Cultura y Espectáculos

Historias de la Mocha: “El vómito”

Por: Diario Concepción 30 de Junio 2019
Fotografía: Andrés Oreña P.

Llega diciembre del 2006 y como regalo navideño lanzamos REVISTA LA MOCHA. No es un error, así mismito se llamaba, es la número 2 y tiene como bajada de título un folclórico “Tírate como te toque”, es un momento fundamental para nosotros, como para todas las revistas, dejar de ser un “proyecto”, para nacer otra vez para quedarse, los nombres nuevos comienzan a aparecer, Fernando Vasquez nos aporta fotografías, Roberto Matus nos presenta un trabajo de poesía recortada que merecía mayor difusión y vida, los fantásticos e inolvidables micro-relatos de Eleonora Moreno se comenzarán a volver cotidianos en la publicación, Víctor Moris se viste de dibujante ilustrando varios de los textos de esta segunda Mocha.

Pero los espacios siguen siendo pocos, la dureza de existir y la posibilidad de rendir un homenaje nos motiva. Claudio Contreras es para la mayoría de los participantes del equipo el mejor de los cuentistas leídos (hasta el día de hoy se duda poco de eso). El pequeño gigante escritor decidió partir muy rápido de este mundo dejando un legado de cuentos, un par de nuevas y a lo menos una obra de teatro. De toda su mágica escritura publicamos en ese diciembre EL VÓMITO, texto que le regalamos para que lo conozca o lo recuerde como otro de los grandes escritores publicados en esta entusiasta revista del sur.

Por: Claudio  Contreras

En nuestro primer año de universidad, con el Invisible nos reuníamos para leer e intercambiar novelas policíacas. Nos gustaba la idea de los crímenes y los misterios. Hasta que la presencia de uno real nos mostró vulnerables en nuestra pasión.

El casino Juan Martínez de Rozas era conocido por todos como “El Vómito”. Aquel era un día jueves o viernes, la impertinencia de la embriaguez me impide precisar el tiempo, pero para efecto de los hechos que voy a narrar, poco importa el día exacto. Diré que estábamos el Invisible, Noelia y yo, sentados alrededor de la mesa que siempre ocupábamos, luchando nosotros dos, discretamente, por alcanzar la completa atención de Noelia hacia nuestras palabras. Pero ella no se molestaba en prestarnos la misma atención. Mi ventaja, claro, estaba en los riñones del Invisible, que, por un sinnúmero de problemas, lo obligaban a visitar el baño cada diez minutos. Bebía un vaso de vino y se ponía de pie. Tardaba cerca de un minuto y medio de volver, tiempo suficiente para aventajarlo en la porfiada conquista de Noelia.

De su tercer viaje al baño esa noche el Invisible volvió con una palidez abrumadora en su cara, se sentó y guardó silencio por largos minutos. Al principio pensé que ello se debía a mi clara ventaja con Noelia, pero después noté que en su preocupación había algo más serio que una simple derrota amorosa. Al levantar el vaso su mano temblaba. Entonces, me atreví a preguntar.

-¿Qué te pasa, Invisible?…Estás tan nervioso.

-…Nada.

Nos quedamos mirando fijamente, pero su intransigencia era firme como un muro de cemento. Un muro vulnerable, por cierto, a la voz femenina.

-Confía en nosotros, Invisibledijo Noelia. Él cedió.

-Es fácil para mí contarlesdijo-Lo primero que les pido es tranquilidad y discreción en sus impresiones. Bueno, no sé si han notado mi insistencia en ir al baño durante la última hora; y ya sé, pensarán que es por el asunto de mis riñones. Pero tengo que confesarles que esta vez mis riñones no tienen nada que ver.

–¿Qué cosa entonces?-pregunté, ya más entusiasmado.

-Me cuesta empezar…compremos antes otra jarra de vino para no perder detalle alguno.

Fui hasta la barra en busca de la jarra de vino tinto. Cuando volví, el Invisible me tendió su vaso. Lo llené y me senté a escuchar.

-Verán-continuó-, cuando llegamos aquí esta tarde, lo primero que hice fue ir al baño. Mientras meaba me fijé que en una de las casetas había un hombre sentado en la taza. Desde afuera sólo se le veían los zapatos, muy finos por cierto. ¿Qué habrían pensado ustedes en mi lugar?

-Que estaba cagando, lógico.

-Lo mismo pensé yo y volví con ustedes.

Pasó entonces media hora, un tiempo récord para mí, y volví al baño. Bajé el cierre de mi pantalón y, antes de mear, miré si el tipo todavía estaba allí. Claro, ahí se veían sus zapatos. No pude evitar extrañarme: ¿quién caga más de media hora en un baño público adentro de un bar?

-Tal vez dormía-dije.

-Lo mismo creí yo, así que volví a esta mesa. Pero en lo que nunca dejé de pensar fue en ese cigarro entero que estaba tirado entre sus zapatos. Fue eso lo que confirmó mi teoría de que el hombre realmente dormía. Volví a la mesa y fue entonces cuando se nos acabaron los cigarros. Yo me acordé del cigarro que estaba en el baño y decidí ir a buscarlo. Cuando llegué todo estaba de la misma forma: el hombre sentado y el cigarro entre sus zapatos. Me agaché silenciosamente, lo recogí y cuando iba a prenderlo, me fijé que en el sector del filtro había una mancha de sangre. Me quedé paralizado mirando sus zapatos allí. Di leves golpes a la puerta, en mi afán de socorrer, pero no hubo respuesta. Entonces volví a agacharme, metí mi cabeza en la caseta y ahí comprendí todo: el hombre estaba muerto.

