Aún existe la necesidad en Chile de regular vía ley la ejecución de las penas de las personas privadas de libertad.
Emmanuel Arredondo Hernández
Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales
Colectiva – Justicia en Derechos Humanos
La pandemia, además de los peligrosos efectos en la salud, ha tenido un impacto a diversos niveles en lo cotidiano, lo cual ha llevado a que se realicen rápidamente una serie de reformas en lo económico y social. Sin embargo, hay una realidad que no se ha abordado debidamente, pero que en las últimas semanas ha cobrado importancia, y esta realidad es la situación de las personas privadas de libertad.
Actualmente, existe una tensión en las cárceles del país y lamentablemente sobran las voces que aún insisten en que los presos no tienen ningún derecho fundamental. La tensión ha desembocado en motines y movimientos carcelarios visibilizando un problema latente en Chile y Latinoamérica. Una mala política carcelaria lleva a tragedias tan dolorosas como la de la cárcel de San Miguel en el año 2010.
Es aún más preocupante que desde aquella tragedia aún no existen reformas efectivas al sistema carcelario cerrado, es más, aún existe la necesidad en Chile de regular vía ley la ejecución de las penas de las personas privadas de libertad y no a través de una serie de oscuras normas reglamentarias y sin que exista un tribunal de ejecución que conozca exclusivamente de dicha materia.
Esta situación se ve agravada por las errantes decisiones de penalizar aquello que incomode -como la protesta social- o elevar las penas delitos- principalmente contra la propiedad- desproporcionadamente.
Así también el excesivo uso de la prisión preventiva, desatendiendo los llamados de los instrumentos internacionales de derechos humanos, lo que ha llevado que tan solo en el 2018 más de 3000 personas estuvieran en prisión preventiva siendo absueltas con posterioridad.
Si bien la ley de Indulto General Conmutativo vino a descongestionar el sistema penitenciario cerrado, la precariedad carcelaria no ha sido resuelta ni existen iniciativas para resolverla.
Tal como dijo Dostoyevski, “el grado de civilización de una sociedad se mide por el trato a sus presos.” Esperemos que el encierro provocado por el cuidado a nuestra salud nos lleve a empatizar con quienes se encuentran encerrados lejos de su familia y en condiciones inhumanas.