Cultura y Espectáculos

ROCKETMAN

La nueva biografía de un icono del rock, centrada esta vez en Elton John, está dirigida por Dexter Fletcher, quien ya se hizo cargo del taquillazo Bohemian Rhapsody. Pero ésta es mejor, un poco más osada y bastante más honesta.

Por: Esteban Andaur 18 de Junio 2019
Fotografía: Película

Me sorprende cuán presente ha estado Elton John en algunas de mis mejores experiencias cinematográficas. Eran sus canciones las que escuché cuando fui a ver El rey león (1994) con mis padres (y quedé traumado para el resto de mi vida); incluso ganó un Óscar por <<Can You Feel the Love Tonight>>. <<Your Song>> fue incorporada al repertorio de Moulin Rouge! (2001), donde la interpretó un enamorado Ewan McGregor. Y <<Skyline Pidgeon>> sonó, apropiadamente, durante los créditos finales de La favorita (2018), mi favorita de Yorgos Lanthimos.

Entonces resulta extraño que un largometraje biográfico de uno de los cantantes más populares de la segunda mitad del siglo XX, cuya obra ha informado narraciones fílmicas de los más diversos géneros y épocas, se estrene recién ahora, cincuenta años después de que él comenzara su carrera. Rocketman (2019), que toma su título de la canción homónima, nos ofrece una mirada franca y celebratoria de su vida, tal vez él mismo es uno de los productores ejecutivos de la pieza, y su incidencia en el producto final es palmaria. Lo vemos como él quiere que le veamos.

Rocketman se diferencia bastante de la mucho más exitosa Bohemian Rhapsody (2018), aun cuando comparten, por ejemplo, decisiones de iluminación, planos y montaje durante escenas de sesiones de grabación. Empero, se atreve a ser un musical, casi una ópera rock, en cuanto los personajes suelen cantar para manifestar sus emociones; las canciones son las clásicas de Elton, por supuesto, y están organizadas de manera que crean una progresión lógica y expresiva de los eventos que nos presenta el director Dexter Fletcher (quien, además, se hizo cargo de terminar BoRhap tras problemas en la producción). Posee la visión de un director, realizada con creatividad, buen gusto y bríos. La artificialidad del género musical nos permite abrazar el contenido flexible y fluir en la fantasía.

Al principio, vemos al protagonista abriendo unas puertas de par en par y entrando a un pasillo luminoso. Escuchamos los vítores enardecidos del público que le aguarda… o eso pensamos. Elton John, personificado por Taron Egerton, ingresa, pues, a una reunión de Alcohólicos Anónimos ataviado con estrafalarias alas y cuernos de diablo; viene de un espectáculo que decidió no dar y ni se cambió para la ocasión. El vestuario sugiere que ha hecho cosas malas y ha venido a pedir auxilio, el disfraz no es más que un velo para el ser humano que se esconde y sufre en su interior. El diseño de vestuario, minucioso en recrear los atuendos que usó en sus conciertos, suele generar este tipo de contrastes dramáticos.

Es el bicho raro apenas toma asiento, y es el único de todos que habla, con interacciones directas con sus seres queridos a lo Bergman; los demás le prestan atención, qué importan sus problemas. El monólogo deviene, cómo no, en un flashback, en el que el Elton del presente (principios de los 80) vuelve a la calle de su infancia, donde los vecinos montan una coreografía al son de <<The Bitch Is Back>>. De pronto, su madre aparece llamando a un pequeño Reginald Dwight (su nombre verdadero), los colores se saturan, y la historia empieza de verdad.

Estructuralmente, está llena de lugares comunes. La rehabilitación, los conciertos apoteósicos, esos flashbacks. Las escenas del pasado suelen ser interrumpidas cuando el Elton del presente necesita esclarecer sentimientos o anécdotas; y dado que la reunión de A.A. está infundida de conflicto, los recuerdos nutren el desarrollo del filme, y no percibimos los cambios de temporalidad como estancamientos en la historia. Fletcher toma una estructura tradicional y se divierte al máximo con ella, le encuentra el humor, el melodrama y la magia.

Los números musicales son sobresalientes, y el enfoque de ópera rock se siente como un pitch para Broadway, que sería el paso natural después del cine; son utilizados, por ejemplo, para la transición de la niñez a la adultez en <<Saturday Night’s Alright for Fighting>>, montada como un frenético plano secuencia. Hay momentos de realismo mágico, como cuando la gente se eleva en el aire durante <<Crocodile Rock>>, o cuando <<Rocket Man>> cobra un significado literal. La visualidad le hace justicia a la música, porque entendemos que el artista escapaba a través de ésta a lugares seguros en su imaginación, buscando en multitudes de extraños el amor que no recibió en su hogar, a lo que con el tiempo le agregó las drogas y el alcohol. También hay un toque de ingenio de Fletcher al tener a Elton tocando la infaltable <<Candle in the Wind>> en el piano y sin cantarla, lo cual habría sido impertinente, puesto que es imposible pensar en ésta sin asociarla a la Princesa Diana de Gales, quien no figura en el filme.

La actuación de Taron Egerton es extraordinaria. El papel exige que cante y baile, y trasciende la imitación; la similitud física es impresionante, y pese a que su voz sea distinta, comunica la misma ternura mezclada con valentía. Egerton le inyecta tanta pasión a su interpretación, que logra un retrato íntegro, melancólico, empático y, al final, heroico. Su terapia, básicamente, se puede reducir al eterno proverbio de RuPaul, <<si no te amas a ti mismo, ¿cómo diablos vas a amar a alguien más?>>. De hecho, es la premisa.

Los personajes serían meros estereotipos dependientes de diálogos expositivos, si el guion no estableciera relaciones claras entre ellos, y si no enfatizara cómo repercuten unos en otros. Lo central de la película es la amistad entre Elton y su leal letrista Bernie Taupin (Jamie Bell). Son sus letras las que conforman el legado del cantante, por lo que su presencia siempre está ahí, en nuestros oídos. Debo decir que es innovador, sí, en 2019, ver una amistad entre un heterosexual y un gay en la que no hay una permanente tensión sexual y dobles lecturas. Estas relaciones son abordadas aquí como son en la vida real.

John Reid (Richard Madden), sin embargo, no quiere ser su amigo; seduce a Elton hasta convertirse en su novio y luego en su mánager, y el posterior decaimiento en el romance es predecible. Es transgresor que estos hombres sean adinerados, poderosos, y, bueno, hay una escena de sexo. Aunque decir eso es mucho, es más como la previa: se demoran en quitarse los cinturones, y luego la cámara hace un tilt up apenas los cuerpos de verdad se acercan. Para una producción hollywoodense, su representación de la homosexualidad es revolucionaria. El crédito va para Fletcher por su tacto; el sexo consensuado entre dos hombres no es nada fuera de lo común. O sea, ya era hora de verlo en el cine. Así, Rocketman se hace cargo de lo que no podíamos ver en la pantalla grande en estos cincuenta años.

La madre narcisista (una Bryce Dallas Howard casi irreconocible) pareciera no envejecer hasta el tercer acto, demasiado tarde; y al final leemos textos acerca de dónde está él ahora y qué ha hecho, lo cual encontré prosaico luego de la abundante y vigorosa fantasía. Pero Rocketman es más que esto.

Me conmovió, y el deleite es tal que me hizo recordar por qué Elton John es famoso y por qué su película es relevante ahora. Porque él es genial.

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