Cultura y Espectáculos

Crítica de cine: El Cascanueces

Ésta es una adaptación del cuento y del ballet, y así como suena la premisa y el título, es un derroche de ideas que nunca encuentran un propósito común.

Por: Esteban Andaur 11 de Noviembre 2018
Fotografía: Disney

El cuento El Cascanueces y el rey de los ratones no dejará de ser adaptado a diferentes medios. Jamás. El ballet con la música de Chaikovski es lo primero que suele venirse a la cabeza cuando uno piensa en la historia y sus personajes. De hecho, una de las piezas más populares de la clásica cinta animada de Disney Fantasía (1940), es el número basado en el ballet, y ha trascendido como una de las representaciones más populares.

Y es eso, la popularidad, lo que Disney más busca alcanzar adaptando el cuento navideño a un largometraje en imagen real. Por supuesto que Disney vio en El Cascanueces la posibilidad de expandir su merchandising de muñecas de princesas y juguetes de reyes, reinas, soldados, ratones y, bueno, variaciones del personaje del título. La película El Cascanueces y los cuatro reinos (2018) era la excusa perfecta para tal propósito.

Tan excesiva y desorientada como el propio título, hasta cuenta con dos directores en los créditos: Lasse Hallstrom, se encargó de la mayoría de la producción, y Joe Johnston dirigió regrabaciones. Pese a sus esfuerzos, los baches son evidentes.

Mackenzie Foy interpreta a Clara Stahlbaum, una niña excéntrica y curiosa, y suele caminar como atrasada a un baile en la corte del príncipe. Durante una fastuosa fiesta navideña, se aleja de la multitud y llega a adentrarse en un mundo mágico y fantástico. Los habitantes de este mundo nuevo son versiones humanizadas (y algunas antropomórficas) de los juguetes que conoce y de los animales que la fascinan, como el Cascanueces del título e incontables ratones.

Ahí existen cuatro reinos, los cuales eran regidos por la madre de Clara, Marie, antes de que diera a luz a sus hijos y muriera hace poco tiempo. Los reinos han estado en pugna desde entonces, y de pronto Clara se ve envuelta en una trama donde la caja musical con forma de nuez que su madre le dejó como regalo de Navidad antes de morir, y la llave para abrirla que se encuentra en el más peligroso de los reinos, sellarán el destino de este extraño paraíso de juguetes, animales y hadas.

CRÍTICA DE CINEEl Cascanueces, interpretado por el carismático actor novato Jayden Fowora-Knight, nunca justifica su predominancia en el título, puesto que Clara y Sugar Plum, el hada del Primer Reino de los Dulces, tienen asignado casi todo el protagonismo. El Cascanueces es marginado a ser el mejor amigo de la ahora princesa, y ayudarla a cumplir su misión… ¿de salvar los reinos? Si a nosotros no nos importa, ¿por qué a ella? Nuestra heroína carece de identidad, siendo el mero boceto de un personaje en lugar de un ser humano realizado.

El filme toma su mayor inspiración de Alicia en el País de las Maravillas (2010) de Tim Burton, pero ésa tenía un mejor control estético en cuanto a la visualidad y el sentido del humor, y los personajes eran alocadas creaciones que conseguían ganarse nuestro afecto e interés. En cambio, aquí tenemos a grandes actores, como Morgan Freeman, Helen Mirren, Keira Knightley, Matthew Macfadyen (ésta podría haber sido una gran reunión entre los protagonistas de Orgullo y prejuicio [2005], mas Knightley y Macfadyen no cuentan con escenas donde interactúen), y el guion nunca les da nada que hacer.

Mirren está enérgica como Mother Ginger, la suspicaz regenta del Cuarto Reino de los Pasatiempos, pero su personaje sólo es actitud, ella no aparece mucho en el metraje, y nos quedamos sólo con su maquillaje de muñeca de porcelana quebrada y un grueso pelo cobrizo. Knightley tiene la oportunidad de explorar una sensibilidad chillona y muy afectada con Sugar Plum, y es un descanso en su filmografía que se permita un papel tan relajado en exigencia dramática y excesivo en artificialidad. Sugar Plum es memorable en lo visual, desde su atuendo y alas de mariposa, y su peinado rosado como el algodón de azúcar. Empero, los arcos de estos dos personajes, que, por cierto, se cruzan hacia las escenas finales, están construidos a base de clichés, al igual que cada otro desarrollo predecible y lento en ejecución que vemos en la pantalla. Y vemos, además, el vicio de enfrentar a dos mujeres poderosas para nuestro esparcimiento superficial.

