Cultura y Espectáculos

Petit-Frère

El documental de Miradoc, estrenado en Sanfic 14, tendrá una de sus últimas funciones este martes 25 a las 19 horas en la Alianza Francesa, y contará con la presencia de uno de sus directores en un Cineforo.

Por: Esteban Andaur 23 de Septiembre 2018
Fotografía: Referencial

Wilner Petit-Frère es un inmigrante haitiano que inicia una organización para compatriotas inmigrantes, para que conozcan las posibilidades de vivir en Chile, aprendan quizá una profesión, y establezcan redes entre ellos. Su iniciativa es encomiable, y es el héroe elegido por los realizadores Roberto Collío y Rodrigo Robledo para su primer largometraje documental Petit frère (2018). Tomaron el apellido de Wilner, le quitaron el guion, y lo que resultó fue la expresión en francés que significa <<hermano menor>>, que es aplicada a los compatriotas del protagonista. Él representa a los suyos.

Escuchamos su voz en una recurrente narración en off, donde nos explica sus curiosos descubrimientos de la vida chilena: desde su encuentro con un perro detector de bombas en La Moneda, nacido en Haití, hasta el filme más antiguo preservado en Chile, donde las personas bailan cueca, el baile nacional.

En su elocuencia jovial, nos percatamos de que está contento de vivir en nuestro país. Dejar la tierra natal es algo doloroso que quita mucha energía; por lo tanto, su optimismo le ha permitido a asumir el liderazgo en su comunidad.

A lo largo del metraje, lo vemos en medio de la redacción y diagramación de un boletín que prepara en específico para sus hermanos menores. Recibe la ayuda de un chileno a cargo de una imprenta. El boletín está escrito en su lengua materna, el creole. Sin embargo, aquí hay datos que los directores no nos entregan. Por ejemplo, ¿le paga Petit-Frère al chileno de la imprenta, con quien se lleva muy bien? ¿De dónde saca la información con la que prepara el periódico, la extrae de la web o va a la biblioteca? Desde luego que vive en carne propia mucho de lo que declara en la publicación, pero necesitamos ese detalle para formarnos una imagen de él, y de paso de los demás inmigrantes, para entender bien cómo viven.

En cambio, Collío y Robledo nos muestran a un diminuto auto con un radar giratorio, que desplazándose de forma autónoma por una tierra desértica; las imágenes son marrones, como si estuviéramos en otro planeta. El ínfimo auto tiene simula, metafóricamente, una expedición a Chile como si fuera Marte, país donde se ha encontrado agua, aunque no pruebas de vida inteligente; y el clip noticioso en que se informa al respecto de este hallazgo planetario, es visionado por una mujer haitiana que recién ha dado a luz aquí.

Ya se alistan viajes a Marte con humanos para analizar una posible colonización, ¿tal como los haitianos vienen acá? Esos humanos serían los extraterrestres del planeta rojo; entonces ¡son los haitianos nuestros extraterrestres?

De hecho, recordé que en Europa existe una ironía popular sobre la ola de inmigrantes allá, donde éstos son tratados como extraterrestres, debido a las reacciones de indignación de parte de algunos europeos. Y habría sido interesante e ingenioso que un punto de vista similar hubiera sido elaborado por los directores de manera más explícita, ya que la imagen del auto recorriendo el desierto hasta llegar a la vega de Lo Valledor, donde trabajan varios haitianos, se vuelve repetitiva.

La mujer que da a luz escucha otra cosa en las noticias, sobre un caso de violencia infligida a uno de sus petit frères por un colega de la vega. Sólo vemos su rostro acongojado, pero no vemos el registro periodístico. Claro, esto nos ayuda a concentrarnos en las emociones de la mujer, mas no es muy útil a la hora de generar una perspectiva retórica.

El tema que Collío y Robledo escogieron para esta película es político, y parece que no lo reconocen. Ellos mismos son chilenos, y tal vez pensaron que si mostraban interacciones de haitianos con otros chilenos (incluso aquellos que son poco amables con la gente diferente), caerían en el patetismo, y que esa visión no sería digna para Petit-Frère y su gente. Y puedo ir más allá y decir que hasta temieron que mostrar eso en su documental, podría aumentar la desconfianza hacia los inmigrantes.

No obstante, en este contexto, enseñarle al público el dolor y las dificultades sociales que padece la comunidad haitiana no es patético ni llorón. Es la verdad. Chile, sin contar la geografía, no es un paraíso, y el mundo está lleno de gente mala y obtusa. Que los cineastas hayan elegido hacer una omisión consciente de estos elementos, crea un discurso deshonesto acerca de la situación.

Las únicas interacciones chileno-haitianas que vemos, se dan cuando Petit-Frère organiza intervenciones públicas, destinadas a brindar alegría y diversión a la gente, sin importar su etnia. Son escenas bellas y graciosas, que nos ponen expectantes por las reacciones que nuestros compatriotas tendrán al ver a inmigrantes no hacer nada más que pasarla bien un rato.

Admiré la ambición en la visualidad, y la fotografía es hermosa. Mas no me conecté emocionalmente, y quise entender mucho más de lo que las viñetas exponían de manera parcial.

Lo que extrañé fueron matices que me permitieran acceder a la realidad de estos hermanos menores. Por supuesto que debemos ser empáticos con nuestro prójimo, pero Petit frère está segura de que será una respuesta natural en sus espectadores, y decide concentrarse más en sus distracciones estéticas e insulsas, que en presentarnos a seres humanos en toda su complejidad y esplendor.

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