El bienestar se relaciona con las emociones y gestionarlas es clave para desenvolverse bien. La adolescencia es la edad de oro para generar competencias.
Estrés, ansiedad y depresión son problemas que afectan gravemente el bienestar en sus diversos ámbitos: pueden acarrear complejas repercusiones tanto a nivel psicológico como cognitivo y social, llegando a interferir con el estado anímico, desenvolvimiento normal, responsabilidades, relaciones, autocuidado y calidad de vida. La peor consecuencia puede ser el suicidio.
Por eso preocupa tanto lo que vive la población de Chile, las investigaciones no dejan de alarmar la crítica situación que aqueja a la salud mental a la que se le dedica este mes, al alero del día mundial el 10 de octubre.
Un estudio de Ipsos mostró que 73% siente estrés que impacta sus actividades cotidianas, y el último Termómetro de Salud Mental Achs-UC relevó que más del 25% presenta síntomas de ansiedad y cerca de 13% sintomatología moderada a severa de depresión, y los grupos más afectados son mujeres y jóvenes. Y, lamentablemente, el suicidio es la segunda causa de muerte de adolescentes y jóvenes, tras los accidentes de tránsito.
La evidencia advierte que es un problema multifactorial. De aspectos biológicos e individuales a sociales y de salud pública pueden aumentar los riesgos. Son brechas de acceso a atención, pero también en promoción del bienestar y prevención donde educar para desarrollar competencias emocionales tiene un rol clave y gran vacío que se debe llenar desde etapas tempranas.
Así asegura la neurocientífica Mabel Urrutia, directora del Laboratorio de Neurociencia Cognitiva y académica de la Facultad de Educación de la Universidad de Concepción (UdeC), quien busca aportar a la educación emocional desde la docencia e investigación, lo que recientemente se materializó con la exposición “Emocrea, descubre y recrea tus emociones”, que se instaló en el Centro Interactivo de Ciencias, Artes y Tecnologías (Cicat) y con diversos elementos tradicionales y disruptivos pone en escena los resultados del proyecto Fondecyt Exploración 13220040.
La doctora Urrutia releva que las neurociencias han demostrado ampliamente que las emociones son cruciales en diversos ámbitos del bienestar y la vida: influyen el estado del ánimo, autoestima, motivación, atención, cognición, relaciones interpersonales, afrontamiento del estrés, nivel de resiliencia y salud mental.
En efecto “algunos de los problemas relacionados con la falta de educación emocional son la ansiedad, estrés, depresión y suicidio”, advierte.
Hay emociones placenteras y displacenteras, todas cumplen un rol, pero son necesarias y sanas en justa medida. Por ello saber gestionarlas es determinante para desenvolverse bien. Y aunque hay quienes por características de personalidad o madurez de la etapa tienen mejor autorregulación, las herramientas se pueden fortalecer y se deben educar, y de forma temprana.
De hecho, en los últimos años la Unesco ha resaltado el rol de la educación emocional y fomenta el desarrollo de competencias emocionales en escolares.
Así, se pone gran responsabilidad en la escuela y profesores, si bien debe ser compartido con la familia como primer núcleo de formación integral, aunque para la académica hay mucho que avanzar.
“En Chile todavía no hay una formación inicial docente adecuada, las mallas curriculares no se han reformulado para que profesores tengan las herramientas para el desarrollo de habilidades emocionales. El problema es que si no tienen una formación sistemática sobre estas herramientas no podrán formarlas”, sostiene Urrutia, quien para abordar esta falencia hace más de una década imparte un electivo sobre educación emocional para pedagogías en la UdeC.
Además, las exigencias y objetivos curriculares en la educación escolar no alcanzan a desarrollar integralmente las competencias requeridas.
Por ello se requieren acciones a gran escala, más que una iniciativa institucional o asignatura: “lo que debe cambiar son las políticas públicas, e invertir en formación para docentes”.
El camino es como lo han hecho esas naciones a las que se suele mirar con admiración. “En países desarrollados como Holanda hay educación emocional formal desde los 2 años. Y hay planes específicos y sistemáticos en el tiempo, que es la única solución para abordarla y así se podrían también evitar problemas de salud mental”, manifiesta.

¿Qué es la educación emocional? La neurocientífica y académica Mabel Urrutia explica que consiste en desarrollar una serie de competencias que permiten manejar de forma saludable las distintas emociones que se experimentan y afrontar mejor las demandas cotidianas, situaciones adversas y relaciones interpersonales, y mantener una buena calidad de vida.
Éstas competencias abordan cuatro dimensiones: reconocimiento, expresión y regulación de las emociones, y empatía.
