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Cuando el sueño se acabó: A 21 años del cierre de las minas Lota y Schwager

Por: Diario Concepción 22 de Abril 2018
Fotografía: Archivo Histórico | Gentileza Alejandro Mihovilovich.

Juan Costa T.

El lunes pasado se cumplió un aniversario más del cierre de las minas de carbón de la zona. Esta situación se preveía desde hace más de tres décadas, ante la inminente ola de despidos ocurridas en 1996.

Era un miércoles 16 de abril de 1997 cuando sonó por última vez el pito del Pique Carlos en el mineral de Lota, realizando también, el último llamado al trabajo a los mineros que ese día laboraban en el yacimiento. Junto con éste también cerró Schwager en Coronel. Sin embargo, no serían las únicas minas, ya que años más tarde, progresivamente lo harían Curanilahue en 2006 y Lebu en 2008.

En ese día otoñal,  el directorio de la Empresa Nacional del Carbón (ENACAR), luego de infructuosas gestiones, abultados déficits operacionales y el creciente riesgo para los mineros, decidió cerrar definitivamente el mineral de Lota Schwager.

A 21 años de este hecho histórico para el país, esta medida ha sumido a la ex zona minera de las provincias de Concepción y Arauco en un letargo económico y social que aún no despega totalmente.

Sin embargo, la historia de la crisis del carbón en la Región comenzó a manifestarse a fines de la década del 40, cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial. En esa época, se observaba que la demanda del mineral disminuía lentamente y aumentaba el consumo del petróleo y sus derivados.

Antecedentes

En la década del 40´ ocurrió la primera alarma en la que el carbón dejaría de tener la importancia económica que poseía, y a fines de los sesenta, el tema ya era materia de análisis de investigadores, economistas, políticos y académicos.

A comienzos de 1968, un estudio elaborado por la Escuela de Economía y Administración de la Universidad de Concepción, dio cuenta de los riesgos que la industria carbonífera regional padecía y que podría aumentar. Se veía el alto costo que tenía la extracción del mineral por la profundidad de las vetas y la agresividad que se preveía en otros productores mundiales de carbón, descontando que el petróleo y sus derivados ganaban mercados.

Uno de los ejecutivos de Lota-Schwager en esa época, el Gerente de Operaciones, Pedro Courard, manifestaba que sólo en la provincia de Concepción (dos ciudades; Lota y Coronel) vivían de esta actividad y sus servicios públicos, del comercio establecido y otros servicios dependían del futuro del carbón.

Además, Courard insistía en que “los estudios dicen que al carbón hay que salvarlo. Ahora faltan las acciones para lograr este objetivo. No es que un grupo de 9 mil mineros y 150 mil personas que viven de esta industria estén pidiendo que el país se sacrifique por ellos, sino que al país no le conviene terminar con la minería del carbón, pues le resulta más barato utilizar este combustible nacional que el petróleo importado”, sostuvo.

Compradores de carbón

En ese mismo año se mantenían los prejuicios de la comunidad hacia el carbón, ya que el consumo doméstico era insignificante (entre un 1 a un 2 por ciento de las ventas de la empresa). El mayor poder comprador de carbón era la siderúrgica Huachipato que utilizaba 270 mil toneladas del mineral nacional.

Su programa de expansión significaría un mayor consumo de este combustible. Mientras que Ferrocarriles del Estado consumía cerca de 150 mil toneladas anuales aproximadamente, pero no aseguraba conservar esta cifra. Otro poder comprador era el gas de cañería, industrias varias, y especialmente las fábricas de cemento.

En aquel momento sólo se esperaba un nuevo mercado con la puesta en marcha de las plantas termoeléctricas de Tocopilla y de Bocamina en Coronel. Asimismo, había un estudio que era construir experimentalmente una central térmica a carbón para las poblaciones de Hualpencillo, que entregaría calefacción central y agua caliente.

