Cultura y Espectáculos

You talkin’ to me?: Conversando con Paul Schrader, escritor de Taxi Driver

El guionista y director Paul Schrader, anduvo de visita en Chile en el marco del Sanfic, donde se estrenó su último filme, Dog Eat Dog, y presentó personalmente una exhibición de Taxi Driver, su guión más famoso, dirigido por Martin Scorsese.

Por: Diario Concepción 28 de Agosto 2016
Fotografía: imagenPrincipal-3420.jpg

El guionista y director Paul Schrader, anduvo de visita en Chile en el marco del Sanfic, donde se estrenó su último filme, Dog Eat Dog, y presentó personalmente una exhibición de Taxi Driver, su guión más famoso, dirigido por Martin Scorsese.
 

Esteban Andaur
Contacto@diarioconcepcion.cl

Jueves 25/8. 17.20. Me levanté de mi asiento, asado de calor, y me dirigí a la cabina del chofer a preguntar cuánto más tardaríamos en llegar al terminal. <>, me contestó el auxiliar. Quedaban sólo dos cuadras. Dos. Mi frustración era suprema y el calor, opresivo, sumado al hecho de que me había ido justo en un asiento al que le llegaba todo el sol. Llegué al Terminal Collao muy apurado esa mañana y olvidé preguntar por dónde le llegaba el sol al bus. En fin, a dos cuadras del terminal, me bajé y me fui corriendo al metro. Como no pensaba quedarme en Santiago y sabía que no llovería, fui con un polerón azul con cierre, una camisa celeste, y un pantalón caqui claro. Creo que era el atuendo adecuado para usar por sólo veinte minutos en un evento formal.

Me bajé en la estación La Moneda. Ya en la superficie terrestre, le pregunté a un hombre muy viejo y, a simple vista, desaseado y que vendía o lustraba zapatos (no estaba muy pendiente de eso, así que no me acuerdo bien), si sabía donde quedaba la calle Teatinos. Tenía que llegar al número 180, el Ministerio de Relaciones Exteriores, donde se realizaría, bajo el marco de la duodécima versión del Sanfic, un reconocimiento por su carrera cinematográfica a Paul Schrader, guionista de la clásica Taxi Driver (1976) de Martin Scorsese, y de otras tres de sus obras maestras: Toro salvaje (1980), La última tentación de Cristo (1988) y Vidas al límite (1999). Oh, y también reconocerían a Miguel Littín y Silvio Caiozzi. Pero mi objetivo era Schrader, Schrader, Schrader. Paul Schrader. Rima con Darth Vader, por si acaso.

Bueno, el viejo me contestó que una cuadra a mi izquierda y dos cuadras a mi derecha. No conozco Santiago, así que tenía que confiar nomás. Aún era de día, así que mi vida no corría peligro, con todo lo que sale en las noticias que sucede allá, uy. Además, cuando el talento ya está en Concepción, quién necesita conocer bien la capital, ¿cierto?

Iba en la segunda cuadra, cuando caché que por ahí no era nada la cosa. Me devolví y le pregunté a una señora que caminaba encorvada y de abrigo negro dónde quedaba la calle Teatinos. No mencioné el Ministerio ya que, quizá, no lo conocería. Me orientó mejor que el viejo de los zapatos. No sé por qué a ciertas personas les divierte confundir a otros cuando les piden direcciones. Esa gente está enferma de la cabeza, o es resentida, o ambas. Te va a ir mal, viejo de porquería, vas a ver nomás, peor de lo que ya te va.

Es ridículo lo que le han hecho a la Casa de Gobierno; está todo el perímetro cercado. No entiendo cuál es el punto. Uniformados cuidando la entrada de La Moneda, como si fueran a impedir un segundo bombardeo. Gracias a una certera dirección proporcionada por un carabinero que dirigía el tráfico, llegué al Ministerio.

De las tres puertas dobles, vítreas y de pomos dorados, sólo estaba abierta la última a la izquierda. En la recepción, una carabinera me atendió y llamó a los encargados del evento. Pero no eran del Sanfic, sino de la Cancillería. El canciller Heraldo Muñoz asistiría a la ceremonia y tal vez la presidiría. El evento comenzaba a las 20.00; no podía quedarme, tenía que hacer la entrevista antes, si me dejaban, e irme inmediatamente a Concepción para redactar este artículo. Ellos me contaron que la gente del Sanfic aún no llegaba y que lo más probable era que lo hicieran todos juntos por la entrada principal. Me aconsejaron que, mientras tanto, me fuera a dar una vuelta o esperara ahí. La primera opción era más entretenida.

