Humanidades

Pseudociencias: las doctrinas impostoras

Las pseudociencias corresponden a una gran variedad de tópicos que tiene como base creencias, prácticas y datos con poca o nula evidencia científica, y que, sin embargo, reclaman un estatus científico. Cuatro especialistas analizan este fenómeno.

Por: Diario Concepción 08 de Agosto 2021
Fotografía: Archivo

Por Ximena Cortés Oñate

Probablemente el área sanitaria sea donde más se evidencia la emergencia de las llamadas pseudociencias pero, indudablemente, están presenten en muchas otras áreas como la astronomía, las matemáticas y la química, entre otras.

El filósofo y crítico argentino-canadiense Mario Bunge ha señalado que las pseudociencias se presentan “como si fuesen ciencias auténticas porque exhiben algunos de los atributos de la ciencia, en particular el uso conspicuo de símbolos matemáticos, aunque carecen de sus propiedades esenciales, en especial la compatibilidad con el conocimiento anterior y la contrastabilidad empírica”.

Etimológicamente, el prefijo pseudo procede del griego y significa “falso”. Así, explica Roxana Pincheira, “a diferencia de la ciencia, que se basa en el desarrollo de distintas etapas que conducen al establecimiento de una conclusión válida sustentada en la confirmación de una hipótesis, las pseudociencias no utilizan el método científico ni pasan filtros de calidad independientes”, señala la Doctora en Ciencias Biomédicas y Directora de Investigación de la Facultad de Ciencias Biológicas, Universidad de Concepción.

Por su parte, el Doctor en Filosofía Rolando Núñez define las pseudociencias como un conjunto de creencias o actividades que aseguran tener un carácter científico, pero que en la práctica no cumplen con criterios mínimos establecidos para que podamos confiar en ellas como fuentes de conocimiento.

Rolando Núñez: “Las pseudociencias son doctrinas impostoras, pues se hacen pasar por prácticas científicas para poder gozar de la reputación de la ciencia como fuente de conocimiento”.

El académico del departamento de Filosofía de la Universidad de Concepción explica que las actividades que son reconocidas como prácticas científicas se perciben socialmente como actividades que cumplen un rol positivo en nuestra búsqueda por el conocimiento y la verdad.

“En ese sentido, las pseudociencias son doctrinas impostoras, pues se hacen pasar por prácticas científicas para poder gozar de la reputación de la ciencia como fuente de conocimiento”, asevera el especialista en filosofía de las ciencias.

Otro de los aspectos negativos es que, asociados a las pseudociencias, aparecen fenómenos como el negacionismo científico, “postura que rechaza algunas afirmaciones bien fundadas y ampliamente aceptadas por las comunidades científicas, como el negacionismo frente a la pandemia, el terraplanismo o el negacionismo sobre el calentamiento global”, dice Núñez.

Con él concuerda Pincheira: “en la actualidad, las pseudociencias son un tremendo problema social ya que han logrado arraigarse en la cultura popular. El amplio uso de las redes sociales, junto a otros medios de comunicación, han favorecido su difusión y una natural aceptación por varios sectores de la población. Somos bombardeados por las pseudociencias, las que son difundidas por influencers, falsos investigadores científicos o personajes de influencia pública”.

Roxana Pincheira: “Es necesario que la población entienda qué son las vacunas, cómo se generan y cómo actúan sobre nuestro cuerpo, de manera que se pierda el miedo y se aprecie el aporte de los científicos que han trabajado arduamente por cada uno de nosotros”.

La investigadora lamenta que muchas mentiras y recomendaciones inútiles o dañinas se mantengan por la falta de rigor científico, generando falsas expectativas, e impulsando, en ocasiones, errores graves en la toma de decisiones sobre problemas de salud.

A juicio de Núñez, los motivos por los que tanto las pseudociencias como el negacionismo científico se instalan de manera tan profunda en algunos sectores de la sociedad pueden ser múltiples, pero normalmente están asociados a intereses sociopolíticos. “Estos pueden ser agendas políticas, religiosas o económicas, o mecanismos de defensa de los individuos, como el sesgo de confirmación, el que nos lleva a sobrevalorar la evidencia que apoya nuestras creencias previas y a minimizar la evidencia en contra de nuestras creencias”, dice.