En Lota, el principal yacimiento regional, y a causa de la lejanía de los frentes de extracción, éstos seguían encareciendo los precios de explotación y las autoridades continuaron con la política de despidos. Los mineros afirmaban, sin embargo, que la crisis disminuiría si se despidieran funcionarios administrativos.

La realidad de Lota en 1968 era deprimente. Había escasa urbanización, altos índices de analfabetismo y las enfermedades asolaban en los descuidados pabellones obreros. Los índices de cesantía, alcoholismo y depresión eran altísimos. La situación fue creciendo durante las tres décadas posteriores, llegando a los años 90´, catalogándose como una de las peores crisis en la historia social y minera nacional.

Despidos, huelgas y tomas antes del cierre

Los despidos siguieron el 17 de mayo de 1996 con 97 trabajadores exonerados. Fue la chispa que encendió a Lota.

Los sindicatos se tomaron el Pique Nuevo Carlos, hasta donde llegaron las familias mineras, levantándose un verdadero campamento a las afueras. Las ollas comunes se transformaron en centros de reuniones, mientras que el Gobierno en Santiago ya había  justificado que los últimos despidos se debían a incumplimientos laborales.

En la Parroquia de Lota Alto veinte mineros inician una huelga de hambre, que se transformaría después en una huelga seca. Sin embargo, el Gobierno del Presidente Frei no respondió.

Ante la indiferencia de las autoridades, los mineros de Lota en julio de 1996, organizaron una masiva marcha a Santiago. En tiempo récord consiguieron transporte y las familias despidieron a 300 mineros en la estación de Lota Bajo. A su llegada a la capital, se movilizaron hacia el centro siendo reprimidos por carabineros.

En medio del caos surgió un acuerdo casi informal donde los dirigentes aceptaron del Gobierno “el despido de un total de 426 trabajadores, con la esperanza de que la mina de Lota no cerrara. Es el llamado protocolo 96.  El resto de la masa obrera se siente en parte traicionado por sus líderes sindicales. El tren regresa a Lota con cientos de despedidos. Es el tren de la derrota.” (Rivas V., La Ciudad de Los Mineros).

De esta manera se abandona la paralización, se entrega el Pique el día 26 de julio y finalmente, en agosto de 1996 se despedían a 426 mineros. Pocos meses después, el 16 de abril de 1997, el Presidente Eduardo Frei anunció el cierre de las minas en Lota, que llevaban 150 años funcionando. “Lo único que quedó de eso son los empleos de emergencia. De hecho, ahora hay muchos más que entonces”, contó a fines de los 90´ José Carrillo, dirigente sindical en la época del carbón.

“Soluciones” erróneas

Para evitar el colapso que originaría el fin de la principal fuente de empleos en toda la zona minera, especialmente en Lota, se crearon varios programas. Uno, era construir una serie de parques industriales y atraer empresas a la zona con exenciones fiscales. Otro iría a reconvertir a los mineros en peluqueros, soldadores, panaderos o modistos. En otra línea, se crearon 200 cupos de empleos de emergencia.

Se pretendía que “un ex minero podía ahora aprender un nuevo oficio, ya sea panadero, peluquero y varios otros trabajos del sector comercial, mientras se esperaba la llegada a Lota de ‘numerosas empresas’ en el recientemente anunciado Parque Industrial de Lota Alto. El programa incluyó también una jubilación temprana para aquellos mineros con 18 años de interior en mina”. (Rivas V., La Ciudad de Los Mineros)

El plan de reconversión de los mineros, a poco andar, señaló que los costos eran mayores que los beneficios. Un estudio de la UC en 2004 reflejó los problemas que después se acentuarían: alta rotación de los trabajadores en los cursos, mala evaluación de los planes de capacitación -ex mineros debían cambiar sus picotas por tijeras al ser instruidos en peluquería-, empresas que postulaban a los subsidios para instalarse en la zona, pero no materializaron los proyectos y un alto costo para generar empleo llevaron a una reconversión fracasada.

Al poco tiempo, las autoridades de Gobierno reconocieron el error: el plan de reconversión había fallado totalmente.

