Cultura y Espectáculos

Intrigante y complicada, así es la oscura Nosotros

Por: Esteban Andaur 14 de Abril 2019
Fotografía: Captura | Nosotros

El título en inglés de Nosotros (2018), Us, es una referencia en primera persona a este singular conflicto familiar (ellos son nosotros y viceversa), y también funciona como una sugerencia de que el << nosotros >> es EE.UU. (o U.S. en inglés, y la película es americana). El segundo trabajo de Jordan Peele, ganador de un Óscar por escribir la excelente ¡Huye! (2017), es mucho más ambicioso que su debut, y, al igual que éste, nos ofrece un ácido y elaborado diagnóstico social. Sus temas suelen intrigarme, y las referencias cinematográficas fueron más placenteras e inmediatas que la primera vez.

La trama aquí es como una madeja traviesa de sustos y introspección, lo que uno bien esperaría de una gran película de terror. Cada vuelta, aunque grácil y efectiva, me dejaba un poquito exhausto, y mientras más vueltas a la madeja, comencé a preguntarme si eran necesarias tantas para una premisa genial y franca.

Consideremos el inicio. Está dividido en, a lo menos, tres fases. Primero, un televisor está encendido y nos presentan una campaña publicitaria que pretende << unir >> a EE.UU.; iconos rojos de hombres y mujeres cruzan el mapa del país, dividiéndolo, claramente, en norte y sur. Es imposible no pensar en la Guerra Civil, y la escena es ilustrativa de la simultaneidad entre unión y división, además de aludir a tensiones morales y raciales que perviven en el país. Una niña afroamericana se refleja en la pantalla de la tele; es nuestra protagonista, Adelaide, cuando niña, y estamos en los años 80. Luego, la vemos junto a sus padres (cuyos intercambios sugieren un eventual divorcio o << división >>), recorriendo un parque de diversiones junto a una playa. A Adelaide le ocurre algo nefasto, y Peele corta a un zoom back de numerosas jaulas de conejos, apiladas sobre una pared en un cuarto misterioso, con una iluminación amarillenta, y los créditos aparecen en una tipografía clásica y roja.

Adelaide crece y se casa. Tiene dos hijos, y los cuatro regresan a la playa que cambió su vida a pasar unos días de asueto. Evidentemente, algo malo volverá a suceder.

El color rojo adquiere múltiples significados en el visionado, y somos libres de especular. En el diseño de vestuario, podemos atribuir el rojo al derramamiento de sangre que ha definido la historia del país, y aquélla del propio guion. Nosotros está hecha como los filmes slasher de los 80, y tanto la indumentaria como los asesinatos nos lo recuerdan. Peele quiere que conectemos las referencias, encima repasando la historia del cine de terror. Al mismo tiempo, es irónico: los doppelgängers han llegado a asesinar, y es poco probable que se << manchen >> de sangre.

A veces incluso en la iluminación, el rojo emerge como una evocación del infierno, tanto como algo tangible y espiritual en los personajes, un infierno con el que deben lidiar y tal vez sobrevivir, o evadir y morir sin pena ni gloria.

Los protagonistas son una familia afroamericana convencional, mas el color de su piel no genera desarrollos esperables entre los personajes blancos, lo cual es un paso progresista en la representación de la diversidad, y sin duda es un gesto político relevante. Es ingenioso que un personaje, por ejemplo, se haga mínimas cirugías plásticas y su doppelgänger disfrute haciéndose cortes en la cara. El guion posee cuantiosas reflexiones en diálogos como en la estructura de las escenas, y se inspira bastante en la caverna de Platón, y en la mezcla estriba mucha originalidad. La partitura de Michael Abels no es entrometida, mas subraya transiciones y parodia el horror que sienten los personajes.

A medida que el relato avanza, sin embargo, comienza a tambalearse debido al exceso de contenido, en específico cuando la película gira a la ciencia ficción. De súbito, el filme nos arroja los elementos con los que empezó: los túneles, la publicidad, las tijeras, los overoles rojos, la danza, los espejos, los conejos…, algunos de los cuales no han tenido el desarrollo apropiado como para recién tratarlos durante el tercer acto. El quiebre es desapacible, y si no fuera por las actuaciones notables (papeles duales de grandes exigencias físicas e histriónicas), sobre todo la de una soberbia Lupita Nyong’o, yo habría perdido completo interés. También es beneficioso que la fotografía de Mike Gioulakis sea constante en su belleza lóbrega, como si las tinieblas abrazaran los bordes del cuadro; y que el montaje de Nicholas Monsour puntúe las imágenes con la exactitud de puñaladas mortíferas. Al menos, la estética no decae.

Pero son demasiados monólogos expositivos, demasiadas confrontaciones. El clímax es efectivo en su tragedia; el último de varios flashbacks es del todo innecesario, pues Peele debió omitirlo y dejarnos un sinsabor moral. Habría sido mejor para él, y para nosotros, que el asunto permaneciera lo más abstracto posible. Así como está, Nosotros nos adoctrina en cómo interpretarla, y resulta inverosímil. No es una narración pura; no necesito asumir el significado de esto y aquello, y después que me digan qué son. Sabemos que el discurso subyacente es más simple de lo aparenta ser, aunque no por ello sea menos importante. Y lo que nos queda es eso, un filme importante, fresco y hasta admirable, pero no grandioso.

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