Humanidades

Las preguntas de las humanidades. Su espacio e importancia

Pese a que parecieran estar fuera del paradigma de la era digital, las humanidades son esenciales en nuestra sociedad y, aquí, diversos especialistas abordan su labor crítica, el error que ha significado distanciar estas disciplinas de las científicas y los prejuicios a los que se enfrentan. 

Por: Diario Concepción 20 de Junio 2021
Fotografía: Archivo.

Ximena Cortés Oñate

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Pareciera existir una creencia contemporánea, fuertemente arraigada en la sociedad, que identifica a la verdad con la ciencia. Un entusiasmo por ella que pareciera dejar fuera de lugar a las humanidades, lejanas al paradigma de la era digital que vivimos.

Lo cierto es que las humanidades ofrecen una aproximación a la experiencia humana, permitiéndonos establecer los debates esenciales sobre las bases de nuestra sociedad. Ellas buscan también una verdad, aunque quizás la más difícil de alcanzar.
Para Mauricio Ostria, el término humanidades puede entenderse desde varias y plurales perspectivas y, por tanto, “adquirir múltiples y diversos sentidos: tradicionalmente, las humanidades o estudios humanísticos eran las disciplinas que tenían por objeto estudiar al ser humano, en tanto ser humano; en otras palabras, aquello que hace que el ser humano sea lo que es”.

Profesor Emérito de la Universidad de Concepción, y Miembro de la Academia Chilena de la Lengua, el Dr. Ostria sostiene que “una de las primeras preguntas que se hacía (y hace) la filosofía es: ¿qué es el hombre? Tradicionalmente, se han considerado dentro de las humanidades, además de la filosofía, los estudios literarios, la lingüística, los estudios históricos, la antropología y los estudios sobre mitos y religiones, entre otros”, sostiene.

No obstante, señala, “debe reconocerse que también las ciencias, incluidas las matemáticas, la física, la química, la sociología, la economía, etc. son disciplinas humanas, en cuanto desarrollan saberes de los humanos acerca de la humanidad y sus relaciones con el mundo (lo físico, lo psíquico, lo matemático, etc.) y de los humanos entre sí (la sociología, la economía, las ciencias políticas, la historia…)”.

La directa relación con el ser humano, con lo humano, es también lo que rescata María Luisa Brantt de la noción humanidades. “Este concepto nació en el Renacimiento con el movimiento denominado humanismo, aplicado al cultivo del estudio de las disciplinas tales como la filosofía moral, la retórica, la poesía, la gramática y la historia”, señala la académica del departamento de Filosofía de la Universidad Católica de la Santísima Concepción.

La Dra. Brantt agrega que, además, con el correr del tiempo “adquirió el enfoque de la creación y la acción libre, con una visión enfocada en la comprensión de la totalidad del conocimiento. Pero, en el siglo XVIII, con la revolución científica, se pone en cuestionamiento a las llamadas humanidades, por no tener un rápido avance, como sí lo tenían las ciencias exactas”.

“El cómo pensamos, en relación no con un pensar meramente productivo, sino reflexivo, es esencial para poder comprendernos mejor desde nuestra individualidad en conexión con las y los otros en sociedad y en el mundo”. María Luisa Brantt

Para la filósofa, desde la contemporaneidad nos podemos dar cuenta de que este cambio de paradigma “ha sido un error, no teniendo que primar la una por sobre la otra, sino que, ambas deben complementarse para el análisis de lo que comprendemos por realidad”.

Con ella coincide el Dr. David Solís, para quien las disciplinas generalmente consideradas parte de las humanidades, tienen en común su preocupación “por entender el pensamiento humano y los acontecimientos que éste promueve en la lengua, las ideas y la historia misma”. En este sentido, sostiene, “las humanidades no sólo son una contemplación de lo que ya existe, sino que tienen, además, una fuerte inclinación a producir acontecimientos en el arte, en la literatura, en los movimientos sociales y en lo que podríamos llamar ‘acontecimientos del pensamiento’.

A juicio de este profesor de filosofía de la Facultad de Estudios Teológicos y Filosofía de la Universidad Católica de la Santísima Concepción, en casi todas las disciplinas humanistas el factor creativo es muy importante. “Por lo mismo, no podrían tener una actitud lejana y fría acerca de qué es lo humano, sin responder de alguna manera la pregunta sobre quiénes somos”, sostiene.

Laura Benedetti concuerda con ellos. La Doctora en Historia y Jefa de Carrera de Licenciatura en Historia de la Universidad de Concepción coincide en definir las humanidades como las ciencias que se centran en el hombre y las mujeres, “aquellas que nos llevan a reflexionar sobre la naturaleza humana, su historia y sus diversas manifestaciones culturales”.

A su juicio, las humanidades deben ser fundamentales en toda sociedad. Sin embargo, lamenta, “en la nuestra, son altamente subvaloradas ya que no constituyen -en la mirada generalizada- una fuente de riqueza, pues el materialismo ha colmado todas las esferas cotidianas y el pensar y no producir en términos económicos se considera innecesario”.