Algo similar opina el Doctor en Comunicación Juan Carlos Gacitúa, para quien las pseudociencias son ideas, creencias, supersticiones o prejuicios normalmente impulsadas por charlatanes, en la búsqueda de instalar falsedades en las comunidades con fines muy diversos. “Lo complejo de éstas es que se disfrazan de conceptos que suenan `científicos´ para, como se dice comúnmente, `vender la pomada´. Por supuesto no son comprobables, pues no consideran los criterios de la ciencia en sus planteamientos ni un método replicable”.

Juan Carlos Gacitúa: “Existe una idea errónea de que es necesario dar espacio y visibilidad a todos como parte del ejercicio democrático de un país. Creencias de este tipo han costado la vida de cientos de personas”.

Gacitúa es Director del Centro Interactivo en Ciencias, Artes y Tecnología, CICAT, y, para él, la transmisión de creencias o supersticiones sin base científica es inherente a nuestra especie y es parte de la construcción que en la historia hemos realizado en sociedad. “Digamos que donde no ha llegado la ciencia, siguen habitando ideas no comprobables. Lo dramático radica en que, por sobre ideas más que demostradas y en teoría `sabidas por todos´, logran aún imponerse conceptos erróneos”.

Frente a esta amenaza de información falsa que llega a la población, Pincheira releva el rol de periodistas y científicos, sobre todo de aquellos que son comunicadores de ciencia. “Junto con mantener los estándares de calidad, la integridad en la investigación y la clarificación del impacto real del resultado obtenido, se hace esencial que quienes hacen ciencia la divulguen, y sepan poner frenos a los aspectos sensacionalistas destacados por la prensa o por la pseudociencia como estrategia publicitaria”, sostiene.

Pseudociencias y redes sociales

Para la Doctora en Informática Anahí Gajardo, la ciencia es algo que se ha ido gestando lentamente a través de la historia de la humanidad. “Aprendimos que, experimentando, podíamos inferir hechos que luego se podían replicar, y que, si elaborábamos una teoría coherente con las observaciones, podía servirnos para hacer cosas que no habíamos hecho antes. Ese es el método científico: explorar, experimentar, confirmar mediante hechos, refutar teorías anteriores, establecer teorías más certeras, y avanzar”, dice.

Anahí Gajardo: “La ciencia es, por definición, aquello que establece lo comprobable y lo que funciona. gnorar la ciencia es cerrarse las puertas a la posibilidad de llevar a cabo cosas”.

No obstante, para la académica de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Concepción, es normal que las personas crean que ciertas técnicas funcionan, aunque no esté la ciencia detrás de ellas. “El individuo, históricamente, ha basado sus decisiones en los consejos de su comunidad, en su propia experiencia, en la visión de algún líder, etc”.

A su juicio, “no es tan natural que una persona decida seguir solo a la ciencia. Lo hará así si es que se ha informado y ha entendido lo que es el método científico y por qué se puede confiar en él”. No obstante, agrega, “si bien la ciencia ha logrado establecer muchas cosas, no es capaz de atender todas las interrogantes de los seres humanos”.

Para Gajardo, es allí donde florecen las pseudociencias, ofreciendo “soluciones” a asuntos que la ciencia no puede resolver. Al menos no de manera simple o económica. “Muchas veces sí son una ayuda pues responden a una necesidad de apoyo, contención espiritual, emocional. El peligro viene cuando la persona se pone en manos de la pseudociencia para sanar enfermedades que son graves, que necesitan atención médica científica y que, al no acudir a esta, deterioran su salud o se exponen a abusos psicológicos por parte de gurúes que les manipulan, hundiéndolas en lugar de ayudarlas”.

