Opinión

El deterioro de la democracia y el sistema de convivencia colectivo

Ciudades desintegradas en guetos, privilegios y envidias.

Por: Diario Concepción 15 de Enero 2021
Fotografía: Cedida

Augusto Parra ahumada
Presidente Fundación República en Marcha.

Algunos de los signos de los tiempos reflejados en la agenda pública de los últimos días, se conjuga con el deterioro del sistema de convivencia colectiva. Las fiestas en pandemia y la inscripción de candidatos.

En una democracia que parece capturada para el interés de unos pocos, que responde más a las lógicas de asignación de Poder, que a un sistema de convivencia que equilibre e iguale el acceso a instituciones colapsadas en la hegemonía de la captura por un sistema de partidos que salvo honrosas excepciones, ha renunciado a la ética del bien común y de encauzar sueños y anhelos colectivos para ofrecer una visión de futuro y que más bien responden a la lógica de sistemas de autorreferencia, que no da cuenta de la voluntad ciudadana.

Una pandemia de la que podemos salir en la medida que se ejerza la responsabilidad colectiva, desde la empatía de pensar en los demás, deja entre ver el imperio de una sociedad que desprecia los valores colectivos y el imperio del individualismo tras fiestas y reuniones masivas que atraviesan los distintos grupos y expresiones sociales, en que la diversión y la satisfacción parece estar por sobre el bien común y la sagrada protección de la vida.

Ciudades desintegradas en guetos, privilegios y envidias.

Para Lord Acton, el gran valor del aporte ateniense en la antigua Grecia respondía al diseño de un sistema de convivencia equilibrado, que bajo el imperio de la Ley y no de los Hombres, en relación al peligro de la discrecionalidad, como señala Aristóteles, es capaz de proteger a los más desvalidos del abuso de los poderosos y a los poderosos de la envidia de los más desvalidos.

Volver a hermanar las ideas de libertad, igualdad y fraternidad en cuanto bases de un sistema de convivencia colectivo que nos iguale ante la Ley que contenga los abusos y la discrecionalidad que nos iguale ante la democracia, no solo en el derecho a sufragio, si no también ante la posibilidad de ser elegidos representantes en línea con el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, de Naciones Unidas y los principios expresados en el artículo 18 de nuestra carta fundamental.

Y a buscar nuevas formas de vida colectiva que permitan conciliar la libertad con la solidaridad.
Marco Tulio Cicerón, en uno de sus célebres discursos en el ocaso de Roma decía: “En qué abismo de desgracia hemos caído por haber querido gobernar inspirados no en el amor y la estimación, si no en el miedo”.

No es la Ley ni el temor a la coacción, es un profundo cambio de conciencia inspirado en el amor, ese en que las diferencias son nuestro capital y no una causa de conflicto y que nos permite aproximarnos a la esfera pública desde el respeto, la tolerancia, la empatía, la misericordia y la fraternidad.

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