“En nuestra sociedad las humanidades son altamente subvaloradas, ya que no constituyen una fuente de riqueza, pues el materialismo ha colmado todas las esferas cotidianas y el pensar y no producir en términos económicos se considera innecesario”. Laura Benedetti

Cada vez más perplejos

Para Ostria, “el rol de las humanidades en el mundo contemporáneo sigue siendo importantísimo (a pesar de las apariencias)”. Otra cosa, dice, es que no les otorguemos la necesaria trascendencia.

A su juicio, “lo que sucede es que se tiende a restringir el concepto y el rol de las humanidades a disciplinas como la literatura, la lingüística, las artes…; pero ellas lo cubren todo y son relevantes en toda formación verdaderamente humana. Vivimos en sociedades ‘deshumanizadas’ porque hemos perdido la noción del vínculo fundamental entre el ser humano y el mundo”, señala coincidiendo con Benedetti.

Brantt concuerda en que es clave considerar a las humanidades en la escena de nuestra sociedad actual. “El cómo pensamos, en relación no con un pensar meramente productivo, sino reflexivo, es esencial para poder comprendernos mejor desde nuestra individualidad en conexión con las y los otros en sociedad y en el mundo”, señala.
Solís es también de la idea de que las humanidades deberían jugar un papel aún más importante en nuestra sociedad. “Es evidente que los avances científicos y tecnológicos tienen un protagonismo mayor, por la presencia cotidiana que están teniendo en nuestras vidas y por la forma en que han cambiado nuestras rutinas. Es todo un evento el lanzamiento de un nuevo aparato móvil, pero pasa un tanto desapercibido el lanzamiento de las obras completas de un gran poeta, por ejemplo”, señala.

Según el filósofo, ambos eventos son importantes y ha sido un error separarlos. “En este olvido. los que nos dedicamos a las humanidades podemos tener bastante culpa. ¿Por qué nunca se ha pensado en una técnica que pudiese encontrar en la sabiduría de la poesía, el arte y la filosofía su fundamento? ¿Por qué no se podría pensar el avance tecno-económico de un país con los fundamentos de sus poetas, filósofos e historiadores? Si este crecimiento de los medios técnico-científicos no viene acompañado de una reflexión sobre la totalidad de lo humano -aquello que las humanidades hacen desde cientos de años- cada vez estos aparatos nos parecerán todo lo útiles y portentosos que se quiera, pero serán parte de un mundo ajeno que pareciera funcionar independientemente de nosotros”, sostiene.

“Cada vez nuestros refrigeradores y televisores son más inteligentes, y nosotros nos volvemos cada vez más perplejos. Estamos llenos de artefactos brillantes y alegres que son observados y usados por gente muy triste. Hemos creado un Frankenstein técnico que no habla nuestro idioma y nos termina dando órdenes”, reflexiona Solís. En la misma línea, señala que estamos rodeados de aceleración y simultaneidad, pero con cada vez menos tiempo. “Cada vez con más información, pero cada vez más desorientados. Cada vez con más medios de comunicación, pero cada vez más aislados y solitarios”.
Nuestro error, asegura, ha sido creer que la sabiduría de la ciencia y la técnica, y la sabiduría de las humanidades, deberían caminar separadas. “Creo que podríamos pensar en una ciencia y en una técnica llena de arte y pensamiento, así como en unas humanidades que no rehuyeran de la técnica. Descartes, Pascal, Leibniz, entre tantos otros, pudieron ser grandes científicos y, además, grandes humanistas. Sus aportes científicos no estaban alejados de sus propuestas de sentido moral y cívico”.

Para Solís, ese espíritu de los grandes humanistas, científicos y sabios deberíamos retomarlo, “no para adquirir un saber enciclopédico, sino para hacer una tecno-ciencia que no sólo piense en aumentar pixeles o lo que sea, sino que sea pensada para mejorar la vida. Los refrigeradores y las plantas generadoras de energía podrían ser creadas por ingenieros, pero en conjunto con filósofos, poetas, historiadores y artistas. Es verdad que esto último suena bastante extravagante, pero tengo la esperanza de que, con el tiempo, no suene tan extraño”.

Nuestra sociedad hoy se encuentra pobre de pensamiento, complementa Brantt. “Que no se mal interprete la idea; quiero decir, faltos de pensamiento reflexivo. Estamos viviendo una fuga del pensar como nos dice el filósofo alemán, Martín Heidegger, quizá porque el pensamiento reflexivo reclama muchas veces un mayor esfuerzo, tomando en consideración lo propio, lo que nos compete”, dice.

De ahí, agrega, la importancia actual de las humanidades, ya que su rol social y político es innegable. “Los seres humanos necesitamos estar en constante construcción de nuestro mundo, y que éste no se vea amenazado por nuestra propia destrucción en relación con una tecnología y producción irreflexiva”, dice.

Para ella, se necesita de orientación, “que nos ayude a distinguir los fines y metas requeridas, en donde el plano práctico no puede quedar desconectado del plano teórico y, a su vez, el teórico debe estar directamente relacionado con la sociedad. Por ende, es esencial considerar a las humanidades para guiar de mejor forma el desenvolvimiento de nuestra existencia en el mundo”.

