Opinión

De fobias

Por: Diario Concepción 09 de Mayo 2018
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado, Magíster Filosofía Moral

Se dice que los chilenos somos amables con los extranjeros. Pero parece que sólo respecto de aquellos que vienen cargados de divisas. Cuándo llegan con sacos llenos de dinero, el término xenofobia se desvanece rápidamente. Si el país es pobre o con serias dificultades, como Venezuela o Cuba, se levantan las críticas más ácidas, se les imputa un fracaso por su modelo económico comunista, se les achacan sistemáticas violaciones a los derechos humanos y la de organizarse sobre la base política de una vulgar dictadura (repulsiva y criminal cuando es de izquierda, digna de elogio y con algunos “excesos” cuando es de derecha), guardando eso si silencio cuando se trata de territorios en los que hay enormes oportunidades de hacer negocios, como China, no importando que se restrinjan allí derechos básicos o se vulneren derechos fundamentales de los trabajadores. Mientras se pueda sacar una mascada de ese peculio, miramos para otro lado, cerramos bien la boca y llenamos todos los chárteres disponibles para pisar ese país y volver con una moneda en el bolsillo.

Somos hospitalarios con los que no tienen problemas. Pero cuando es un forastero que ha tenido que abandonar su país en busca de refugio o nuevas oportunidades y es pobre, el asunto cambia completamente. Si es por hambre o miedo, ese recibimiento entusiasta desaparece. El rostro amable palidece y se esfuma. Como señala Adela Cortina: “Molesta, eso sí, que sean pobres, que vengan a complicar la vida a los que, mal que bien, nos vamos defendiendo, que no traigan al parecer recursos, sino que problemas”. Peor si son negros o tienen facciones indígenas. Se les imputa que vienen a quitarnos el trabajo, que son delincuentes o traen enfermedades. Que son inútiles y pordioseros, condiciones todas que se relativizan cuando es rubio y con acento europeo. Es otra de las tantas “fobias”, que se van sumando en sociedades chovinistas que viven en función del matinal, con escasa cultura y acceso indiscriminado al crédito que los hace vivir endeudados para aparentar tener lo que no se puede y mirar con desdén al que por una pura ficción se le considera inferior, porque al pobre aquí también se le mira en menos y se le hace responsable de su condición. A la misoginia y la homofobia, ahora le agregamos algo que hace tiempo existe y que es la aporofobia, es decir, el desprecio hacia el pobre, al que no se le puede sacar nada a cambio, al que no nos puede redituar ningún provecho por ayudarlo, al que consideramos un estorbo para nuestras estadísticas de país que se cree desarrollado y que alteran los números que los “expertos” andan prodigando a los extranjeros.

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