
Señora Directora:
En los últimos meses, la Inteligencia Artificial ha dejado de ser una promesa lejana para convertirse en una herramienta cotidiana que transforma la forma en que vivimos y trabajamos. Sin embargo, la relación entre los usuarios y estas tecnologías ha estado marcada por una mezcla de fascinación y desconfianza. La razón principal: no sabemos cómo piensan las máquinas. Pero esto está empezando a cambiar, y con ello, nuestra percepción sobre ella.
Los últimos modelos de DeepSeek, OpenAI y ahora también Google, han abierto un camino novedoso al mostrarnos, en tiempo real, su proceso de razonamiento. A pesar de los segundos adicionales para una respuesta, permite a los usuarios observar cómo se desglosan preguntas complejas y se construyen soluciones en tiempo real. Este enfoque no solo mejora su precisión, sino que también humaniza la interacción al incluir elementos comunicativos cercanos, como “Hmmm” o “Ajá”. Estas pequeñas señales nos recuerdan cómo pensamos los humanos, generando una empatía inesperada hacia las máquinas.
Sin embargo, ¿Reflejan estas cadenas de pensamiento lo que realmente ocurre en el núcleo de estos modelos? Algunos expertos advierten que podríamos estar cayendo en una “antropomorfización” innecesaria que no aporta valor práctico. A pesar de ello, la capacidad de mostrar un razonamiento estructurado y revisable parece ser un paso crucial para que confiemos más en estas herramientas. El futuro de la IA no solo dependerá de su capacidad técnica, sino también de su habilidad para conectar con nosotros a nivel humano. La empatía y la transparencia serán esenciales para superar las barreras actuales y permitir una adopción más amplia y responsable. Por ello, es fundamental que sigamos viendo desarrollos que prioricen estas cualidades y que fomentemos un debate público informado sobre el impacto ético y social de estas tecnologías.
Fernando Roa