Complejo de inferioridad

La idea de que las humanidades sólo reflexionan sobre cuestiones que no son relevantes para el presente; el creer que están divorciadas de la realidad cotidiana, son algunos de los prejuicios que identifica Benedetti sobre ellas.
Brantt propone desmitificar dos prejuicios macros que identifica: “El primero es que quienes nos dedicamos a la tarea del pensar, no estamos en conexión con la realidad. El error ha sido pensar que el pensamiento teórico debe quedarse encapsulado, en una especie de Olimpo al que sólo algunos eruditos pueden llegar”.

Este es un tema que hay que derribar, dice, pues “las humanidades tienen directa relación con el ser personas, y una tarea social y política que cumplir; por ende, tenemos que ocuparnos de pensar reflexivamente, pero ‘en el plano práctico’, ‘en el mundo’, desde nuestro contexto socio-histórico. No fuera de éste”.

El segundo prejuicio o error, continúa, ha sido pensar que las humanidades tienen escasa aplicabilidad en el plano práctico, contraponiéndolas con el desarrollo acelerado de la tecnología. “Hoy nos damos cuenta de que la tecnología, desconectada del proceso de humanización, nos hace estar en un planeta, por ejemplo, contaminado, donde prima la explotación y más aún la autoexplotación; transgrediéndose la libertad individual que se ha conducido a una pura superficialidad, en donde las relaciones humanas se han visto gravemente afectadas, tomando prevalencia la angustia y la incertidumbre. Es aquí donde debemos retornar a la tarea del pensar reflexivo, pero en directa conexión con el plano práctico”.

Al respecto, Ostria reconoce que existe mucha gente que practica las humanidades encerrada en una biblioteca y dedicada exclusivamente al estudio de textos o a la investigación y/o construcción de objetos históricos o artísticos. Sin embargo, dice, ¿no hacen lo mismo los físicos, químicos, biólogos, y, en general, los hombres y mujeres de ciencias?

Esto ocurre, sostiene, porque “todas las disciplinas (humanísticas, sociales, científicas, etc.) suponen dos momentos o aspectos: el de la observación o lectura del objeto y su posterior estudio, y el de su aplicación y difusión. Y aquí debe entenderse no sólo la publicación y difusión de resultados, sino sus proyecciones educativas y sociales”.
Para el literato, es en este aspecto donde entran en juego instancias como las educativas, políticas y comunicacionales. “Debe asumirse la responsabilidad social de las humanidades y las ciencias en la vida personal, comunitaria y social. Así se enriquecerá la cultura como actividad humana y social y las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza que nos da y sostiene nuestra existencia”, señala.

Solís es más radical. A su juicio, los humanistas han sufrido un gran complejo de inferioridad. “Viendo, desde siglos, el gran éxito -económico y social- de las ciencias, las humanidades han querido -aunque no siempre, eso sí- hablar en voz baja y sólo para algunos escogidos, para un grupo selecto. Aquí se manifiesta un gran error. Las humanidades deben destacar su importancia, no por orgullo herido, sino porque los hechos muestran que la tiene”, señala.

Para ejemplificar sostiene que, si alguien quisiese -como han querido- ordenar que no se enseñe filosofía en los colegios, en su misma propuesta anti-filosófica ya se está proponiendo una especie de filosofía. “Es la mala filosofía de la antifilosofía. En todas nuestras acciones y decisiones hay una propuesta -buena o mala- humanista o que refleja nuestra concepción de qué es lo humano. Si esta propuesta es inevitable, lo mejor es que sea una propuesta buena y meditada. Y aquí las humanidades tienen un campo inmenso para trabajar”, dice el filósofo.
Para él, la historia sería muy diferente sin la influencia de Homero, Aristóteles, Dante, Tomás de Aquino, Lutero, Marx, Adam Smith, Tolstoi, Kant, entre muchos otros.

“Las humanidades son mucho más que un grupo de saberes especializados y académicos, ellas podrían ser muy capaces de crear una cultura. Nadie puede negar la influencia de las humanidades en la historia. No se trata de pedir quejumbrosamente que nos presten atención, sino de reelaborar y trabajar sin complejos una herencia riquísima y retomar la misión que siempre han tenido las humanidades, la de intentar señalar qué significa ser humano y qué sentido -y alegría- tiene seguir siéndolo”, concluye Solís.

Libros recomendados

El amor a las letras y el deseo de Dios, Jean Leclercq. Ediciones Sígueme, 1965.
-Clío: diálogo entre la historia y el alma pagana, Charles Péguy. Ediciones Cactus, 2009.

La Ilíada o el poema de la fuerza: Simone Weil. 1940

Paideia: Los ideales de la cultura griega, Werner Jaeger. Fondo de Cultura Económica, 1962.

Gelassenheit, Martin Heidegger

Ética Nicomaquea, Aristóteles.

La sociedad del cansancio, Byung-Chul Han. Editorial Herder, 2017.

¿Qué es el hombre?, Martín Buber. Fondo de Cultura Económica, 1950.

El hombre y su lenguaje, Eugenio Coseriu. Gredos, 1992.

Naturaleza y cultura, Claude Lèvi-Strauss.

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