Economía y Negocios

El último de los afiladores de cuchillos del Gran Concepción no quiere retirarse

Todos los días recorre las calles haciendo sonar su flauta. Lamenta que este antiquísimo rubro esté en peligro de desaparecer.

Por: Felipe Placencia 16 de Agosto 2018
Fotografía: César Herrera V.

Un hombre arrastra un extraño armatoste de metal. Hace sonar una flauta y de pronto uno a uno los penquistas salen de sus casas para entregarles sus cuchillos.

Rápidamente los toma y mira detenidamente, y pasa su dedo índice por los bordes. “Están malitos”, comenta. Y añade: “yo los dejaré impecables”.

¿De quién se trata? “Soy uno de los últimos afiladores de cuchillos que van quedando. Provengo de siete generaciones que se han dedicado a esto y seré el último. Tengo hijas y están en otras cosas”, explica Francisco Vásquez, quien ha ejercido este rubro desde los nueve años.

Precisa, eso sí, que durante su vida trabajó también en otra área que prefiere mantener en reserva.

No obstante, su alma de afilador hizo retomar la tradición familiar. Más que un oficio, lo considera un verdadero arte. No por nada los peatones lo miran con sorpresa.

“Hace tiempo que no veía esto”, dicen. Y puede que con el tiempo no lo vean más.

“Vamos quedando pocos. Hoy creo que no somos más de tres por acá y a nivel nacional no sobrepasan los 30,” revela Vásquez, con un tono nostálgico, pero firme.

Se trata de un hombre que conoce las rudezas de la calle. “Una vez en Temuco me quitaron todo. La máquina y las ganancias. Hay gente mala”, lamenta, mientras da muestras de su talento de “amolador”. “Así se llama esto en realidad. Los amoladores, pero comúnmente nos dicen afiladores”, asegura Vásquez.

Francisco Vásquez, amolador que ha ejercido este rubro desde los nueve años.

Valores

Revela que no le va mal y que las ganancias, eso sí son materia de discreción profesional.

Y no se queja. “Según los tamaños cobro entre $800 y $1.000. Poco más. Todo depende del artefacto”, afirma mientras va limpiándolos con un paño para quitar los restos de acero que se desprenden en el proceso.

Su recorrido por los barrios es variado. Una semana se dedica al centro de Concepción. Otra en alguna comuna en particular y así sucesivamente.

“Tengo harta clientela. Casas, negocios, restaurantes sobre todo. Pega no me falta”, cuenta Vásquez.

Igualmente afina otras herramientas. Hachas, por ejemplo. ¿Lo más raro que le han solicitado? “Me han pedido que les arregle sables, espadas y corvos. Gente que colecciona”.

Retiro

Y si bien tiene 68 años, asevera que no se quiere retirar todavía, ya que siente que hay cuerda para rato.

“Llevo 55 años trabajando. No quiero parar. Aunque en algún minuto lo tendré que hacer. Es entretenido lo que hago”.

Las satisfacciones de conocer Chile le han alegrado la vida. “He conocido mucho. He salido de mi burbuja. En el verano me voy a Los Ángeles, Valdivia, Osorno, Puerto Montt”, enumera y alza la vista al cielo.

“Esta máquina que tengo la hice con mis propias manos . Aprendí en una que era del papá de mi abuelo. Una que tiene más de 135 años, imagínese”, susurra.

Y agrega: “Ahora tengo que avanzar. Aunque llueva, truene y haga frío, debo seguir haciendo lo que mejor sé hacer. Hasta cuando pueda”.

Francisco Vásquez, entonces, se va sonriendo. Dobla la esquina.

La lluvia comienza a caer. – ¿Oiga y quién es ese que entrevistó?, ¿es un famoso?, pregunta un transeúnte. – Es el último afilador de cuchillos de Concepción.

Etiquetas