Señor Director:
¡No haces nada bien! ¡Siempre es lo mismo contigo! ¡No esperaba otra cosa de ti! Me imagino que a muchos se les apretó el corazón tan sólo con leerlo. En el caso de ser un sí su respuesta, nos muestra la fuerza de las palabras y la resonancia que produce en nosotros.
Es difícil recuperar la autoestima, incluso con la ayuda de otro, en el caso del terapeuta, quien acompaña y se esfuerza por recuperar a esa persona herida, muchas veces replegada muy en la interioridad, protegiéndose de no volver a ser dañada.
La autoestima, de alguna manera es el trato que tenemos con nuestra persona. Una evaluación realista de mis capacidades, miedos, fortalezas y debilidades. Una aceptación de quien soy y cómo puedo desenvolverme en el mundo; una mirada cariñosa y constructiva a lo que soy. Es una especie de muda del trato que tuvieron los padres o figuras significativas con nosotros, esta vez construida desde adentro y en el normal proceso de maduración.
Aquel proceso de maduración no es fácil, sobre todo si entendemos que la vida es dinámica y compleja, que pueden volver a aparecer nuevas heridas o perdernos de nosotros mismos durante un tiempo. Cambiar viejos patrones y modos de relacionarnos tampoco es un proceso fácil, ya que requiere procesar experiencias y decidirse por un encuentro genuino con uno mismo.
Nadie puede invitar a la “casa interna”. Si ésta no nos gusta u está francamente abandonada, se requiere de un trabajo profundo con sentirnos bien con nosotros mismos y aceptar quienes somos, solo así podemos encontrarnos con otros, sin anteponer máscaras o falsas formas de ser. Es una invitación a permitirnos ser en nuestra singularidad y procesar las viejas heridas que dificultan el volver a uno mismo, una decisión hacia la construcción de la propia vida.
José Martín Maturana
Facultad de Ciencias Sociales de la U. Central