Cultura y Espectáculos

La Revolución Bolchevique y su impacto en la literatura rusa

Por: Diario Concepción 12 de Noviembre 2017
Fotografía: Cedida

Si bien el año 1904, fecha de la muerte de Chéjov,  es considerado como el fin de esta era, ya desde 1890 comienza un cambio sustancial en la literatura nacional que tendrá su punto de inflexión en la instauración del nuevo régimen en 1917.

Por: Ana María Gutiérrez

A fines del siglo XIX la literatura rusa da un giro importante. Atrás quedaba la Edad de Oro, durante la cual autores como Alexandr Pushkin, Nikolái Gogol, Fiódor Dostoievski y Lev Tolstói no sólo dieron cuenta del “alma rusa”, profunda, reflexiva y marcada a fuego por el sufrimiento entrañado por las guerras y el estricto régimen zarista, sino también del espíritu humano, con sus grandezas y bajezas, anhelos y temores.

Si bien el año 1904, fecha de la muerte de Antón Chéjov, es considerado tradicionalmente como el fin de esta era, ya desde 1890 comienza un cambio sustancial en la literatura nacional. Esto se debe, por una parte, a la búsqueda de una renovación temática y estilística y, por otra, a la creciente apertura a Occidente.

En efecto, frente al compromiso social de buena parte de las obras precedentes, así como al constante interés por la descripción objetiva del universo narrado, diversos escritores toman contacto con movimientos artísticos europeos para nutrirse de nuevas formas expresivas, pero adaptándolas al imaginario eslavo.

Comienza así la Edad de Plata de la literatura rusa, período muy fecundo aunque breve, pues culmina en 1917 con la Revolución Bolchevique. Los escritores, antes escindidos sólo por criterios artísticos, comienzan a estarlo por motivos políticos, dependiendo de su grado de adherencia al nuevo régimen, situación que finalmente desembocaría en la persecución de los disidentes y en la instauración de una corriente estética oficial.

Edad de Plata

En 1892, el escritor y filólogo ruso Dmitri Merezhkovski pronuncia una conferencia que será clave en el nuevo rumbo que a partir de entonces tomarán las letras. En Sobre las causas de la decadencia y nuevas tendencias en la literatura rusa moderna, si bien valora la obra de sus predecesores, critica a la vez su individualismo, pues éste constituiría una de las razones del estancamiento en la natural evolución de las corrientes artísticas, al no generar instancias de discusión y crítica de las formas y temáticas imperantes. Asimismo, se hace eco de la profunda crisis espiritual y filosófica que comenzaba a gestarse tanto en Europa como en Rusia, caracterizada por el naciente escepticismo frente a los valores tradicionales, las verdades establecidas y la forma de conocerlas. Los cimientos de ambas civilizaciones son cuestionados y la razón ya no basta para explicar todos los fenómenos.

El Realismo, por tanto, se ha tornado obsoleto y Merezhkovski llama a los artistas a la creación de “corrientes nuevas”, abiertas a los misterios e incertidumbres que constituyen la existencia humana. Surge así el Simbolismo ruso, movimiento influido por su homónimo francés, pues en la nación gala éste ya había comenzado a perfilarse de la mano de Charles Baudelaire, quien, a partir de Las Flores del Mal, exalta el papel del idealismo y la imaginación, así como el de una espiritualidad profunda e inquieta, aunque no tributaria de los valores cristianos. Los eslavos se adentran entonces “en aquella noche de donde todos nosotros salimos y a la cual inevitablemente hemos de regresar, menos transparentes que antes”.

Ahora bien, pese a que congregó a diversos y brillantes escritores, entre los que se destacan Vasili Rózanov, Andréi Bieli y Aleksandr Blok, esta corriente no tuvo una duración prolongada. A partir de 1910 entra en crisis, pues su estilo, dado a las metáforas, evocaciones y polisemias, es considerado por muchos como críptico y hermético. Nace entonces el Acmeísmo, grupo fundamentalmente poético, caracterizado por un afán clarificador en la escritura y el retorno al realismo. Contrariamente a los simbolistas, los acmeístas cultivan un lenguaje directo, límpido, sin exceso de recursos retóricos, ya que, tal como Mijaíl Kuzmín dice en su ensayo Sobre la hermosa claridad, buscan alejarse de los “ornamentos cósmicos incomprensibles y oscuros”.

Desde 1916, el también llamado “Gremio de los Poetas” comienza a disgregarse y termina por disolverse con posterioridad a la Revolución de Octubre a causa de la persecución, exilio y exterminio de la mayoría de sus miembros.

