Editorial

Para corregir los desequilibrios de la globalización

Por: Editorial Diario Concepción 09 de Junio 2017
Fotografía: Pixabay

El concepto de globalización escaló rápidamente como forma de acción y sus efectos empezaron a impactar a las comunidades en un par de años, el proceso, descrito, como inevitable e irreversible, ejerció su efecto en las comunidades, estuvieran estas inmersas o no en esa dinámica, sincrónicamente, mientras el fenómeno ganaba en espacios, desde diversos colectivos o del mundo de la academia proliferan las hipótesis sobre su significado para las sociedades, las dos caras de la globalización.

Se analiza y proyecta sus características positivas, como la disminución los costos productivos y precios más bajos, el aumento de empleo en aquellos lugares donde se instalan las grandes empresas multinacionales, aumento la competitividad y elevación de la calidad de los productos, implementación de mejoras tecnológicas y mayor accesibilidad a bienes que antes no se podían obtener en los países subdesarrollados.

Pero, en el anverso estaba el temor al aumento de desigualdad económica entre los países desarrollados y subdesarrollados debido a concentración de capital en los primeros por posible beneficio de la globalización a las empresas más grandes y poderosas, se alude igualmente a la posibilidad de aumento del desempleo y la pobreza en los países desarrollados por migración de las empresas a otros lugares en busca de mano de obra y materia prima barata, cierre de empresas pequeñas por imposibilidad de competir, entre otras consecuencias importantes.

Recientemente, aun reconociendo los aspectos positivos de la globalización la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (Ocde), ha expresado su preocupación por el evidente aumento de las desigualdades generadas por este fenómeno agravando de forma significativa la fractura social en la última generación, situación que pare este organismo “además de injusta, constituye una amenaza para la legitimidad y es corrosiva para las perspectivas económicas”.

Según los términos de su informe sobre el “crecimiento incluyente”, las consecuencias no son solamente “externalidades negativas” sino que son características centrales del funcionamiento de los sistemas económicos. De esa manera el 10% más privilegiado de los países miembros de la Ocde recibe más de 10 veces más ingresos que el 10% menos favorecido, cuando a mediados de los años 1980 la relación era de uno a siete. Durante esas tres décadas, sobre todo, ha salido beneficiado el 1% más rico, que ha acaparado una buena parte de la subida de los ingresos, antes de impuestos: un 47% en Estados Unidos, un 37% en Canadá y un 20% en el Reino Unido.

La consecuencia esperable ha sido el aumento de un sentimiento antiglobalizador, la Ocde consideró por primera vez como prioridad la búsqueda del crecimiento económico incluyente. Es interesante que se perciba este aspecto, ante una realidad que parece reafirmar algunos temores ante la globalización.

Las salidas son complejas, con el común objetivo de “incrementar el gasto social, mejorar la protección social teniendo en cuenta que la digitalización trastoca el mundo del trabajo”, advirtiendo que los gobiernos no deben limitarse a levantar las barreras a la igualdad de oportunidades, sino ocuparse de una “provisión de bienestar”.

Es una advertencia oportuna, hay tareas para los gobiernos, cuidar que haya un tránsito lo más justo posible hacia la mayor equidad.

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