Hablando de los fotogramas, el diseño de producción y el diseño de vestuario (este último a cargo de Jenny Beavan, ganadora de un Óscar por su trabajo en Mad Max: Furia en el camino [2015]), es descollante en esfuerzo creativo. Pareciera que cada píxel de cada plano contuviera alguna cosita diseñada meticulosamente; las imágenes lucen así de saturadas de información. Los realizadores nos exigen demasiado en vano, sobre todo porque la historia que no hace nada nuevo ni entretenido, como para que nos preocupemos de interpretar el diseño ostentoso.

Antes de que se desencadene la guerra (que tiene que haber, si no, no sería un filme de aventuras), el guion es pura exposición: cómo este personaje llegó a esto, cómo consiguió esto, quién conoció a quién, etc. Entre medio hay un par de chistes, reciclados de mejores fuentes y que no funcionan porque están desgastados y porque nada en la narración nos afecta.

Hay imágenes que pienso serán perturbadoras para niños muy pequeños. Por ejemplo, un ratón gigante compuesto de cientos de ratoncitos que aterroriza a la princesa Clara y al Cascanueces en el bosque del Cuarto Reino. O unos bufones en la tienda de Mother Ginger, que se abren como matrioskas. Son aterradores en su intento de ser graciosos, pues pensamos que Mother Ginger es la villana. Admiré el diseño de estos personajes (gracias, Jenny), pero desconfiamos de ellos, y el sentimiento de incomodidad se verá incrementado en niños pequeños.

El Cascanueces a lo Alicia deriva, asimismo, en un giro argumental siniestro y gratuito, aunque predecible; los guionistas no encontraron una forma mejor de generar tensión dramática, que forzando este giro y traicionando la buena fe de los espectadores tras las sucesivas y largas introducciones al sinnúmero de líneas narrativas abigarradas. Consiste en otro cliché, y quizá por lo mismo me hizo sentir peor, debido a su nulo aporte. Y termina en un castigo, no en una evolución. Sumémosle a esto la niña intrépida, su madre muerta, su padre deprimido, sus hermanos inútiles, ¡y éste es un entretenimiento navideño, lector!

Sí, la Navidad también está incluida en la mezcolanza. Claro, se debe al cuento original de E.T.A. Hoffmann, mas este filme nunca especifica qué pinta el Nacimiento de Cristo en todo esto. ¿Tenía que estar esta aventura ambientada en Navidad? Ah, tienes razón, la fecha se acerca. ¡El merchandising! Y una lechuza tiene que vigilar desde el aire que nada malo le ocurre a la princesa. La lechuza vuela. OK.

Mejor volvamos a Fantasía. Hubo un plano, luego de que Sugar Plum y Clara se sentasen a ver el ballet de El Cascanueces, que me recordó a la cinta animada. Es un plano simple de las siluetas de una orquesta a punto de tocar, con un fondo amarillo, y rojo y azul en los extremos. Su simpleza es sobrecogedora, tomando en cuenta el derroche de información visual que lo precedió, y que lo va a suceder, y parece extraído directamente del clásico de 1940.

La estética es atolondrada y baladí, y sentí sólo un letargo salpicado de un almíbar espeso. Hasta creo que a la palabra <> le daría sueño que yo la usara en esta crítica. Lo crucial, sin embargo, es que la <> que El Cascanueces y los cuatro reinos intenta elaborar, la hemos aprendido antes, muchas veces antes, tanto en la literatura como en el cine, y en relatos edificantes, con valores claros.

Ésta debió ser una película animada, y esas siluetas, inmediatas y limpias, nos sugieren que un guion menos ambicioso y, bueno, con alguna dirección, habría logrado decir algo sustantivo, conmovedor. Y entretenido.

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