Ciencia y Sociedad

Mujeres y consentimiento: presiones y culpas llevan a la vulneración de los límites

ONG Amaranta junto a Avon desarrollaron un estudio este 2021 que hizo una radiografía a la compleja realidad para poner en práctica el consentir en Chile, sumando evidencias que orientan hacia dónde apuntar esfuerzos para luchar contra la violencia de género.

Por: Natalia Quiero 27 de Noviembre 2021
Fotografía: Archivo

Pesa sobre las mujeres, es ignorado por el entorno, permea las diversas relaciones y le atraviesan muchos factores que dan paso a vulneraciones de la integridad. Eso define la realidad que limita poder llevar a la acción el concepto de consentir en Chile, según concluyó el estudio “Análisis narrativo: Consentimiento y sus implicancias en la vida cotidiana”, que realizó Amaranta, ONG nacida en Concepción hace dos años para investigar y concientizar sobre género en torno a distintas aristas, junto a la compañía Avon en su promesa contra la violencia de género.

El trabajo estuvo a cargo de las periodistas egresadas de la Universidad de Concepción (UdeC) y especializadas en género Cecilia Ananías y Karen Vergara, directora de Amaranta y directora del área de Incidencia en la ONG, respectivamente, y sus resultados se revelaron en el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer 2021, que se conmemora cada 25 de noviembre y se dedica el mes a la denuncia, movilización y sensibilización para la erradicación del grave problema social que es la violencia de género.

Cuánto se sabe de consentimiento, cómo se ejerce y cuál es el nivel de respeto a límites o decisiones fueron grandes interrogantes en las que indagó el estudio realizado mediante la aplicación de una encuesta que respondieron 1.045 mujeres de todo Chile, con las regiones Metropolitana, del Biobío y de Valparaíso como las más representadas. De quienes respondieron, 92% se identificó como mujer cisgénero, 7% como persona no binarie y 1% como mujer trans. Participaron mujeres de todas las edades, desde los 13 años, pero la muestra más representativa se concentró en el rango de 25 a 34 años (51%) y 35 a 44 años (casi 21%).

Principales resultados

La encuesta reveló datos tan importantes como alarmantes.

De las más de mil respondientes, 97% dijo conocer en qué consiste el consentimiento, 81% que no se expresa sólo de forma verbal y casi 95% que no sólo se da en relaciones emocionales o sexuales. Pero, las autoras lamentan que sólo 45% declaró que su entorno conoce o entiende este concepto/fenómeno.

Peor que el desconocimiento, y muchas veces consecuencia de este, es que 91% de las encuestadas reconoció haber sufrido vulneraciones a sus límites por parte de amistades, pareja o familiar, en lugares de estudio o trabajo y sitios públicos como calle, transporte o fiestas. Además, casi 68% afirmó que alguna vez demarcó sus límites con alguien y la otra persona no los respetó, y 84% ha tenido que mostrarse más dura o fría ante el resto para “darse a respetar”.

Otro aspecto en el que profundizó el estudio fue el derecho a declinar en el consentimiento y, aunque 64% sabe que puede revocar el permiso a algo a lo que accedió antes, lamentablemente advierten que casi 27% siente que no puede arrepentirse posteriormente. Para las investigadoras no es menos lamentable la conclusión de que 73% tuvo que hacer algo que no quería o con lo que no se sentía a gusto alguna vez y que 85% siente culpa de negarse a acceder a una petición por creer que no tiene una excusa importante o por el vínculo con la persona solicitante. Culpabilidad que genera que 54% de las respondientes declarara haber sentido presión a decir que sí, aunque querían decir no, advierten.

Sentir culpa por negarse a una petición, según revelan las autoras, conlleva una carga emocional que se asocia a tristeza, angustia y hasta llega a niveles importantes de ansiedad o estrés, experimentándose a nivel físico. Así, las respondientes que reconocieron sentirse mal por negarse a una petición, normalmente sienten su pena, nerviosismo o enojo en estómago, pecho, garganta y cabeza. Algunas experimentan tiritones o rigidez en piernas, espalda, hombros y mandíbula e, incluso, una parte dijo sufrir reacciones en la piel y el útero al exponerse a este tipo de situaciones.

Por último, las investigadoras ponen el acento en que la indagación demuestra que los lugares públicos siguen siendo percibidos como hostiles para las mujeres, quienes declaran sentirse inseguras en sitios como calle, transporte público o un bar, incluso, cuando las principales transgresiones a límites ocurrieron en espacios privados y supuestamente seguros como el contexto familiar, laborar o de estudio, según las respuestas. “Esto, a raíz de que se socializa a las mujeres para temer al espacio público y asociarlo como principal lugar donde pueden sufrir violencia sexual”, concluyen.

 

Las dificultades para poder decir “no” como puente hacia la violencia de género

“Análisis narrativo: Consentimiento y sus implicancias en la vida cotidiana” aporta con evidencia actualizada y local que pone alertas sobre problemas que existen en torno al concepto/fenómeno, orientando hacia dónde direccionar los esfuerzos para avanzar en la anhelada meta de erradicar la violencia de género. Una de cada tres mujeres sufre alguna forma de violencia, dicen las cifras oficiales que, lamentablemente, no cuentan a muchos casos desconocidos porque su víctima teme hablar ni se consideran formas de abuso invisibilizados o normalizados como consentir algo con lo que no se está de acuerdo por sentir culpa a decir “no”.