Futurismo ruso

La última gran corriente de la Edad de Plata fue el Futurismo. Fundada en Italia el año 1909 por Filippo Tommaso Marinetti, esta vanguardia busca desmarcarse de la tradición artística precedente, caracterizada, a su juicio, por “la inmovilidad pensativa”, para así “exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso de corrida, el salto mortal, el cachetazo y el puñetazo”. Los elementos que constituyen la vida moderna son aquellos en los que su producción se inspira: la velocidad, las maquinarias, las guerras y revoluciones. En el plano estilístico, buscan “destruir la sintaxis”, “suprimir los adjetivos, los adverbios y las conjunciones” y acabar finalmente con las analogías, puesto que esto constituye la suprema ruptura con el pasado y la manifestación de su originalidad.

En Rusia, estos postulados fueron acogidos con entusiasmo por un grupo de poetas que anhelaban autonomía creativa para liberarse así de todo “líder literario”, ya fuera del pasado o del presente. Asimismo, debido a la efervescencia política y social de la época, se sentían especialmente interpelados por el afán revolucionario de sus compañeros italianos, pues veían en él un movilizador de cambios y avances para su propia realidad. En 1912, el Futurismo ruso se consolida oficialmente con la publicación de su propio manifiesto, titulado Una bofetada al gusto del público, en el que los escritores Velimir Jlébnikov, Aleksei Kruchenykh, Vladímir Mayakovski y David Burliuk señalan: “Solamente nosotros somos la imagen de nuestro Tiempo (…). Pushkin, Dostoievski, Tolstoi, etcétera, etcétera, deben ser tirados por la borda del vapor del Tiempo Presente (…) ¡De la altura de los rascacielos miramos su pequeñez!”

De los redactores de este documento, quien tuvo mayor relevancia fue Vladímir Mayakovski, no sólo por su breve pero fecunda producción poética, sino también por su visión del arte como un medio para transformar la realidad: “Camaradas, / dad un arte nuevo, / un arte / que saque a la República del fango”. De esta manera, celebra la llegada de la Revolución y se implica en su promoción y difusión.

Fin de la Edad de Plata.

El arte frente al nuevo régimen

A partir de la constitución de la República Soviética, el vínculo entre arte y política empieza a estrecharse cada vez más. Vladímir Ilich Uliánov proclama la democratización de la cultura, otrora accesible únicamente a las clases privilegiadas. Sin embargo, esta directriz se expande paulatinamente al terreno mismo de la creación. Comienza a buscarse no sólo que el pueblo tenga contacto con las obras de arte, sino también que el contenido de las mismas pueda ser comprendido por todos y que, además, fomente los ideales revolucionarios.

A partir de entonces se produce un enfrentamiento entre los intelectuales de la época, específicamente los escritores. Por una parte, grupos como “Pereval” y “Los hermanos Serapión” abogaban por la libertad creativa y, por otra, estaban aquellos que defendían el “arte al servicio de la Revolución” para la formación del “hombre soviético”. Los segundos, aliados con el nuevo régimen, conforman diversas asociaciones a través de las cuales difunden “la estética de la clase obrera” y “el valor del arte para el desarrollo del comunismo”.

Realismo socialista

Durante los últimos años del gobierno de Lenin, la hostilidad hacia los artistas disidentes va in crescendo, pero es después de su muerte cuando la represión se hace oficial.

En 1932, el Comité Central del Partido Comunista decreta la disolución de todas las asociaciones literarias y la institución de un organismo que agrupara a todos los autores de la época. Se crea así, en 1934, la Unión de Escritores Soviéticos, cuyo objetivo era la supervisión de la producción literaria a fin de encauzar sus contenidos hacia el desarrollo de la Revolución y, además, terminar con la “literatura burguesa”, considerada corrupta y decadente al provenir del sistema capitalista.

Ese mismo año tiene lugar el Primer Congreso Nacional de Escritores Soviéticos. En el discurso inaugural, Andréi Zhdánov sienta las bases de una nueva era literaria, en la que el autor está llamado, tal como Iósif Stalin ya lo había señalado, a ser “un ingeniero del alma humana” y a conducir a sus lectores hacia la construcción de una sociedad libre del yugo capitalista. Se instaura así el Realismo Socialista, corriente artística oficial de la República Soviética.

Su objetivo era la transformación ideológica de la población para consolidar al “Hombre Nuevo Soviético” por medio de la educación en el “espíritu socialista”. El estilo de las obras debe ser claro, simple y directo, sin recursos retóricos que resulten incomprensibles para el pueblo. En cuanto a los temas, estos han de versar sobre la vida del proletariado y también exaltar los sentimientos patrióticos. Se pretende que los escritos ofrezcan modelos de comportamiento para los lectores, de modo que las novelas de aquella época deben tener un esquema básico a partir del cual la trama puede desarrollarse.

En primer lugar, es necesaria la presencia de un “héroe positivo”, un comunista que, en la lucha por la consolidación de “la causa”, ha de sacrificar todo. Este hombre cuenta con un mentor (que simboliza al Partido), al que le profesa absoluta obediencia. Finalmente, el protagonista, dotado de un gran optimismo, apunta sólo hacia el futuro, el cual se vislumbra como el “paraíso socialista” que podrá ayudar a construir una vez que concluya su gesta heroica.

