Denise Blanchard
Subgerente de Innovación Corporativa
Empresas Iansa
Cuando se habla de innovación, la atención suele centrarse en grandes tecnologías como la inteligencia artificial, la biotecnología o la robótica. Sin embargo, en la agroindustria, la transformación más profunda ocurre lejos de los titulares: en mejoras silenciosas de procesos, en decisiones técnicas cotidianas y en ajustes operativos que sostienen la competitividad del sector. Es una paradoja: lo que menos se ve, es lo que más transforma.
La agroindustria enfrenta márgenes estrechos, alta estacionalidad y una creciente volatilidad climática. En este contexto, innovar dejó de ser una opción y pasó a ser una condición para asegurar continuidad operativa y resiliencia. No se trata solo de crecer, sino de adaptarse y sostener la operación en un entorno cada vez más incierto.
Los avances más relevantes no vienen necesariamente de grandes invenciones, sino de soluciones prácticas: impresión 3D de repuestos para reducir detenciones, digitalización de inventarios, optimización energética y desarrollo de coproductos que aprovechan mejor los recursos. Estas innovaciones nacen de quienes viven los problemas en primera línea, transformando la experiencia operativa en soluciones concretas.
Más que grandes presupuestos, lo que habilita la innovación es la cultura. Espacios para experimentar, tiempo para pensar, liderazgo que respalde el aprendizaje y equipos empoderados para proponer mejoras. Cada microproyecto actúa como una semilla que fortalece la creatividad, reduce el miedo al error y promueve decisiones basadas en datos.
El futuro de la agroindustria será menos espectacular, pero más profundo: una transformación silenciosa, colaborativa y práctica. Por lo que la invitación es clara: mirar lo invisible, reconocer que la innovación no es un departamento sino un comportamiento colectivo, y construir culturas donde todos innoven, no sólo las áreas corporativas.