El Invisible hizo una pausa y bebió más vino de su vaso. Encendió el cigarrillo que estaba manchado con sangre y siguió narrando su historia.

El hombre tenía alrededor de su cuello un alambre de púas enredado en la carne. Alguien se había encargado de limpiar el lugar, sólo se olvidaron el detalle del cigarro.

-¡Entonces lo mataron!-gritó Noelia, aterrada.

-Cállate-ordenó el Invisible en voz baja-el asesino anda por aquí. Verán, cuando descubrí el cuerpo muerto, una voz me sacó de la impresión: “¡Sal de ahí!” escuché que alguien gritaba desde la puerta del baño. Me paré rápido y lo miré a la cara: era el Gatica, el Barman.

“Hay un hombre muerto ahí dentro. Hay que sacarlo rápido, a lo mejor todavía respira” dije.

“Si hay o no hay un muerto ahí, eso no te importa cabrito. Mejor vuelve a la mesa con tus amigos y te quedai bien callado. Acuérdate que yo te conozco.” Salí del baño y aquí estoy, nervioso y asustado.

-Hay que avisar a los pacos.

-Obvio-dijo el Invisible-, pero antes acabemos esta jarra de vino, miren que esta noche puede dilatarse mucho de aquí en adelante.

Nos quedamos todos ensimismados. Desde lejos, en la barra, Gatica nos miraba serio y concentrado en la expresión de nuestras caras. Me puse de pie y caminé hasta el baño. Antes de mirar el cadáver, meé y vomité todo el vino de la tarde. Lavé mi boca y me aseguré de que no hubiera nadie cerca, entonces me agaché. Pero allí no había ningún muerto, sólo blancos azulejos en silencio sepulcral. Salí furioso por el baño y, al llegar a la mesa, Noelia y el Invisible tenían la misma cara de pánico.

-¿Lo viste?-me preguntó el Invisible.

-No sigas con el juego…no soy ningún huevón. Acabo de ir al baño y no había ni muertos, ni cigarros sanguinolentos tirados en el piso, ni nada.

El Invisible fue hasta el baño. Después volvió pálido.

Tienes razón-reconoció-, el muerto ya no está. Alguien lo escondió.

En ese mismo momento apareció Gatica, súbitamente, con una jarra de vino en su mano derecha y una cajetilla de cigarros en la otra. Las puso en nuestra mesa y antes de largarse dijo: ” Corre por cuenta de la casa muchachos”. Nos miramos las caras y yo comencé nuevamente en el crimen.

–Esto se está poniendo peligroso-dijo Noelia-.Si tomamos de este vino, pasaremos automáticamente a ser cómplices del crimen.

Noelia tenía razón. Dejamos a un lado el vino que nos regaló Gatica y procuramos terminar la que habíamos comprado con nuestro dinero. La idea era acabar ese vino y correr después a un teléfono público para denunciar el crimen. Bebimos lentamente, hablando a ratos cosas cotidianas, ajenas a esa singular noche. Cuando se terminó el vino, nos miramos las caras y nuestras bocas ardían de deseos de beber más. Miramos el vino que nos dio Gatica y la resistencia se fue flexibilizando.

–No creo-dije-que una jarra de vino nos convierta en cómplices. Fue un regalo nada más. -Estoy de acuerdo contigo apoyó Noelia-Bebamos esa jarra y nos largamos de aquí. Los pacos no tienen por qué saber nada de esto.

Me acerqué a la mesa donde habíamos dejado la jarra con el vino y la traje a la nuestra. También la cajetilla con los cigarros. Al rato Noelia era la más mareada de los tres. Cuando esa última jarra llegó a la mitad, nuestra conversación era tergiversada e incoherente.

-Esto de los asesinatos-dijo Noelia-es una pasión sin tregua para la prensa sensacionalista. Podríamos vender los detalles a algún periodista.

-¿Quién querría comprar una historia como ésta? Ni siquiera sabemos la identidad de la víctima.

-¡Eso es!-dije-. Supongamos que la víctima se trate de alguien importante.

-No viene gente importante al Vómito-sentenció Noelia-. Seguramente fue un ajuste de cuentas, en fin, estos viejos pelean por cualquier cosa. Lo interesante de todo es la tranquilidad del Gatica.

Desviamos nuestras cabezas hacia la barra y el Gatica miraba un programa de televisión en un Sony de 14 pulgadas que colgaba de la pared. A esa altura de la noche nosotros éramos los únicos en el bar.

Cuando la última jarra llegó a su fin, nuestras cabezas giraban y giraban. Nos pusimos de pie y caminamos en dirección a la puerta de salida del casino, esperanzados en que afuera, en la calle, encontraríamos un teléfono cerca. En eso apareció Gatica, con otra jarra de vino en sus manos.

-¿Ya se van, chicos?-preguntó amablemente.

-Sí, Don Gatica, ya es muy tarde para andar por las calles. Concepción está cada día más peligroso. Anda cada loco suelto…

-Y justo que yo les traía esta otra jarrita de regalo.

-Nos miramos las caras, tambaleantes. Luego miramos hacia el baño. El baño estaba lejos, lo suficientemente lejos. Nos sentamos nuevamente y servimos más vino en los vasos. Quizá más tarde buscaríamos un teléfono.

Etiquetas