De tal manera, como corrobora Gacitúa, las seudociencias pueden causar graves daños a la sociedad, pues la diversidad de formas en las que se presentan hace que tengan una fuerte penetración, sobre todo a través de las redes sociales. “Hoy, el acceso a tecnologías para publicar, editar fotos o videos, crear contenidos, está en manos de todos, también de personas inescrupulosas, que buscan desinformar, lucrar o simplemente generar ruido en una sociedad donde la sobrecarga de información es una constante”, señala.

El doctor en Comunicación pone como ejemplo la pandemia y los movimientos antivacunas. “Existe, a mi juicio, una idea errónea de que es necesario dar espacio y visibilidad a todos como parte del ejercicio democrático de un país. Creencias de este tipo han costado la vida de cientos de personas”, asevera.

Y Núñez complementa: “hoy por hoy hemos sido testigos presenciales de los estragos que pueden llegar a causar los movimientos pseudocientíficos, los que se han extendido preocupantemente gracias a las redes sociales y a lo fácil que resulta difundir información falsa en la actualidad”.

El especialista se refiere también al movimiento antivacunas o al negacionismo respecto a la pandemia. “Lo más grave es que esto no es una decisión exclusivamente personal (la decisión de no vacunarse), pues las personas no solo se ponen en riesgo a sí mismos, sino que también ponen en riesgo al resto”, dice.

Sobre el movimiento antivacunas, Pincheira va más allá y señala que, “pese a las continuas evidencias, demostradas desde hace más de 2 siglos, de que las vacunas reducen drásticamente el daño causado por muchas enfermedades, las sospechas y temores a la vacunación existen en los individuos desde su primer descubrimiento realizado por el médico inglés Edward Jenner el año 1796” (ver recuadro).

Ciencia con perspectiva humanista

Gacitúa es enfático en afirmar que “la educación, no sólo de las ciencias, es determinante. Sobre todo, a edades tempranas. Instala conceptos que le permiten a los ciudadanos entender y discriminar qué información recibe, quién la produce y con qué interés. Pero lo más relevante es que le permite, a niños y niñas, ejercitar el pensamiento crítico y aplicar en su propia vida el pensamiento científico”.

En ese sentido, señala que “el cerebro es como una computadora que necesita de un sistema operativo para comprender la realidad, porque leer líneas de código es muy complejo. En la niñez instalamos ese sistema, que abre y cierra carpetas, tiene programas y a veces se satura. Debemos promover sistemas operativos que nos permitan interactuar con la realidad desde la libertad”.

Para Gajardo, en tanto, si la ciencia se enseña con una perspectiva humanista, puede ayudar mucho a combatir la pseudociencia nociva, pues provee herramientas de pensamiento crítico que permiten dirimir cuando algo es conveniente de cuando algo no lo es.

“Es importante la perspectiva humanista: ¿por qué seguimos la ciencia? ¿es un dogma? ¿es lo que indica la autoridad que hay que hacer? No, la ciencia es un método que permite explorar y aprender con seguridad, sin dejarse engañar por impresiones internas, deseos o miedos; entonces la ciencia es algo que, lejos de someter al individuo a una autoridad, lo que hace es darle autonomía, capacidad de explorar por sí mismo y decidir”, sostiene.

Por eso, para ella es muy difícil enseñar ciencia, pues para convencer a alguien de que lo que uno dice es verdad, debe partir respetando el intelecto y la historia de la otra persona, para construir desde allí, junto a ella, el conocimiento, dialogando, debatiendo, etc..

Pero, ¿por qué, pese a vivir en una sociedad altamente tecnologizada, siguen existiendo supersticiones que pueden dar paso a creer en las seudociencias?

Núñez explica que “en el transcurso de los últimos 20 años, con la consolidación de la Era de la Información, el acceso y la generación de contenidos están cada día más al alcance de la mano. Nos enfrentamos a cantidades ingentes de información, y esto puede dificultar la capacidad de evaluar cuáles fuentes son confiables y cuáles no lo son. Un ejemplo dramático de esto es el resurgimiento del movimiento terraplanista, que reaparece con fuerza en los últimos años gracias a la divulgación de información falsa a través de redes sociales”.

