Opinión

La esperanza como motor del proceso constituyente

En un mundo cada día mas amenazado por el cambio climático y la inestabilidad social, económica y política, estos optimistas son un rayo de luz que nos permite soñar un futuro para nuestros hijos y nietos. Estos soñadores nos alejan de la sombra negra de la depresión que tanto daño hace en nuestra cotidianidad.

Por: Diario Concepción 13 de Mayo 2021
Fotografía: Cedida

Javier Fuchslocher
Profesor de Historia y Geografía, candidato constituyente lista Independientes por una Nueva Constitución, Distrito 21

Numerosos estudios han revelado la altísima tasa de enfermedades mentales que nos afectan. La angustia, estrés y depresión se han normalizado como consecuencias lógicas de un estilo de vida basado en la competencia más que en la cooperación, de la desprotección frente al abuso y de la inseguridad permanente ante la pobreza. Todo esto exacerbado por la pandemia de la Covid-19.

Según el “Termómetro de la Salud Mental en Chile ACHS-UC” casi un tercio de la población presenta síntomas de enfermedades mentales y mas de un 46% evidenció síntomas de depresión.

La depresión es un cristal deforme que nos hace percibir la realidad en forma distorsionada, siempre pesimista, siempre negativa, sin esperanza.

Ante la inminente encrucijada constituyente del próximo 15 y 16 de mayo, no faltan quienes evidencian síntomas depresivos. Donde nos dicen que nada va a cambiar, que está todo arreglado, que serán los mismos de siempre los que redactarán una Constitución para los mismos de siempre.

Numerosas candidaturas constituyentes no pasaron de ser meramente testimoniales, sólo los más convencidos o testarudos siguieron en carrera.

Esto a pesar, de que algunos medios de comunicación masivos han sido un reflejo de la desigualdad, donde los rostros conocidos, cercanos al poder o la farándula, se han hecho más visibles.

Asimismo, el acceso desigual al financiamiento se expresa en las bandadas de “palomas” multicolores que afean nuestras calles y en los “voluntarios pagados”. Siempre los mismos, los que nunca han tenido problemas de acceso a la salud, educación, trabajo o pensiones, aseguran tener las recetas mágicas para superar nuestras angustia.

Por otra parte, están los optimistas. Los que están temprano en la fila del consultorio o el banco, entregando sus modestas cartillas y conversando con la gente sobre sus realidades y problemas. Generalmente son candidatos independientes, sin más plata en el bolsillo que la que tenemos usted o yo, pero con una fe inquebrantable en que aún podemos tomar nuestras propias decisiones, en que podemos escribir nuestro futuro. Esos que hablan de cooperación y solidaridad, el bien común y la generosidad.

Algunos se burlan de ellos, los tratan de ingenuos, infantiles o poco aterrizados. Yo creo lo contrario.

En un mundo cada día mas amenazado por el cambio climático y la inestabilidad social, económica y política, estos optimistas son un rayo de luz que nos permite soñar un futuro para nuestros hijos y nietos. Estos soñadores nos alejan de la sombra negra de la depresión que tanto daño hace en nuestra cotidianidad.

Porque si no existieran los optimistas, David ni siquiera se hubiera agachado a recoger la piedra que puso en su honda y que escribió la historia de los humildes que derrotaron al poder.

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