Epílogo

A abril del 2017 existía en Lota una comuna con 47 mil habitantes, 6 mil de estos con puestos de trabajo de emergencia; mientras el desempleo regional tiene en el primer trimestre del 2018 una tasa de un 6,7%.

Lota es la comuna que lideraba con un 9,7% seguido de Coronel con un 9%. Sin embargo, esta última comuna muestra un despegue lento pero interesante.

La agonía de Enacar fue lenta: dejó de existir en 2016.

Darío Rioseco Muñoz (Q.E.P.D.)

Cedida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La tarde del martes recién pasado falleció en Concepción Darío Rodolfo Rioseco Muñoz (83), penquista de nacimiento y exalumno del Liceo Enrique Molina, miembro de una conocida familia penquista y continuador de un oficio que antes su padre, Carlos Rioseco Escobar, convirtió en un arte: la fotografía de retratos personales y familiares.

El estudio fotográfico que llevaba su apellido y cuya firma y logotipo marcó toda una época, fue fundado por don Carlos el año 1932, en calle Colo Colo 430, entre O’Higgins y Barros Arana, frente al correo. Posteriormente se trasladaría a calle O’Higgins frente a los Tribunales de Justicia hasta diciembre del 2012 cuando la actividad fotográfica de calidad dejó de ser un arte por la aparición de los celulares. Fueron más de ochenta años en que padre e hijo plasmaron la memoria de la sociedad penquista.

Desde muy joven Darío, el único hijo de don Carlos y la señora Beatriz Muñoz, aprendió de su padre un oficio que ambos elevaron a un alto nivel profesional y artístico no superado en la Región. La fotografía con todo su proceso químico y de manejo de la luz y el buen gusto, le fue entregando sus secretos en medio del silencio y la obscuridad del laboratorio.

Trabajó entre los años 1957 y 1975 como fotógrafo técnico en el Departamento de Biología Marina de la Universidad de Concepción.

Cientos de novias, matrimonios, bautizos o eventos familiares pasaron por la lente de la cámara Leica –preferida por Darío- en casi cincuenta años a cargo del local heredado de su padre. Los ritos familiares de muchas personas de la zona salieron en papel fotográfico del talento de Darío.

De pocas palabras, pero siempre afable daba las indicaciones en su estudio, lleno de simples pero elegantes elementos complementarios y varios focos de luces, a quienes allí  llegaban. El resultado no era inmediato. El trabajo era cuidadoso para velar por la calidad. Pero la espera valía la pena. Sorprendía al ver su sencilla cámara lo que resultaba de ella.

Su trabajo se extendió a lograr fotografías a color con negativos o fotos en blanco y negro. Una vez sacado el positivo las pintaba silenciosamente con óleo y con sus propios dedos. Su intuición y cercanía con la belleza completaban su trabajo.

Casado con la conocida profesora y actriz de teatro, Norma Gómez Oyarzún. Fueron padres de dos hijos: Marcelo, ingeniero, pero hoy con una brillante carrera académica literaria en universidades de Estados Unidos; y Andrea. Esta última ha seguido la huella de su padre como una destacada profesional de la fotografía artística y restauradora de la fotografía histórica.

Marcelo, su hijo, con su lúcida pluma, describió a su padre. Este fue el resultado:

“Mi papá fue un hombre elegante y discreto. Alguien que dejó que la vida pasara por el lado, sin aceptar nunca roles principales, como si la vida no fuera para él más que una obra teatral de la cual, sospecho, siempre había que desconfiar. Fue fotógrafo de profesión y no sería incorrecto afirmar que también, a su manera, fue un artista y un esteta. Perteneció a un tiempo cuando la fotografía se hacía para que perdurara. Quizás debiéramos recordarlo como el constructor iconográfico de la memoria de cierta sociedad penquista. Sus fotografías están en innumerables casas de la ciudad y creo que nunca se ufanó de haber registrado a través de su lente los eventos más importantes de tantos y tantas penquistas.

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