Hemos visto este titular repetirse trágicamente en los medios de comunicación las últimas semanas, conminándonos a abordar en serio la salud mental, e interpelándonos sobre la forma en la que vivimos y coexistimos. La primavera, símbolo de vida y renovación, se convierte en un espejo doloroso para quienes han perdido el proyecto vital y el sentido de futuro. Además, nos recuerda que lo que sucede en nuestro entorno -especialmente con la naturaleza- nos afecta directa y profundamente.

En Chile, como en otros países, los índices de suicidio se elevan en esta época y nos impulsan a abordar la salud mental ya no como un fenómeno exclusivamente médico, sino como un problema de toda la sociedad.

Desde una perspectiva de derechos humanos, la salud mental debe ser entendida como un proceso atravesado por determinantes sociales, económicos y culturales. Así, el aislamiento, la falta de redes de apoyo o el hacinamiento; el endeudamiento crónico o ambientes laborales violentos; una sociedad que valora la productividad y la autosuficiencia y que estigmatiza la depresión y la señalan como una debilidad, son todos factores que inciden directamente en el bienestar individual y colectivo, y que vulneran el derecho a vivir una vida digna. Esto se agrava aún más en los grupos que históricamente han sido invisibilizados, cuya voz suele no encontrar espacio en los lugares en que se adoptan decisiones: mujeres que viven en zonas rurales, niños y niñas migrantes o pueblos indígenas, solo por mencionar algunos.

Chile ha avanzado en reconocer la salud mental como parte del derecho a la salud, especialmente tras la pandemia. La Ley 21.331 del año 2021, sobre reconocimiento y protección de los derechos de las personas en salud mental fue un paso importante. Sin embargo, aún falta garantizar el acceso universal a tratamientos integrales, fortalecer el enfoque comunitario, y superar la lógica biomédica y hospitalaria.

La depresión estacional nos recuerda que la salud mental está profundamente vinculada a las condiciones sociales, medioambientales, económicas y culturales. Chile debe trabajar en el desarrollo de políticas públicas integrales, de educación emocional y de un enfoque que reconozca que el bienestar psicológico está estrechamente vinculado a las condiciones de vida.

Florencia Alvez Marín
Abogada de la Colectiva Justicia en Derechos Humanos