Opinión

Examen a nuestra reserva de valores

Por: Editorial Diario Concepción 14 de Octubre 2018
Fotografía: Incae

Hay gente optimista, no abundan, pero de haberla, la hay. Confían que las cosas van a mejorar y las personas también, por más que los verdaderamente sabios adviertan que el zorro pierde el pelo pero no las mañas, entre otras advertencias de no esperar cambios para bien, aunque puede haberlos, ya que la certeza histórica, no siempre oportuna y confiable, evidencia ciclos de desparramo y reorganización, lamentablemente, no siempre con la velocidad adecuada a nuestros permisos de circulación por el planeta, que suelen ser de acotada duración

Un ejemplo puede ser la llegada de los sofistas, a la ya decadente Atenas, en el último tercio del siglo V aC, personajes que por primera vez desafiaban la hegemonía del pensamiento entonces vigente. Los pensadores antiguos supieron de la creciente popularidad de estos “maestros de sabiduría”, una suerte de retóricos, a medio camino entre filósofos y charlatanes, que enseñaban el arte de la persuasión, por medio de la palabra, a los jóvenes atenienses deseosos, como todo joven, de rápido éxito social y político.

Cobrando opíparos honorarios, estos flamantes adelantados enseñaban de todo, música, filosofía, biología, retórica, teología, casi escribo ingeniería comercial, pero sería un anacronismo gratuito. Protágoras, el más famoso representante de esta corriente, había declarado que el hombre era la medida de todas las cosas. Un concepto eufónico, pero potencialmente tóxico, ya que todo queda relativo a nosotros y no siempre somos un buen referente.

Sócrates se encargó de poner las cosas en su lugar, a alto precio. Protágoras sería probablemente el ejecutivo mejor pagado de las empresas de mercadeo actuales, sin Sócrates a la vista, quedamos nosotros y nuestros principios, dando por entendido que de esos sí estamos provistos.

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