Por eso para Avon, ONG Amaranta y las autoras del trabajo, realizarlo era una necesidad, por la preponderancia del consentimiento en el día a día y su transversalidad pues, aunque suele asociarse directamente con lo sexual y afectivo, trasciende de ello.

El consentimiento atraviesa las relaciones diarias, no sólo con nuestras parejas, también con nuestras familias, amistades o límites que colocamos en el trabajo. Constantemente estamos colocando límites y muchas veces no son respetados”, resalta Cecilia Ananías. “Los límites suelen no ser respetados por personas del entorno más cercano, porque en espacios como el familiar, afectivo o laboral, los límites se desdibujan. Eso es súper complejo de abordar, porque en el momento no te das cuenta que no estás consintiendo algo y que lo estás haciendo por obligación o para que la otra persona no cuestione o no se moleste”, añade Karen Vergara. Y advierten que se relaciona de manera directa con la violencia de género, como puente o forma de ejercerla.

Hay una carga hacia mujeres y disidencias en el consentimiento, porque estamos en una sociedad patriarcal, que muchas veces pone el énfasis de cuidarse en las mujeres: usa la falda más larga, no camines de noche o no viajes sola. Pero, no se hace cargo de los hombres que ejercen violencia. Y está muy ligado a conceptos como la conquista, en que se inculca la idea de que el hombre siempre avance como un juego de estrategia y la mujer vaya rechazando o aceptando”, manifiesta Vergara. Eso pone en la mujer la responsabilidad de consentir.

Y al adentrarse en el concepto/fenómeno del consentimiento como el acto para aceptar una petición, pudiéndose consentir de manera explícita e implícita, con voluntad o sin, se hace patente que respetarlo lleva a tener vínculos sanos e irrespetarlo a ejercer violencia. En efecto, como ejemplo Ananías dice que “la diferencia entre un acto sexual libre y disfrutado con una forma de violencia como el abuso sexual o una violación es el consentimiento”. Además, muchas veces, en relaciones afectivas o sociales, negarse a una petición se asocia a falta de afecto o compromiso, trayendo culpas (propias o del entorno) o conflictos y gatilla dificultades para decir que no.

Estereotipos desde la crianza

La dinámica de la sociedad patriarcal, marcada por el machismo, también se define por las relaciones con asimetría de poder, donde el mayor estatus está en hombres y adultos, plantea la doctora Lucía Saldaña, directora de Equidad de Género y Diversidad de la UdeC, académica del Departamento de Sociología e integrante del Comité Ejecutivo de la Comisión de Igualdad de Género del Cruch.

La doctora en Sociología relata que está muy cimentado que cuando se trata de tomar decisiones que atañen a infantes y adolescentes, sean padres o adultos a cargo los que decidan desde la autoridad, y que desde la infancia y hogar se empiezan a marcar estereotipos de género sexistas. Si se pone el foco en las niñas, su formación desde antaño se ha orientado en que deben ser dulces, complacientes y recatadas porque “calladitas se ven más bonitas”. Así, féminas decididas, opinantes y claras en sus límites, para los que alzan la voz, se tildan de complicadas o conflictivas.

Con todo ese panorama, lamenta la académica, “se han ido perpetuando mecanismos de subordinación desde la familia” y también que “vienen las culpas y el temor al rechazo, a las represalias, a la violencia”. Así, desde niñas, las mujeres están en una posición desigual para decir “no” o que este se respete, lo que lleva a que muchas veces se acceda a cosas con las que no se está a gusto o no se quieren.

¿Qué hacer?

Para las investigadoras es claro que para erradicar la violencia de género, en lo que se ha ido avanzando con grandes logros, a costa de mucho trabajo de las mujeres y vitales impulsos del feminismo, es erradicar la típica socialización que se hace a las mujeres desde su niñez, deconstruyendo estereotipos y donde el concepto/fenómeno del consentimiento es pilar.

Se vuelve crucial sensibilizar lo que significa para que se materialice su ejercicio y respeto. Sobre esto, Lucía Saldaña resalta que “el consentimiento es fundamental en todas las relaciones y ámbitos de la vida, incluso, si se quieren tomar decisiones sobre los hijos hay que consultarles”, y no sólo en las afectivas o sexuales. Desde allí, destaca que hay que concientizar que no sólo se consiente de forma verbal y explícita, que en cualquier momento se puede declinar el consentimiento, que toda persona tiene derecho a poner límites y decir “no” a otra, sin importar el vínculo, quien debe respetar las decisiones y no transgredirlas.

Espacios de visibilización y promoción en escuelas, universidades, trabajos y sociedad en general son cruciales, en lo que la doctora Saldaña pone el acento de acercar “buenas prácticas para erradicar las inadecuadas, irrespetuosas, desconsideradas y vulneratorias para ir cambiando nuestras acciones y así generar un cambio cultural para tener relaciones más respetuosas y eliminar la violencia de género”. Para llegar a ello, el motor es que en la sociedad se materialice el resguardo, respeto y expresión de la igualdad de derechos y dignidad de todas las personas por ser personas, no por su género ni otra condición. Así se construirá una sociedad libre de violencia de género, libre de violencia.

Normativas desde el Estado o instituciones y cambios en la crianza son ejes de acción para la transformación sociocultural. Y Cecilia Ananías cree que, en lo afectivo y/o sexual, la educación sexual integral desde la infancia es clave para relevar al consentimiento y cómo respetarlo para formar personas capaces de mantener vínculos sanos, desde el compañerismo, la equidad y el buen trato.

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