Los que auténticamente esperan la celebración de Navidad con recogimiento, como una consolidación de su sincera fe, parecen estar en silenciosa minoría. La mayoría está más bien en la corriente del espíritu navideño asociada al mercado. Poco ajetreo adquisitivo es interpretado como poco espíritu, aguafiestas impenitente, que desconfía de los buenos deseos inauténticos y protocolares , paria social que no cree en Santa Claus, y que, en contraste con Walt Disney, declara que no hay milagros en diciembre.
Mientras tanto, los chilenos, acostumbrados a vivir en tiempos surrealistas, pueden conciliar circunstancias contrastantes con pasmosa flexibilidad, es rutinario ver grupos alegres de paseantes minutos después de terminada una protesta callejera que amenazaba con derribar la civilización, como una tormenta seguida de cielo azul, del mismo modo, en medio de enconadas discusiones por los acontecimientos políticos que bombardean sin reposo las conciencias de los ciudadanos, es normal ver las vitrinas llenas , desde hace ya rato, de estímulos navideños examinados prolijamente por miles de personas, ya en estado de prisa por la Navidad percibida como urgente.
Sería deseable hacer un esfuerzo consciente para encontrar de nuevo el sentido de la Navidad, como una oportunidad para la paz, buscar el modo de ayudar a tenerla para todos los demás. El redescubrimiento de nuestras ocultas regiones donde habitan las buenas intenciones y el cariño que reservamos la mayoría de las veces para no mostrar puntos vulnerables. Es una excelente época para darnos una pausa y buscar el modo de rodearnos de quienes nos importan, dejar, aunque sea unos días, el alma en reposo.
PROCOPIO