Opinión

De peste y crecimiento

¿Se puede decidir sin más quien muere y quien no dignamente?

Por: Diario Concepción 08 de Abril 2020
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado, magíster en Filosofía Moral

¿Se puede decidir sin más quien muere y quien no dignamente? Hay quienes ven en la muerte por una epidemia un fenómeno natural que no nos puede impedir seguir produciendo. Pregonan que siempre han muerto seres humanos y que esta peste no es lo suficientemente significativa para paralizarnos por completo. La diferencia es que ahora la vemos. Más que nunca podemos constatar su presencia por todas partes. La resignación sería lo mejor, así no nos morimos de otra cosa por no producir.

Pero esa es la gran diferencia: Ahora lo sabemos y podemos tratar de hacer lo posible por evitarlo. ¿Sería lícito dejar que se propague el virus de manera silenciosa sin hacerle frente por tener que ser rentables? Me parece a mí que no. Esto sería exponer a los que se encuentran en más condiciones de riesgo, que generalmente no son los que sustentan estas ideas, sino los que trabajan para ellos. Sería, otra vez, segregar entre los que tienen que desempeñarse para sobrevivir y no perder sus trabajos y los que están en condiciones de tomar los resguardos que les impida contagiarse. Reconocer en unos más dignidad humana que en otros, sólo por su posición social. Dejarle vía libre al virus, porque así ha sido siempre, así es la naturaleza y es mejor aceptarlo para que los más fuertes adquieran los anticuerpos necesarios para seguir adelante me parece algo así como asumir la naturalidad en la desigualdad, la pobreza y las diferencias sociales, sin hacer nada por superarlas. Mejor aprovecharse de las desventajas de algunos como una oportunidad para los otros.

Ciertamente el sufrimiento y la degradación no pueden ser considerados como dignos. Según Alain Badiou: “La ética se encuentra aquí en la encrucijada de dos pulsiones que no son sino aparentemente contradictorias: al definir al ser humano por el no-Mal, luego por la “felicidad” y la vida, está a la vez fascinada por la muerte y es incapaz de inscribirla en su pensamiento. El saldo de este balance es la transformación de la muerte misma en un espectáculo lo más discreto posible, en una desaparición de la cual los vivos tienen el derecho de esperar que no derogará sus hábitos, irreales, de satisfacción sin concepto.

Por lo tanto, el discurso ético es a la vez fatalista y resueltamente no trágico: “dejar hacer” a la muerte, sin oponerle lo Inmortal de su resistencia”. Así, se confunde vida digna, con vida productiva, asimilándose a los que son un costo con una carga que vale la pena lanzar por la borda para justificar que la máquina siga funcionando, aunque sus engranajes se llenen de la sangre y las entrañas de los prescindibles. ¡Todo sea por el bendito crecimiento económico!

Etiquetas