Opinión

De sangre y hojarascas

Por: Diario Concepción 21 de Noviembre 2018
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Hay muchas cabezas que resultan ser fácilmente impresionables, formándose una supuesta verdad a partir de lo que les muestran. Razonando poco, pero sazonando sus perspectivas con los obcecados prejuicios, se hacen una opinión y actúan. No importa si la evidencia con posterioridad hace distinto los acontecimientos. Sólo ve y escucha lo que quiere ver y escuchar, a partir del filtro del odio y el resentimiento, juzgando por anticipado, desechando, por sus sesgos ideológicos, todo lo que pueda iluminar el camino.

Nos hacemos a partir de historias y los huecos que quedan parece que es más fácil rellenarlos con propaganda, dejarnos arrastrar por el fanatismo. Cuando se desarrolla un hecho que puede dar para muchas interpretaciones, la prudencia aconseja esperar que la humareda se disipe para poder constatar con cierta claridad que fue lo que ocurrió. La vida real no puede resolverse con una “selfie”. Una mera imagen no nos permite crearnos una conclusión instantánea. Más aún, cuando los sucesos se han desencadenado por causas remotas, tan remotas que no es fácil desenredar las motivaciones en medio de un remolino de dolor, exclusión e indolencia.

Como diría García Márquez, en “una hojarasca revuelta, alborotada, formada por los desperdicios humanos y materiales”, de varios siglos. Cuando el problema está lejos, muy lejos de los que toman las decisiones, en sus palacios elegantes, y se disputan un par de segundos para esbozar sus elegantes sonrisas, proponiendo que todo lo van a solucionar con lo único que conocen y parece que ha pasado por sus manos: dinero.

Mientras el problema siga lejos y pretendan resolver el conflicto con su cultura centralista, con sus ideas urbanas, para imponerlas a quienes deben sufrir día a día de la violencia rural, de cualquier lado que esta venga, no importando el color de quien porte el fusil o la antorcha que busca terminar los gritos, exterminando, expulsando, asesinando o quemando al otro, es bien poco lo que se puede avanzar. El reconocimiento y la tolerancia deben ser recíprocos. Sino, deberán seguir arrumbándose en un rincón de Arauco y Ercilla, los escombros de las catástrofes ocasionadas al verse unos a otros como forasteros o advenedizos.

Mientras, los que están allí siguen sufriendo, recogiendo las cenizas de sus escuelas e iglesias, enterrando a sus difuntos, ante la indolencia de los distinguidos señores, que han esperado hasta que el humo del fuego y el olor a muerto los obligue a despabilarse para pararse de sus cómodos escritorios centralistas, e intenten, aunque sea sólo en apariencia, actuar.

ANDRÉS CRUZ CARRASCO
Abogado, Magíster Filosofía Moral UdeC

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