Me tomé un jugo en un restaurante peruano cerca del Ministerio, cuando recordé que tenía que preparar mis preguntas, y desarrollé siete. Creo que es el número justo para una entrevista breve, ya que Paul no iba a estar pendiente de concederles entrevistas extensas a ningún periodista, dado el contexto íntimo de la ceremonia.

Intenté comprar una de estas libretas pequeñas en un Lápiz López, bien flexibles y que pudiera guardar en mi bolsillo, pero no encontré. Necesitaba algún papel en donde escribir, y lo más cercano al tamaño de una libreta de bolsillo que vi, fue un set de sobres pequeños. Lo compré junto con un lápiz grafito con goma. Me apresuré al Ministerio.

Justo antes de los ascensores, había un matrimonio que recién había entrado a la tercera edad (estaban paraditos, por lo que era fácil de suponer). También iban al homenaje, sin embargo, no aparecían en la lista de invitados, de varias páginas, que sostenía la guardia del piso. Yo tampoco salía en la lista, así que nos anotamos al final y subimos por el ascensor hasta el piso 16, para subir a pie hasta el 17, donde se realizaría el evento. Mientras subíamos, les dije que era de Concepción, a lo que la mujer reaccionó gratamente sorprendida. El caballero, por su parte, me contó que era el guionista de la próxima película de Caiozzi, quien le está afinando los últimos detalles. Me propuso entrevistarlo a él también, pero por el asunto del tiempo, no sabía si podría hacerlo. Intuí que, dada su sencillez, podría ser un hombre muy interesante, con buenas historias que contar. Pero tenía que asegurarme lo de Schrader primero.

Amplias escaleras conducían al penthouse del edificio, que solía ser el Hotel Carrera antes de ser adquirido por la Cancillería en 2004. El salón estaba vacío excepto por un par de encargados de la Cancillería y los DJ’s. Se escuchaba música electrónica, pero de la fome, de cóctel. Les pregunté por Magdalena Browne y Diego Quevedo, con quienes había hablado mi editor el día anterior. Aún no llegaban, pero dijeron que si habían hablado con ellos, pues tenía asegurada la entrevista. Me apoyé en un mueble próximo a los baños y escribí las preguntas fuera de orden en uno de los sobres. Las ensayé hasta memorizarlas, aunque temía que los nervios me colmaran y estropearan mi inglés. Necesitaba preguntas que contextualizaran la visita de Schrader y que lo caracterizaran. Descarté una pregunta sobre John Hinckley Jr. que consideré impertinente dada la ocasión. Ahora me arrepiento. Y tuve que eliminar algunas concernientes a su técnica cinematográfica. Esto es lo que pasa por ser de regiones y disponer de unos cuantos minutos para conocer en profundidad a los grandes del cine.

De pronto, llegó un matrimonio mayor. El hombre era obeso y vestía un terno negro. La mujer era delgadísima y lucía un bellísimo vestido de encaje blanco, y tacos negros. Al presentarse con un supuesto anfitrión, dijeron sus nombres. Eran Paul Schrader y la actriz Mary Beth Hurt, su esposa. Los acompañaba un joven traductor. Me quedé atrás de ellos, pasmado, intentando que alguien me viera para poder hacer la entrevista lo antes posible. Muy pronto llegaron varios de los invitados, incluyendo Diego Quevedo del Sanfic. Le hablé del Diario Concepción y fue a preguntarle a Paul, quien se encontraba en la terraza, si estaba dispuesto a hacer una entrevista. Me advirtió que era un hombre de edad y que tal vez no aceptaría. Resultó que sí, y los nervios se convirtieron en una seguridad como nunca antes la había sentido. De hecho, me sentí tan seguro que luego me sentí ridículo. Saqué de mi bolsillo la hoja y mi teléfono para grabar la entrevista. Me presenté, con toda la challa de que vengo de un diario del sur y admiro mucho su trabajo y blablablá, y empecé la entrevista.

– ¿Cuáles son tus principales fuentes de inspiración? 

-Bueno, pienso que las mismas de todos los demás. Tú sólo vas por la vida y tratas de darle un sentido. Y te mantienes abierto a lo que está sucediendo a tu alrededor, y eso viene de muchas formas. Viene en la forma de la arquitectura, viene en la forma de la gente. Sólo se trata de estar vivo.

-¿Cómo es la ciudad de Nueva York? ¿Una inspiración para ti?

– (Luego de reír un poco por la pregunta, contestó más calmado que con la primera. Se notaba un poco apremiado) Bueno, vivo en Nueva York. Pero para cuando escribí Taxi Driver, vivía en Los Ángeles. Ni siquiera conocía Nueva York tan bien. Sólo la ambienté en Nueva York porque ahí era donde estaban todos los taxis.

– Sabes, La última tentación de Cristo fue prohibida aquí en Chile por dieciséis años.

– Sí, oí eso ayer.

