Cuando muere alguien que conocemos -plantea el filósofo Thomas Nagel- lo lamentamos no sólo por nosotros, sino por la persona que muere, porque hoy no puede ver brillar el sol, ni oler el crujiente pan de la tostadora.
En días recientes he debido experimentar la muerte de tres personas que, por diversos motivos, han sido cercanas: el reputado escritor Philip Roth; mi excompañero de colegio, Jorge Soto; y nuestra estudiante de Psicología, Javiera Anacona.
Cada cual falleció en momentos muy distintos de la vida: Philip había dejado hace poco la vejez para adentrarse, con 85 años, en lo que llamaba la vejez profunda; Jorge, con 41 años, se encontraba en la plenitud de la vida laboral, avecindado en México, con su esposa y sus pequeños hijos; Javiera, de apenas 24, estudiaba Psicología y se le abría toda la vida por delante.
Cada muerte, como cada vida, tiene sus particularidades. Los casos de Jorge y Javiera evidencian que en ocasiones la muerte ocurre inesperadamente, producto de una enfermedad fulminante o un accidente trágico. De algún modo, la mayoría de nosotros aspiramos a una muerte durante la vejez profunda, tanto para nosotros como para nuestros seres queridos. Sin embargo, la despiadada experiencia vital se encarga de golpearnos el rostro con el dolor de lo fortuito. Enfrentar el fallecimiento en estos casos supone una dificultad singularmente compleja.
¿Cómo se enfrenta la muerte?
La doctora en Psicología Katherine C. Nordal sugiere conversar sobre la persona fallecida; ayudar a otras personas que también deben sobrellevar esa pérdida; cuidarse a sí mismos, alimentándose y descansando adecuadamente; y aceptar los sentimientos de rabia, dolor y frustración que de manera normal podrían experimentarse.
Ha sido reconfortante ver cómo estudiantes y académicos de Psicología se han organizado estos días para conversar sobre Javiera y recordarla, como amiga y estudiante. Del mismo modo, tras más de dos décadas, me conmueve la preocupación de mis excompañeros por colaborar con la familia de Jorge en lo que viene por delante.
En algún incierto momento del futuro cada uno de nosotros tiene su propia muerte garantizada. Esperemos que quienes entonces nos sobrevivan tengan la fortaleza para aceptar que ya no estaremos más en este mundo, aunque sí en sus recuerdos y conversaciones.
Horacio Salgado Fernández
Director de Psicología
Universidad San Sebastián