Censura y persecución

Afiliarse a la Unión de Escritores Soviéticos y ser considerado como un artista comprometido con la causa revolucionaria implicaba un reconocimiento económico, social y político. No hacerlo entrañaba la prohibición de publicar, la persecución y en ocasiones la muerte. Tal es el caso de la otrora acmeísta Anna Ajmátova, quien no sólo fue desterrada al ser acusada de traición, sino que además padeció la muerte de sus dos maridos.

El primero, Nikolái Gumiliov, también insigne poeta de la Edad de Plata, fue acusado de traición y fusilado en 1921. Nikolái Punin, el segundo, murió en 1938 en un Gulag. Junto a ello, su único hijo, Lev Gumiliov, fue encarcelado en repetidas ocasiones y pasó buena parte de su juventud en campos de trabajos forzados. A partir de esta experiencia nace Réquiem, poemario escrito entre 1935-1940, en el que expresa no sólo su propio dolor, sino el de todas las madres que esperan, a veces inútilmente, el retorno de sus hijos.

La necesidad de testimoniar los horrores de la época es compartida también por otro “poeta disidente”, Ósip Mandelshtam. En 1933 escribe Epigrama contra Stalin, poema que finalmente le costaría la vida. En efecto, si bien esta obra era conocida dentro de su círculo cercano, en una de sus lecturas alguien que quería ganar los favores del régimen lo copió y entregó a las autoridades. Como consecuencia de ello, en 1934 fue arrestado y condenado a la pena de muerte, la que fue conmutada por tres años de destierro gracias a la intervención de algunos intelectuales y amigos cercanos en ese momento a Stalin, entre ellos Boris Pasternak y Nikolái Bujarin. Sin embargo, después de la detención y fusilamiento de este último, Mandelshtam es nuevamente arrestado en 1938 y condenado a cinco años de trabajos forzados. En uno de los campos de tránsito, muere finalmente a causa de la extenuación.

Premios Nobel, literatura del exilio y fin de la Unión Soviética

Vistos los peligros que entrañaba la no adherencia a las directrices creativas del régimen socialista, muchos autores optaron por abandonar el país. Nace así la literatura rusa del exilio, cuyo principal exponente es Iván Bunin, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1933. Si bien su trayectoria como poeta, narrador y traductor había sido exitosa, en 1919 emigra a París, pues prevé un incremento en la ya incipiente represión creativa generada a partir de la Revolución de Octubre.

Su experiencia personal y artística durante los dos años que vivió bajo la dictadura del proletariado fue plasmada en su libro titulado Días malditos: un diario de la Revolución, publicado en Francia el año 1925, pero prohibido en Rusia hasta la Perestroika: “Acaso muchos no sabían que la revolución no es más que un juego sanguinario destinado a cambiar los papeles, en el que el pueblo —incluso si consigue ocupar por un tiempo el lugar del señor— siempre acaba huyendo del fuego para caer en las brasas.”

Bunin abandonó su tierra natal por decisión propia, pero hubo otros que lo hicieron por decreto oficial. Tal es el caso de Iósif Aleksándrovich Brodski (conocido tradicionalmente como Joseph Brodsky) y Aleksandr Solzhenitsyn, ambos también ganadores del Premio Nobel de Literatura en 1987 y 1970 respectivamente. Escritor autodidacta y dedicado por completo a la producción de su obra, en 1964 Brodsky es acusado de “parasitismo social” y condenado a trabajos forzados. Años después, en 1972, es conminado por las autoridades soviéticas a abandonar el país, pues el estilo de sus escritos nunca se adecuó al Realismo Socialista, al tener estos un tono lírico, melancólico e intimista.

En cuanto a Solzhenitsyn, su obra tuvo un rol clave no sólo en la literatura, sino también en la historia del siglo XX. Ex combatiente del Ejército Soviético en la Gran Guerra Patria, es apresado por “opiniones anti estalinistas” y condenado a ocho años de internación en un Gulag. Es a partir de esta experiencia que comienza su labor literaria, pues quiere dar cuenta de los horrores padecidos por las víctimas del régimen y mostrar al mundo lo que ocurría dentro del “paraíso socialista”. Nace así  Un día en la vida de Iván Denísovich, novela breve que relata cómo es una jornada ordinaria en un campo de trabajo soviético. A ella le sucederían Pabellón del cáncer y El primer círculo, entre otras, siendo la más importante Archipiélago Gulag.

Escrita en clandestinidad y publicada fuera del país, esta obra constituyó un testimonio clave de las prácticas de este régimen totalitario y del sufrimiento que por décadas infligió a su pueblo. Con su difusión, Occidente terminó de abrir los ojos a una realidad constantemente negada, lo que contribuyó indudablemente, años después, a la caída de la Unión Soviética en 1991. La literatura, nuevamente, volvió a cumplir un rol social y político, pero esta vez, después de décadas de sujeción ideológica, para liberarse a sí misma y, con ella, a todo un pueblo.

 

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