Editorial

La frágil democracia de las redes sociales

Un analista de las comunicaciones declara que la salud de las democracias depende en buena medida de la transparencia y disponibilidad de la información y de la capacidad de los ciudadanos para entenderla y analizarla.

Por: Editorial Diario Concepción 09 de Diciembre 2019
Fotografía: Pexels

Los incesantes y omnipresentes mensajes de las redes sociales pueden representar con bastante aproximación la contemporánea versión de los cantos de sirena, es el riesgo de disponer de una de las herramientas comunicativas más poderosas de la historia, un poder que ha cambiado la forma de vida de la sociedad, que permite conectarnos sin barreras de distancia en tiempos reales, pero sería ingenuo pensar que un poder así no tenga severos riesgos e inconvenientes.

En la sociedad actual, existe un problema de adicción a las redes sociales, por familiar y cotidiano su empleo se convierte en un referente y un puente creíble de contacto con el mundo exterior, no pocas veces con pérdida de juicio crítico, un estudio realizado por la Universidad de Harvard, por ejemplo, indica que el uso de las redes sociales activa la misma zona cerebral que el activado por las drogas. Sin embargo, el riesgo mayor es que las redes pueden llegar a ser un mundo de mentiras de impacto devastador.

El mundo digitalizado tiene el potencial de transformarse en una nueva forma de ejercer la democracia, definida esta como el derecho a manifestar opinión en la asamblea de ciudadanos, las visiones distintas de lo que debe ser el orden social y las políticas a seguir, aunque se espera que éstas sean racionales y pacíficas, bajo la condición sine qua non de que todas las partes estén dispuestas a aceptar las reglas, resguardo que deja abierta la posibilidad de uso indebido, no solo por intención premeditada de usar las redes para propósitos espurios, sino mayormente porque las visiones pueden ser parciales, o superficiales, o basadas en información incompleta o incomprendida.

Lamentablemente, para los tiempos de la prisa, los textos más trascendentes, los informes más serios o los análisis más profundos son también más extensos, con el formato tradicional de introducción, análisis argumentales y conclusiones, que difícilmente armonizan con el formato de rápidos y breves mensajes digitales, las formas de comunicación que caracterizan nuestra época, con el riesgo siempre presente de reducir la comunicación a un mínimo insuficiente para adoptar decisiones complejas, toda vez que los mensajes suelen ser exabruptos vehementes, públicos y, muchas veces, anónimos, una característica que puede manipular la opinión pública.

Un analista de las comunicaciones declara que la salud de las democracias depende en buena medida de la transparencia y disponibilidad de la información y de la capacidad de los ciudadanos para entenderla y analizarla. Aceptado lo anterior, es insuficiente actuar por el solo acúmulo de frases cortas, ingeniosas o sonoras, cuyo propósito es más bien captar la atención y capturar pensamientos afines, que aportar razonamiento responsable y basado en evidencia confiable.

Los actos democráticos que tienen como base esta poderosa influencia podrían resultar de una severa fragilidad, ya que en la multiplicidad de mensajes que se multiplican sin interrupción en las redes sociales puede haber una confusión entre lo real y lo ficticio, entre lo trascendente y lo superfluo. La formación ciudadana, la cobertura amplia de contenidos, el debate y el pensamiento crítico debe acompañar de cerca la génesis de las grandes decisiones nacionales, como está ocurriendo ahora mismo, instancia en la cual se está escribiendo un nuevo capítulo de la historia de nuestro país.

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