Cultura y Espectáculos

El multicine es un cuerpo muerto: Un miniensayo

Por: Esteban Andaur 04 de Julio 2017
Fotografía: Archivo

Los multicines penquistas no creen en su público. Nos someten semana tras semana a las superproducciones hollywoodenses, carentes de estilo, trascendencia, importancia, y propósito más allá de vender entradas caras para películas caras. Acaparan todos los horarios en casi la mitad de las salas, y por supuesto que el público va a pensar que es así porque son películas importantes. Eso es sólo la quimera del comerciante.

La realidad es que se hacen más películas en el mundo, de diferentes géneros, perspectivas autorales, en distintos formatos audiovisuales, que ofrecen nuevas propuestas de entretenimiento y están habladas en todos los idiomas imaginables. Hay público para estas películas, sobre todo en Concepcion, supuestamente, <<la ciudad de los artistas>>.

¿Por qué esa actitud derechamente desdeñosa con los clientes? Finalmente, somos nosotros quienes les hacemos el negocio. La pregunta que hay que hacer es: ¿estamos dispuestos a seguir aceptando esto?

Toni Erdmann y Elle, las dos mejores películas de 2016, sólo llegaron al Cine Arte Normandie en Santiago; ni Cinemark ni Cineplanet se dignaron traerlas, ignorando la tremenda recepción crítica que ambos filmes tuvieron en Cannes y en festivales norteamericanos. Silencio de Martin Scorsese, la mejor película estadounidense del año pasado, llegó a Concepción, pero sólo por una semana a la Sala Premier de Cinemark, como para que nadie fuera a verla. Lo mismo pasó con Julieta de Almodóvar hace casi un año.

Hablando de películas de 2016 que llegaron a Cinemark este año, las francesas Frantz y Las inocentes sólo fueron proyectadas en el complejo del Alto Las Condes. Si no las hubieran exhibido allá, por descontado habrían llegado a La Dehesa. Paterson, la primera película de Jim Jarmusch en llegar a salas comerciales chilenas en diez años desde Flores rotas (2006), también llegó solamente al Divino Las Condes.

En Concepción tenemos que conformarnos con los superhéroes y las momias y más superhéroes. Peor lo tiene el complejo Cinemark de Coronel, donde se mantienen <<eternamente>> animaciones insulsas y las siempre mal criticadas adaptaciones de videojuegos; a veces ni los superhéroes caben ahí. Parece que lo peor es reservado para las comunas con recursos económicos limitados y con severos problemas medioambientales, mientras que el cine de mayor valor artístico lo retiene el Magnánimo Las Condes.

Ahora bien, lo anterior es sólo el show patético que monta Cinemark, ya que Cineplanet no pareciera hacer los menores esfuerzos por diversificar la cartelera y darle espacio a la calidad de las historias, que es lo que correspondería en un clima social en que la gente exige más democracia en todo sentido, incluso en lo que ofrece la cartelera cinematográfica en todas las ciudades de Chile (que no es Santiago). Como resultado, la cultura fílmica que consumimos los penquistas es tan putrefacta como un cadáver al fondo de un río.

Como crítico de cine, es doloroso y violento estar obligado a ver (y criticar), exclusivamente, películas que no me interesan y que, aunque haya notables excepciones, ya sé que son malas antes de verlas. Como es mi trabajo, tengo que hacerlo, y la verdad es que en absoluto me quejaría, si la experiencia del visionado semanal fuera saludable, diversa, y que, por lo mismo, nos hiciera felices como espectadores.

Sin embargo, encuentro esperanza en que los espectadores exigirán ver las películas que quieren ver. Se puede hacer escribiendo a las direcciones de correo consignadas en las páginas web de estos multicines, para empezar. Lo que hacen es segregar socialmente a nuestro país, privilegiando a los más privilegiados y descartando a los más abandonados. Pero la solución está en cómo nosotros jugaremos la partida, para insuflar vida y belleza al séptimo arte. Merecemos belleza, necesitamos cine. Luchemos.

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