A su juicio, esta vorágine de contenidos nos puede llevar a seleccionar la información de modo pernicioso, dándole credibilidad a la que se acomoda a nuestras creencias previas, rechazando aquella que las cuestionan. “Nos enfrentamos, finalmente, a un relativismo epistémico en donde todos podemos tener datos que respalden nuestras posturas. En escenarios como este, lamentablemente, la verdad queda en un segundo plano”, dice.

Las personas que siguen doctrinas pseudocientíficas no se autoperciben como crédulas o supersticiosas, sino que, por el contrario, es común que se consideren a sí mismas como personas particularmente críticas, que logran acceder a información que está incluso por sobre las capacidades de los reales especialistas en ciertas áreas. “Esto, dice Núñez, es conocido como el efecto Dunning-Krueger, un sesgo cognitivo que lleva a las personas que tienen baja competencia en un área a sobreestimar sus habilidades y conocimientos en esa área en particular”.

Y Pincheira concluye que “debemos cambiar el paradigma de la ciencia para elegidos o genios, que solo contribuye a distanciarse del resto de la sociedad. La ciencia, o mejor dicho los científicos, deben aprender a comunicar entreteniendo, a la vez que instruyen y

generan afición. Mientras tanto, las pseudociencias se podrán transformar en simples ideas o creencias por estudiar o comprobar”.

Conocimiento científico vs antivacunas

Las llamadas ligas antivacunas emergieron en Gran Bretaña a principios del siglo XIX, presionando para que se crearan medidas alternativas para combatir la enfermedad, tales como aislar a los pacientes. Por la década de 1870, con la participación del activista británico William Tebb, emergió el primer grupo antivacunas en Estados Unidos.

Roxana Pincheira señala que, en 1998, Andrew Wakefield y sus colegas publicaron un artículo en la revista “The Lancet”, estableciendo -a través de un estudio fraudulento con 12 niños- una conexión entre el autismo y la vacuna utilizada contra el sarampión, las paperas y la rubéola, conexión que era, en realidad, inexistente.

“El artículo fue luego retractado y, en 2010, Wakefield fue eliminado del registro médico del Reino Unido por mala conducta. Lamentablemente, ese trabajo fraudulento lo llevó a la notoriedad y aceleró el movimiento antivacunas (https://www.nature.com/articles/d41586-020-02989-9)”, explica.

Con la actual crisis sanitaria a nivel mundial, y la necesidad urgente de vacunas contra el virus Sars Cov2, dice la Doctora en Ciencias Biomédicas, han resurgido teorías, argumentos y nuevas conspiraciones que alimentan el movimiento antivacunas y promueven las dudas, resistencia y rechazo a la vacunación en la población.

Estas incluyen la sospecha por el corto tiempo en generar la vacuna, el rechazo a la vacuna de ARN por ser un tipo de vacuna “nueva” y, por lo tanto, desconocida, y otras que aseguran que el ARN de la vacuna entra al núcleo y altera nuestro ADN, teorías de un plan encubierto para implantar microchips, entre otras.

En relación a estas y otras posibles interrogantes sobre la vacuna contra el Sars Cov2, Pincheira señala que “es necesario que, a través del conocimiento científico, la población entienda qué son las vacunas, cómo se generan y cómo actúan sobre nuestro cuerpo, de manera que se pierda el miedo y se aprecie el aporte de los científicos que han trabajado arduamente por cada uno de nosotros”, concluye.

Libros recomendados

-Mitofísica: mitología y física, caos y orden del cosmos, Margarita Ovalle e Igor Saavedra.

-Conjeturas y Refutaciones, Karl Popper.

-La estructura de las revoluciones científicas, Thomas Kuhn.

-La metodología de los programas de Investigación Científica, Imre Lakatos

-Pseudociencia e Ideología, Mario Bunge.

-Sobre la Charlatanería, Harry Frankfurt.

-Ciencia y seudociencias: realidades y mitos, Inés Rodríguez Hidalgo.

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