César Valdebenito
Escritor penquista
Reconozco que sufro de un delirio de grandeza de corte narcisista, agravado por lo que considero un cuadro de personalidad un tanto ansiosa, casi neurótica. Algo muy propio de los escritores, porque las buenas novelas –lo explicaba el gran H. G. Wells− se crearon para decir la verdad en un contexto de mentiras. Supongo que cada escritor tiene sus manías y fobias. Tengo muy buenos amigos escritores, y lo único que me preocupa es que pierdan el humor que subyace en sus propias manías. Las mías son muy pocas: odio esa historia de que uso tapones y orejeras en mis oídos para escribir sumergido en el silencio más absoluto, pero la historia es cierta: los he usado continuamente desde que dejé de fumar y empecé a ver las películas de Sam Peckinpah y Christopher Nolan y a leer a Tolkien y a Ray Bradbury; los leo para tranquilizarme, es una especie de tranquilizante a la vena.
Pero bueno, ¿las orejeras? Sólo en días de mucha lluvia y de truenos y los días en que el ruido de la calle es insoportable y no puedo concentrarme. A veces las uso porque no soporto el sonido del teléfono, de los aviones o el revoloteo de las moscas. En invierno, antes de sentarme a escribir, me pongo tres suéter, una bufanda, pantuflas y un gorro de lana, además de tener una tacita de café descafeinado con unas gotitas de jerez o coñac. Y siempre tengo a mano las flores de Bach para mantener mi buen humor, mientras espero el momento de ir a la cocina a preparar un jugo de pomelo, piña y frutillas antes de escribir una historia.
¿La idea de que soy un bicho raro por mis hábitos de escribir? Ridículo. Al lado de las cosas salvajes que muchos hacen para inspirarse, soy el ser más normal del planeta. En otoño me despierto a las cuatro de la mañana y trabajo ocho a nueve horas seguidas, el resto del día me dedico a leer, caminar, contemplar el horizonte, disfrutar del viento y del vuelo bellísimo de los pájaros. En verano, escribo en la cama o leo en la playa, creo que Saramago, Capote y Susan Sontag hacían lo mismo. No sé si fumar ayuda a la concentración, pero dejar de fumar la destruye, esto lo dijo Camus. Además dejé el chicle, pues es muy bueno para escribir historias deprimentes.