– ¿Alguna vez la controversia te ha hecho querer alejarte de escribir o hacer películas?

– Oh, no, no, no, no, no. No, o sea, parte de lo que haces en las artes es tratar de hacer pensar a la gente, hacer sentir a la gente, y tienes que esperar un poquito de respuestas negativas. Eso pasa, y a veces recibes un montón de respuestas negativas. Pero es mejor recibir respuestas negativas a que nadie lo note.

– Paul, en lo personal, me encantan tus películas porque pienso que ellas retratan verdaderamente las vidas de los hombres. ¿Cuál es tu concepto de la masculinidad?

– Oh… (Se tomó su tiempo antes de responder, luego de aceptar una copa de vino blanco de un garzón) No estoy tan seguro. No es… No es nada…, No es nada, particularmente, noble, ¿sabes? Pienso que los hombres, como las mujeres, siempre están intentando fingirlo, ¿sabes? Fingir tu camino por la vida. Así que no veo, esencialmente, a los hombres tan diferentes de las mujeres. O sea, obviamente, hay tremendas diferencias psicológicas, fisiológicas, pero, básicamente, todos estamos intentando "estafarnos" los unos a los otros.

Ambos reímos.

– Estoy de acuerdo contigo. No alcancé a ver Dog Eat Dog.

– Creo que la mostrarán una vez más, creo.

En el festival la estrenaron y, además, Paul presentó una exhibición de Taxi Driver.

– Sí, no creo que esté aquí para verla. Sin embargo, ¿qué deberíamos esperar de esa película?

– Oh, es muy diferente a todo lo que he hecho. Es completamente asquerosa, y como malvada y muy graciosa, completamente indignante. Es como un filme de crimen post-Tarantino, post-Guy Ritchie. No es nada como lo que he hecho antes.

-Entonces, es muy moderna.

-Sí, sí.

Ese comentario fue muy imbécil de mi parte. Es evidente que no es sólo moderna, sino posmoderna. Habló de Tarantino, por favor. Qué me pasó.

– ¿Qué piensas de las películas que se están haciendo en Hollywood hoy?

– Bueno, Hollywood ya es sólo un nombre. El studio system ya está bien muerto. Los estudios ya tienen nuevos nombres, como Amazon, Google y Netflix. Y la experiencia en salas de cines está muriendo. Aún tenemos salas para filmes que suponen grandes eventos, y los tenemos para cineclubes y cine arte. Pero la noción del multicine y el cine de barrio es una idea muy del siglo XX.

– Pero ¿tienes esperanzas en que las películas se transmitan por Internet?

– Oh, sí, sí, sí, sí, sí. Hice este filme hace tres años, llamado The Canyons. La estrené en y fue diseñada para internet.

– Bien, entonces no tienes problemas con eso.

– No, en absoluto.

– ¿Y qué piensas del Sanfic? ¿Has visto algunas de las otras películas?

– No, no las he visto. Me han mantenido bien ocupado, y hoy fue mi día para ver Santiago, y mañana me voy a la Isla de Pascua.

Schrader es un hombre de ojos azules, mirada penetrante, y una postura que me rememoró al Alfred Hitchcock de los 50, incluso en su forma de mover la boca para hablar. A veces me recordó a Vito Corleone. Y entrega respuestas enigmáticas, como un verdadero escritor.

Volví a ingresar al salón. Me tomé un vaso de jugo de frutilla y, luego, me comí un canapé exquisito, del que no recuerdo bien su sabor, pero habría tomado dos si mi otra mano no hubiese estado ocupada con el jugo. Entre los asistentes, divisé con claridad a Pato Escala y Gabriel Osorio, los realizadores de Historia de un oso (2014), corto animado que predije en febrero ganaría el Óscar. No los saludé porque tenía que irme rápido al terminal. Tampoco pude conversar con el guionista de Caiozzi. Me dio mucha lata. Espero poder encontrármelo de nuevo y entrevistarlo cuando se estrene la película.

Ya en el terminal me acordé de lo que quizá era mi última obligación del día. Mi almuerzo. Estaba muerto de hambre. Eran casi las 21.00 y fui a un mall cercano. En el patio de comidas engullí un Especial Luco, que es un Barros Luco, pero con palta; ya sabes, lo comí para consumir la mayor variedad de nutrientes. A las 21.30 compré mi pasaje de vuelta a Concepción en una línea de bus, digamos, bastante popular, porque era la única que tenía pasajes disponibles a las 22.00. La jornada fue entre patética y heroica. La mejor parte era que el calor del día ya no estaba. Sin embargo, la adrenalina persistía y aumentaba, ya que aún tenía que redactar el texto final. Llegué a casa a las 4.30. Viernes 26/8.

El Sanfic termina hoy.

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