Cultura y Espectáculos

La telenovela errante

Raúl Ruiz dejó un proyecto inconcluso antes de morir, que fue terminado por su viuda y montajista habitual Valeria Sarmiento. Es la ocasión perfecta para reencontrarse con la filmografía de este director.

Por: Esteban Andaur 09 de Septiembre 2018
Fotografía: Película

La película comienza con un texto que nos explica que el realizador Raúl Ruiz, una vez recuperada la democracia, viajó a Chile en los 90 para trabajar en un proyecto experimental; luego lo vemos en persona, en un registro en blanco y negro, en el set de dicho proyecto: La telenovela errante (2017), que se estrenó en festivales de cine antes de hacer su estreno comercial este año, beneficiado por el hecho de que su actor principal, Francisco Reyes, está en el mejor momento de su carrera, luego de que Una mujer fantástica (2017) fuera el largometraje nacional más visto en el país durante el año pasado y ganara el Óscar a Mejor Película Extranjera hace varios meses.

El filme de Ruiz quedó inconcluso tras su deceso en 2011, pero su viuda y montajista habitual, Valeria Sarmiento, lo terminó. Por lo tanto, el crédito de la dirección se lo adjudican ambos. Ese detalle conyugal es bien bonito, y sirve como un tierno colofón a esta relación personal y profesional.

Sin embargo, el resultado es extraño. La telenovela errante está siendo promocionada como una comedia, pero luego pienso que así es como se suele denominar a cada trabajo de Ruiz imposible de clasificar. ¿Acaso es un desafío al concepto de comedia? ¿Es tan inasible? Claramente, hay aquí una transgresión intencional a las convenciones de los géneros cinematográficos. Pero ¿tiene algún valor en este caso particular? ¿Y por qué ese título?

Empecemos desde la base de que lo que más identifica a los chilenos en cuanto a términos audiovisuales, no es el cine, sino la teleserie. Es lo que se hace con mayor frecuencia en nuestro país, y suelen ser producciones millonarias, con grandes campañas de publicidad, de emisiones televisivas longevas, y están estelarizadas por actores de prestigio y escritas por guionistas que viven en EE.UU.; es nuestra definición de <<glamur>>. Y Ruiz lo sabe. Por ejemplo, en Palomita blanca (1973) usó una teleserie ficticia como un motivo mordaz. Pero sigo sin entender cuál es la sátira que intenta transmitir esta vez.

Después de la introducción aclaratoria de que estamos ante una restauración y documento histórico, comienza la historia. Los personajes pertenecen a telenovelas específicas, y cada uno ve a través del televisor más cercano la telenovela del otro. Así, el filme está dividido en varias viñetas, denominadas como días en vez de capítulos, siendo cada día una representación de estos programas vespertinos.

Son muchas ideas, ¿no? Pues bien, el visionado me recordó a otra colaboración de los 90 donde Ruiz escribió y dirigió, mientras que Sarmiento se encargó del montaje: Genealogías de un crimen (1997), con Catherine Deneuve. Era suspenso sin suspenso, con una interesante trama de crimen y misterio, a veces surrealista, pocas veces graciosa, con un buen final, y más enredada que un trompo. Era un producto por completo artificial, cuyo propósito era exhibir sus propios engranajes, que admirásemos la forma en que estaban hilvanadas las escenas, como en un intento de ahorrarnos un making of. No obstante, no era una experiencia emocional, y me es difícil admirar una película sin conectarme a ese nivel, porque entonces mis esfuerzos intelectuales por <<entender>> corren el riesgo de ser en vano.

Genealogías de un crimen es vacía, y salí del cine pensando lo mismo de La telenovela errante, otro título pretencioso, para variar. Los personajes son maquetas de sí mismos, no seres humanos de carne y hueso. Hablan diálogos poéticos, que a veces son verdaderas colecciones de figuras retóricas, y las escenas están empapadas de ritmos e intercambios que implican humor. Y si bien hay un par de desarrollos que sólo en matices nimios resultan graciosos, lo que tenemos es sólo la forma del humor; no puede haber risas legítimas si el contenido es ininteligible.

Es palmario que la mayoría del elenco estaban acostumbrados a las tablas, puesto que pronuncian todas las eses y hablan a un volumen más alto del necesario para un filme; pero venían recién saliendo de una dictadura, y nadie los iba a preparar para la pantalla grande. De modo que su desempeño aquí es notable, debido a su compromiso con que su oficio creciera en una época incierta.

La iluminación y la dirección de la fotografía son baratas: el registro es viejo y por eso se ve desgastado, y, aun así, estoy seguro de que la intención era que la imagen se viera fea, y no me convence.

A un nivel intelectual, es impenetrable. La puesta en escena, las palabras, el diseño de sonido… Todo se reduce a símbolos extrañísimos que van en contra de toda lógica; no son más que barreras gratuitas a nuestra sensibilidad y comprensión.

Ruiz poseía una poética individual, en la que no le gustaba el <<conflicto central>> de las películas, y rehuía de un happy end. Por ende, en este trabajo póstumo no hay conflicto de ningún tipo, y tampoco un happy end. Ahora bien, ¿es un final triste, cuando no tiene emociones discernibles, ni un sentido del ritmo? Me imagino que ahora debo percibir un happy end como un milagro del cine, puesto que, al menos, un final así me diría algo.

¿Cuál es la ironía que emerge de las teleseries? ¿Y la ironía es el objetivo? ¿Hay una narración aquí, o entretenimiento, o sustancia? La cinta se opone a todo lo anterior. ¿Con qué fin? ¿Hasta qué punto el nihilismo de un artista es saludable para su obra?

La telenovela errante es el Raúl Ruiz que no me gusta, ya que no me entrega nada. Es pura pose. Es la deconstrucción per se. Con esto, el director ni siquiera se digna excitar nuestros sentidos, sino que, prácticamente, nos dice que si no participamos de su propuesta, es porque somos inferiores a su discurso.

Empero, recuerdo que ésta es una restauración fílmica, y eso basta para recomendarla como una pieza valiosa de nuestra evolución cinematográfica. Porque no puedo recomendarla como película. Mi cuerpo no se alteró, mi mente no se transformó, mi corazón durmió la siesta. Prefiero Palomita blanca.

Etiquetas