Dr. Ricardo Barra Ríos
Director Centro Eula
Universidad de Concepción

Desde la década de los setenta cada 22 de abril se conmemora el Día de la Tierra, en esta oportunidad con el lema “Invertir en nuestro planeta”.
¿Qué significa este lema en la práctica? ¿Cómo podemos invertir en un mundo asolado por la pandemia y en medio de un período con una profunda crisis social, económica y ambiental?

Este modelo de desarrollo implementado desde la Revolución Industrial sacó a millones de personas de la pobreza trayendo prosperidad y crecimiento, pero también la degradación de los recursos naturales. Esto provocó la crisis asociada al cambio climático, pérdida de biodiversidad, contaminación y degradación ambiental.

Durante mucho tiempo se actuó como si los recursos fueran ilimitados y la naturaleza nos entregase indefinidamente todo, para satisfacer sin límites nuestras cada vez más elevadas demandas. Esto lo constaté cuando en medio de una celebración del Día de la Tierra realizada en Washington DC, nadie prestaba mucha atención a las alarmas sobre el escaso tiempo para cambiar el rumbo y salvar el planeta. Todo ello a pesar de las advertencias de la Cumbre de Río de Janeiro en 1992, sobre la necesidad de mover el modelo de desarrollo hacia la sostenibilidad.

Este último concepto abrazado por todos los participantes de aquella reunión, trajo una nueva mirada de los procesos de desarrollo, manteniendo un balance siempre difícil entre crecimiento económico, equidad social y conservación de nuestro patrimonio ambiental.

Con el correr de los años, nos fuimos dando cuenta de la profunda relación entre nuestro bienestar y la conservación del patrimonio natural. También que en la práctica durante las últimas décadas habíamos estado “mordiendo la mano que nos da de comer”.

El gran cuestionamiento ahora es: si todos estamos tan conscientes de la necesidad de caminar hacia una ruta más sostenible para nuestra sobrevivencia y estabilidad planetaria, ¿por qué no lo hacemos?

Una gran duda es cómo realizamos esta transformación. Para ello se necesitan dos virtudes humanas fundamentales como lo son la colaboración y la necesaria confianza para llevar adelante estas transformaciones. Ambos aspectos lamentablemente escasean en nuestros actuales tomadores de decisiones, como si la crisis ambiental no afectara a nuestra región y país.

El exacerbado individualismo y una mirada poco integrada respecto a la complejidad de la actual crisis, nos hacen cometer muchos errores que finalmente redundan en no tener respuestas. También hace que muchas de las soluciones propuestas solo agudicen la profundidad del problema, dado que no han considerado los efectos no deseados de ellas.

Es entonces que ahora más que nunca necesitamos personas comprometidas con estos procesos de transformación socio ecológica hacia un modelo sostenible, que apoye la circularidad de los procesos. En ello también hay una tarea para las universidades y sus programas de formación, que deben apuntar a promover un entendimiento del mundo contemporáneo con ese énfasis.

Así y solo de esta manera, los profesionales que tendrán que tomar decisiones en el futuro sabrán ponderar la complejidad e interrelaciones entre las crisis, para proponer mejores soluciones en una perspectiva en que todos ganemos.

Ese es entonces el verdadero desafío de invertir en nuestro planeta, en medio de este complejo Siglo XXI.