Opinión

De conocimiento y rentabilidad

Por: Diario Concepción 24 de Octubre 2018
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado, magíster Filosofía Moral

“El mundo, hijo mío –le dice en el acuario el pez padre a su hijo-, es una enorme caja llena de agua”, cita el filósofo Richard David Precht. Al final parece que todo se encuentra enmarcado a partir del lugar desde el que nos posicionemos para establecer cuál es la verdad. La realidad dependerá de lo que podamos captar por los sentidos y lo que sea posible exteriorizar con nuestro lenguaje. Incluso más, dependerá de si nos es útil o no, pasando muchas veces por alto lo que sea considerado como irrelevante. De allí la importancia de abrirle las puertas de par en par al conocimiento y a todos los medios existentes para ensanchar nuestras posibilidades para descubrir, abrir los espacios con el objetivo de darle cabida a todo lo posible. El correlato necesario es la imaginación, conferirle la oportunidad para que se desenvuelva libremente, más allá de las fronteras de la metodología de ser indispensable y de lo que se dice se puede hacer, conforme al área de que se trate, derribando todos los dogmas que se interpongan. No todo puede ni debe ser medido. No todo puede ser determinado sobre la base de la rentabilidad y éxito. Después de todo, ¿quién es el que establece que significa ser exitoso o fracasado?, ¿quién puede arrogarse la autoridad para afirmar categóricamente hasta donde se puede llegar o que se puede hacer?

Esta característica del ser humano, que le permite conocer, descubrir y adaptarse, no lo hace sublime. No es una deidad. Es un animal, un mamífero inteligente, ni bueno ni malo, que a veces puede concentrar en un sujeto una ternura y compasión profunda por el otro y su medio, mismo individuo que puede obrar en otros contextos de un modo brutal y violento, manifestándose como el peor de los delincuentes, como una verdadera plaga destructora o un depredador, por su voraz ambición, de su entorno o de otros seres vivos que han tenido la desdicha de tener que convivir con él.

Tal vez este afán de ir descubriendo con más precisión lo que ocurre a su alrededor y de conocer a quienes se desenvuelven junto con él, le ha impedido conocerse mejor a sí mismo. Como decía Nietzsche: “Nosotros los que conocemos somos desconocidos para nosotros, nosotros mismos somos desconocidos para nosotros mismos: esto tiene un buen fundamento. No nos hemos buscado nunca ¿cómo iba a suceder que nos encontrásemos?”. Sólo le conferimos seriedad a lo que pueda traer aparejado algún retorno, un provecho tangible, sin estimular la búsqueda sólo por alcanzar la satisfacción del saber sin adjetivo. Del conocimiento que puede aparecer como materialmente inútil, pero que enriquece el espíritu, sin esperar nada a cambio.

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