“Muchas veces negamos las emociones, no las expresamos o no somos asertivos y lo hacemos desde el enojo, grito o golpe. Normalmente se utilizan estrategias disfuncionales para abordar problemas como catastrofizar o culpar a otros”, expone. Y regular es un nivel complejo que implica realizar acciones para gestionar lo que se experimenta, como respirar o meditar, mientras se cree que llorar está funcionando para regular si hay rabia o pena y eso es una expresión, aclara.
Empatizar es una dimensión compleja, que destaca como “aspecto del desarrollo moral de las emociones y las personas”.
Aunque la educación emocional se puede fomentar desde la niñez hasta la adultez, la investigadora define la adolescencia como “edad de oro” para desarrollar aprendizajes y competencias en un potencial que el cerebro adulto no puede.
“En la adolescencia el cerebro está en pleno desarrollo y plasticidad neuronal, por tanto, adolescentes pueden adquirir mucho conocimiento, y desarrollar muchas competencias y habilidades. La última poda sináptica del cerebro es a los 15 años, y a los 22 madura el cerebro aproximadamente”, explica.
Además, la educación emocional oportuna fortalecerá el desarrollo y bienestar en dicha etapa que es crítica dentro del desarrollo y ciclo vital.
Al respecto, aclara que el cerebro adolescente tiene una maduración de 80% aproximadamente, y lo restante es en áreas frontales que tienen que ver con la estimación del riesgo y toma de decisiones. Significa que sobreestiman los riesgos y no toman decisiones en plena consciencia.
“El 20% que falta desarrollar en adolescentes tiene que ver con cambios de humor, irritabilidad, tentaciones de consumo de alcohol y drogas, por ejemplo. Por eso deben tener mucho cuidado, y también tiene problemática en la salud mental”, advierte.
También hay aspectos vinculados a la atención y memoria que son más deficientes, pero se sobreestima la capacidad: “creen que pueden hacer muchas cosas a la vez cuando sólo se pueden hacer dos y si son de canales distintos (por ejemplo, visión y oído)”.
Esto gatilla un procesamiento de las emociones distinto en el cerebro adolescente que en el adulto. En esta materia ahondó con avanzadas investigaciones neurocientíficas para el desarrollo de su proyecto Fondecyt Exploración que inició su ejecución en 2023 y culmina este año.
En ello destaca experimentos con técnicas como electrofisiología a estudiantes de 12 años de Biobío, adolescencia temprana, para analizar el procesamiento emocional al exponerse a más de 100 videos.
“A través de la bandas de frecuencia que investigamos descubrimos que hay un sesgo emocional hacia las emociones ‘positivas’ en los primeros estadios de procesamiento. En un segundo procesamiento están recién procesando aspectos perceptuales de la empatía”, explica. Esto concuerda con las evidencias disponibles.
Es opuesto a los sesgos del cerebro adulto que son hacia las emociones desagradables como tristeza, miedo o estrés y que cumplen un rol de alerta y adaptación. “Significa que adolescentes tienen un sesgo hacia las emociones positivas que no es muy adaptativo, a diferencia de los adultos que tenemos más sesgo a las negativas que son adaptativas, porque indican peligro y ayudan a evitar decisiones equivocadas”, detalla.
Entregar educación emocional, desarrollar las competencias emocionales en esta etapa, puede ser significativo para compensar estas características y contribuir a un desarrollo sano.
En el proyecto también se realizó un concurso literario llamado “Cuenta conmigo, cuento contigo” que convocó a integrantes de la comunidad escolar local, y numerosos estudiantes mandaron sus relatos. Así, la iniciativa permitió editar dos libros y también visualizar la compleja realidad de la salud mental.
“Leímos cuentos muy tristes”, lamenta, “era sorprendente ver que uno de los temas recurrentes era la soledad de niños, pasan mucho tiempo solos sin sus padres ni familiares; luego muchos problemas de autoestima asociados al bullying por condiciones físicas o falta de habilidades, y muchos problemas de ansiedad asociados a demostrar competencias en grupos sociales”.
Estos problemas pueden afectar de distintas maneras la salud mental de escolar según cada caso, llegando a preocupantes intensidades o prolongación que derive en trastornos y graves consecuencias si no hay adecuada gestión ni atención. “Es un problema que existe, nuestros escolares están dando señales si se les da la oportunidad, pero no se está abordando”, advierte.
En este contexto se refuerza la importancia y necesidad de entregar educación emocional y fortalecer las competencias que permita afrontar de mejor forma lo que viven y sienten.