Cultura y Espectáculos

El patio de atrás: Los panaderos del reino

Por: Diario Concepción 09 de Octubre 2019
Fotografía: Andrea Mahnke

Por S Niño / Ilustración por Andrea Mahnke

Érase una vez un reino no tan lejano, donde se daba muy bien el trigo y que, por lo mismo, era famoso por el pan que allí se preparaba.

En la capital de este país, cada madrugada se podía ver a los mejores panaderos del mundo correr a encender el horno de sus panaderías, para que muy temprano sus habitantes pudieran tener el mejor desayuno.

¡Ay! Y en cuanto a variedades, este cuento no daría abasto para enumerarlas. En este lugar se hacían enormes y esponjosos panes de cáscara dorada, otros bollos redondos con sabores de queso, de almendras y hasta de caramelo. Por supuesto se hacían también panes largos, panes con forma de triángulo y, si lo pedías en tu panadería con anticipación y llevabas tu foto, hasta hacían un pan con tu retrato.

Simplemente, increible.

En esta ciudad vivía un panadero muy sencillo, apenas tenía un horno pequeño. Este hombre, llamado Bastián, tenía un hijo que todos los días, al llegar de la escuela, lo ayudaba. Se llamaba, Ulises y a el le encantaba jugar con la harina cuando no lo estaban mirando.

A veces, ¡dejaba todo el lugar empolvado! Pero Ulises siempre se preocupada de ordenar después, porque era muy cuidadoso.

Un día en que Ulises estaba amasando con su papá, tocaron a la puerta.

Era un guardia del palacio, que requería la inmediata presencia del panadero ante el rey. El motivo, explicó muy brevemente el soldado, era importantísimo, y por lo mismo urgente: el rey había recibido visita de un importante condado vecino, y querían agasajar a los invitados con lo mejor del país.

O sea, había que preparar una estupenda once.

Bastián dejó a Ulises a cargo del horno y enfiló al palacio real, con todas las ganas de sorprender a los convidados.

Cuando llegó, vio a los mejores panaderos de la ciudad, que estaban preparando sus recetas.

Eso sí, se dio cuenta de que el ambiente no era muy de fiesta.

El Rey estaba enojado, porque los panaderos, a pesar de hacer sus mejores esfuerzos, no lograban complacer a los invitados.

Ni los enormes y esponjosos panes de cáscara dorada, ni los bollos redondos con sabor a queso, almendras o caramelo parecían gustarle al conde y su hija.

Cuando llegó el turno de Bastián, se preocupó mucho.

Pensó, la verdad, que tenía una difícil tarea frente a él.

– ¿Qué hago?, se preguntó.

Entonces recordó a Ulises, que seguramente ya se había desocupado con la horneada que lo dejó preparando en casa. Y lo mandó a llamar.

“Si tengo que hacer el mejor pan del reino”, le dijo al soberano, “entonces necesito al mejor ayudante que haya en la ciudad. Necesito a Ulises”, le contó.

El Rey mandó prontamente a buscar al ayudante que, tal como pensaba su padre, había ya acabado de hornear la masa que tenían en casa.

Lo que pasó después se convirtió en una leyenda en este reino. Porque Bastián y Ulises prepararon juntos una masa muy delicada, esperaron que reposara y cuando salió del horno, deleitaron a todos los comensales.

¡El conde y su hija pidieron repetición!

Los demás panaderos, que estaban un poco celosos, le preguntaron a ambos cuál era su secreto, dónde estaba la particularidad de su receta.

“Es que hay cosas que hay que hacer acompañado para que salgan bien”, respondió, muy seguro, Ulises.

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