Opinión

De conflictos y progreso

Si el conflicto tiene por objetivo la aniquilación de la existencia del otro, resulta imposible concebir su utilidad para la unión y el progreso del grupo social.

Por: Diario Concepción 22 de Enero 2020
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado, magíster Filosofía Moral

George Simmel afirmaba: “Si toda interacción entre los hombres es socialización, entonces, el conflicto, que no puede reducirse lógicamente a un solo elemento, es una forma de socialización, y de las más intensas”. Para este autor, el conflicto no es necesariamente negativo, sino que resulta ser esencial para la cohesión de un grupo humano, ya que rompe con la indiferencia y permite el flujo del choque de perspectivas que pueden conducirnos hacia la solución del antagonismo. De hecho, es una de las maneras más efectivas y profundas de vincularse con el otro. “Al igual que el cosmos, para tener forma, necesita amor y odio, fuerzas de atracción y de repulsión, la sociedad necesita un combinado de armonía y disonancia, de asociación y lucha, de simpatía y antipatía para definir su forma”.

Estas rupturas entre quienes son, piensan y obran de manera diversa es lo que constituye la esencia del grupo social e incluso su fortaleza, por cuanto, son los conflictos de dos o más los que permiten que muten las conductas, los valores y la forma para abordar y solucionar futuras controversias, incluso como asumir la convivencia con los otros o como ser uno mismo. Es decir, para ir adaptándose y evolucionar. Carecer del conflicto significaría la negación de todo posible proceso de evolución. Esto implica necesariamente aceptar el conflicto, enfrentarlo y encausarlo dentro del marco de la institucionalidad para ser usado como insumo para el progreso.

Ahora, si el conflicto tiene por objetivo la aniquilación de la existencia del otro, resulta imposible concebir su utilidad para la unión y el progreso del grupo social, por cuanto en quien busca exterminar a su antagonista no existe ninguna intención de socializarse con éste, debiendo imponerse, por tanto, ciertos límites a la contradicción, para evitar que la hostilidad de paso a la destrucción no sólo de una de las partes, sino que también del todo. En este caso, cuando los adversarios se trenzan en una disputa, se puede llegar, por conveniencia a “odiar al adversario contra el que, por el motivo que sea, se lucha, al igual que conviene amar a aquellos con los que se está vinculado y debemos convivir”. Esto puede dar lugar a adoptar estrategias de segregación que tienden a excluir y a designar al otro como el símbolo de todos los estereotipos negativos que puedan concebirse, llegándose, en situaciones extremas, a levantar sistemas sociales que avalen la persecución y represión de quienes son considerados como adversarios o derechamente como enemigos, vedando todo posible progreso social derivado de la lucha contra la injusticia y la segregación.

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