bert (1989) y el Premio Municipal de Arte de Concepción (2002).

Este 24 de octubre asistimos a un nuevo aniversario de su nacimiento. El hombre habría cumplido 102 años; el poeta, como tal, algunos años menos. Pero el ejercicio de la poiesis es, literalmente, creación, y quienes crean un mundo, lo habitan. Allá en su propio parnaso de seda oriental y dignos remiendos, sin falsas luminarias, vivirá Enrique con su amada Edith, su novia de siempre.

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