
La IA debe ser un medio, no un fin. Debe estar a nuestro servicio, no por encima de nosotros. Porque el trabajo no es solo lo que hacemos para vivir: es parte de lo que somos. Nos da propósito, comunidad, dignidad. Nos levanta cada día.
Yhony Camus
Gestor Cultural
Director de Cultura Coronel
Estamos presenciando el punto más alto de nuestra capacidad creadora. La inteligencia artificial generativa, esa voz digital que puede escribir, analizar, dibujar, curar y hasta conversar, nos enfrenta a un espejo que devuelve una imagen poderosa y, al mismo tiempo, inquietante: ¿para qué existimos si podemos ser replicados?
La IA debe ser un medio, no un fin. Debe estar a nuestro servicio, no por encima de nosotros. Porque el trabajo no es solo lo que hacemos para vivir: es parte de lo que somos. Nos da propósito, comunidad, dignidad. Nos levanta cada día. Y si la IA viene a ocupar ese espacio sin una reflexión ética, lo que está en juego no es solo el empleo: es el sentido de la existencia humana.
Un nuevo estudio del Brookings Institution lo deja claro. A diferencia de las olas anteriores de automatización, que reemplazaron tareas manuales y rutinarias, esta nueva tecnología afecta ahora a quienes tienen más estudios, mejores sueldos y trabajan en entornos urbanos. En ciudades como San Francisco en Estados Unidos, el 43% de los trabajadores podría ver transformada la mitad de sus tareas laborales. En todo Estados Unidos, más del 30% de los trabajadores podría ver afectadas al menos la mitad de sus funciones por la IA generativa, y el 85% experimentaría cambios en al menos un 10% de sus labores. Si bien este estudio se basa en la realidad norteamericana, en el mundo global que habitamos, las repercusiones probablemente sean similares en nuestro país.
¿Quiénes están siendo impactados? Programadores, abogados, ingenieros, escritores, periodistas. Gente que no pensó que sus trabajos —hechos de pensamiento, de análisis, de creación— podrían ser automatizados. Pero aquí estamos. Y la pregunta no es si la IA puede hacerlo. La pregunta es si debe hacerlo.
Porque si creamos algo que nos reemplace en lo que somos, entonces, ¿qué sentido tiene seguir existiendo? ¿Quién mantendrá la cadena del consumo, si no hay ingresos? ¿Quién sostendrá el mercado, si no hay trabajo? Y más allá del mercado, ¿quién sostendrá la experiencia de ser humano?
La IA está diseñada para mejorar procesos, para ayudarnos a evitar errores, para apoyar en salud, educación, seguridad. Para eso nació. Para eso debe ser utilizada. Pero nunca —nunca— para desplazarnos del centro de nuestra historia. Ni siquiera para abrir un caramelo.
Porque en todo el universo, no hay ni habrá jamás otro tú. No somos algoritmos. Somos memoria, intuición, contradicción, arte, cuerpo, deseo. Somos la creación más honrada de los dioses, no importa de qué cultura vengamos. Somos, por tanto, irremplazables.
La IA está pasando. Pero no olvidemos por qué existimos. Si no creamos conciencia, si no regulamos con justicia, si no decidimos con ética, esta tecnología puede convertirse no en una aliada, sino en la herramienta de nuestra obsolescencia.