FLORENCIA ÁLVEZ MARÍN
Abogada Colectiva Justicia en Derechos Humanos
“Me parece un acto incívico”, señaló el piloto español Felipe Bru, refiriéndose a la negativa de privados a que se sacara agua de sus predios para combatir los incendios que desde hace una semana causan estragos en el centro y sur de Chile. Esto, a pesar de la evidente y urgente necesidad de combatir el fuego.
Un acto incívico es lo contrario a un acto que denota civisimo. Y el civismo, de acuerdo a la RAE, consiste en “el comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública”. El término escogido por Felipe Bru da en el clavo, y de paso nos entrega una trágica instantánea de la sociedad chilena.
El negar acceso al agua que las aeronaves requieren para realizar su labor en un momento crítico resulta incomprensible y atentatorio a la vida en sociedad. Constituye el triunfo del individualismo a un nivel que puede incluso conducir a la autodestrucción. Lamentablemente, hechos como este abundan, basta recordar el aumento de precios luego de tragedias, la prohibición de acceso a playas o lugares públicos, o el mal uso de estacionamientos reservados para personas con discapacidad.
La idea generalizada de que lo bueno es aquello que trae beneficios personales o hace sentir bien, y que considera lo comunitario como algo indeseable y perjudicial debe ser erradicada. Como el vecino del incívico acto de negar agua, son muchos los que hoy en Chile comprenden como bueno solo aquello que les genera réditos inmediatos y tangibles, sin considerar que en una sociedad el bien de uno no necesariamente se une al bien de la comunidad.
Existe en Chile un gran vacío en la formación de ciudadanos y ciudadanas. Entenderse como parte de una sociedad, con derechos y obligaciones, no surge espontáneamente a los 18 años, edad en que se adquiere la calidad de ciudadano según la ley. La ciudadanía es algo que debe ser promovido, encauzado y guiado. Se enseña, se aprende, se ejercita.
Como parte de los análisis de la tragedia ocasionada por los incendios forestales, bien harían las autoridades en considerar, y los ciudadanos en exigir, que como un elemento transversal a cualquier política que se adopte, se considere la educación ciudadana, una que permita comprendernos como parte de un todo y construir una sociedad en la que prime la civilidad.