Cultura y Espectáculos

Neruda: Sombras y pocas luces del sexto experimento de Pablo Larraín

Sí, Gnecco lo hace bien. Sí, baja al Nobel del pedestal. Sí, es simpático verlo trenzarse en garabatos con Alessandri y González Videla. En todo lo demás, otra adición a una filmografía de historias pretenciosas, raras y, por qué no decirlo, simplemente feas.

Por: Diario Concepción 14 de Agosto 2016
Fotografía: imagenPrincipal-3789.jpg

Sí, Gnecco lo hace bien. Sí, baja al Nobel del pedestal. Sí, es simpático verlo trenzarse en garabatos con Alessandri y González Videla. En todo lo demás, otra adición a una filmografía de historias pretenciosas, raras y, por qué no decirlo, simplemente feas.
 

Esteban Andaur
Contacto@diarioconcepcion.cl

 

Después de su chispeante colaboración en No (2012), el único filme bueno de Pablo Larraín, el director volvió a reclutar a Luis Gnecco, para que interpretara al poeta chileno ganador del Nobel, en Neruda (2016). Inexplicablemente aclamada en Cannes en mayo pasado, la sexta película de Larraín es otra adición a su filmografía de historias pretenciosas, raras y, por qué no decirlo, simplemente feas. De un corazón feo. No me extrañaría saber que Larraín le hubiera pedido a Gnecco que participara en El club, su desastre de 2015, pero supongo que no estaba disponible: el actor ya estaba bastante ocupado abusando sexualmente de Benjamín Vicuña en Karadima.

Neruda narra la persecución que González Videla emprendió contra el poeta luego de unirse éste al Partido Comunista. Neruda debe huir al sur del país para cruzar a la Argentina, confundiendo su rastro para que un policía, interpretado por Gael García Bernal, no lo encuentre.

Bueno, la película no es original. Esta historia ya se contó en 2014, en un filme de Manuel Basoalto, también llamado Neruda y con José Secall como el poeta. La producción era más barata y con un guión bastante superficial, pero éste no era como el del dramaturgo Guillermo Calderón aquí. Los diálogos de su texto son impenetrables y raros, como si los personajes estuvieran todo el tiempo hablando en clave. De hecho, hablan <<poéticamente>>; para qué, no sé. Es el tipo de diálogos que le corresponden al teatro, el cual no siempre es adaptable al cine.

La personificación de Luis Gnecco es vaga, y más pareciera estar disfrazado del poeta que estar interpretándolo. Quizá porque, lo que de verdad está haciendo, es canalizar en su interpretación a Pablo Larraín disfrazado de Pablo Neruda. Su verdadero personaje es el director de esta película, obsesionado consigo mismo, colmado de éxito, tratando de hacerle saber al resto que es un genio ya que, bueno, no lo es.

Los trabajos de Larraín suelen ser desastres espectaculares, debido a que el director está pegado en su adolescencia, no sólo en su recorrido vital, sino porque en su estilo no ha madurado sus ideas ni su identidad de artista, si es que lo es.

Por ejemplo, ¿por qué hay una escena en que el policía menciona en off a Pinochet y, encima, muestran al dictador? Él es una figura histórica demasiado importante para reducirlo a una anécdota en cualquier filme. ¿Y por qué Larraín insiste tanto en recordarnos la dictadura en todas sus películas? ¿Trata de rectificar algo, o de refregárselo a alguien más? ¿Le compete hacerlo a él?

Larraín se acerca a su público a través de la agresión, imponiéndole una estética caótica, sin ideas claras y carente de emociones, y con una inclinación absurda por el morbo, la fealdad y la ordinariez verbal; lo cual se contrasta con producciones carísimas y fuertes campañas de marketing.

El único estilo visual de Larraín es una fotografía lívida y, aunque encuadre bien a sus personajes y su mundo, no significa que los cuadros sean bellos. De vez en cuando, la cámara enfoca el sol desde varios ángulos, con su luz golpeando directamente el lente, ¿para qué? ¿Cuál es la poesía de tener que importunarme la vista tantas veces? ¿Qué pretende el sol en Neruda?

Aquí hay desenfoques impertinentes, panfocos absurdos, etc. Esta gramática visual no resulta expresiva en un filme que (a) es un desierto de emociones, y en que (b) está todo tan controlado, desde los diálogos pretenciosos, crípticos, hasta los planos, que no representa ningún tipo de fluidez artística. La mezcla de géneros también es abigarrada.

Por ejemplo, está la sátira política, que Larraín no domina del todo; y el cine negro, pero el sombrero gacho era parte de la moda de los 40, no tanto de ese género del cine.

La visión de la sexualidad no es muy compleja en Larraín, por ende, las expresiones del sexo en su cine son limitadas, por no decir malvadas.

La música. Es tan monótona como en El club, como si hubieran reciclado la banda sonora de esta última; tan poco estimulante como dar vuelta un palo de agua por dos horas. Fome. E innecesaria, pues no subraya ningún sentimiento (no hay en Neruda) y cuando es usada, sobra. La melodía es romántica y melancólica, pero me encantaría saber respecto de qué.

El profundo error de Neruda es su incapacidad de ingresar en la sensibilidad del vate. El filme sólo ve sus contradicciones, y si más de la mitad del mundo lo conoce por sus poemas, tenemos una versión hasta falseada del poeta; como si la película eligiera sólo las contradicciones de Neruda, para no ser contradicha, ¡válgame!

El Pablo Neruda más popular en el mundo es el del libro Ardiente paciencia de Antonio Skármeta, autor de la obra de teatro El plebiscito, en la que se basó el No de Larraín. Ese Neruda se sabía genio, y, sin embargo, transmitía un amor por la vida inconmensurable, que se desprende de su poesía. Al final, paga el precio por sus creencias políticas. Este Neruda era como un abuelo genial que bailaba al son de los Beatles. Y era un personaje completo. Larraín no necesitaba entregarnos un abuelito tierno, mas sí un hombre interesante. Como narrador, el director no sabe seducir al público, excitar sus sentidos para enamorarlos de sus relatos o hacerlos cómplices de sus críticas mordaces. No sabe compartir nada.

El Neruda de esta película puede ser panfletario como su poesía política; sin embargo, no posee la pasión de esos textos, ni esa belleza tan conmovedora capaz de desgarrar lo intangible.

Lo que diferencia a los Pablos Neruda y Picasso, de Pablo Larraín, es que este último no sabe comunicarse. Habrá que esperar a que aprenda a amar a sus personajes, para que los asuma en su totalidad y haga un buen trabajo. Y yo no tengo mucha paciencia.

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