Opinión

Un acuerdo por la democracia, la paz y la libertad

Primero hagamos el debate de contenidos, con responsabilidad, y luego veamos cuál es el mecanismo más adecuado.

Por: Diario Concepción 14 de Febrero 2020
Fotografía: Diario Concepción

Augusto Parra
Presidente de la Fundación República en Marcha

El gran desafío de fortalecer la democracia liberal y representativa, como factor de progreso sin precedentes en la historia de la humanidad, e ir disipando las amenazas que se ciernen sobre ella, en el contexto de deterioro de credibilidad y confianza interpersonales e institucionales, marcadas por el abuso, la corrupción y la concentración de poder. Ello en diversas instituciones y en las instituciones políticas y democráticas, que muchas veces se ven sobrepasadas a la hora de ofrecer respuestas a demandas y anhelos de la ciudadanía, lo que deriva en una pérdida de valor de la democracia y en muchos casos devienen en respuestas que viran y tienden hacia populismos de izquierda o nacionalistas de extrema derecha.

Se exige monitorear, actualizar, corregir e implementar estrategias y desarrollar programas y agendas para devolver credibilidad, dignidad y prestancia a la acción pública. Un ejemplo es la modernización del Estado, agendas que estimulen la transparencia, el control social, que combatan la corrupción, que perfeccionen el sistema político y que entreguen respuestas acertadas a las transformaciones sociales en un contexto de cambios disruptivos.

Bodenheimer, en su teoría pura del derecho, decía que el poder es como el gas: fluye hasta donde los límites lo permiten. La estructura del Estado y el ordenamiento jurídico, cual cañería, encausan ese gas en una dirección estratégica en función de los objetivos y fines del Estado. Pero las cañerías con el tiempo se corroen o corrompen, el gas se fuga y, es preciso, reparar o sustituir esas cañerías, para asegurar el poder se conduzca hacia los fines supremos del Estado.

Las instituciones políticas han dejado de observar los fines del Estado de la mano del deterioro o la pérdida de las ideologías, en virtud de lo que en algún minuto pareció el fin de la historia como sugiriera Fukuyama en la década de los 90.

Rememorando a Bodenheimer, y de cara al debate constitucional para el plebiscito de abril, parece necesario en el siglo XXI superar las lógicas de un Estado omnipresente que asfixie la libertad, en un despertar de nuevas ideologías para nuevos paradigmas que refunden las ideas de la república en cuanto casa común e inclusiva. Con un estado que conduzca el poder hacia el bien común y que limite las tentaciones de corrupción, de abuso, de concentración, colusión y arbitrariedad, que sea garante de ese anhelado reencuentro con el bien común. Primero hagamos el debate de contenidos, con responsabilidad, y luego veamos cuál es el mecanismo más adecuado. Votando en conciencia, libre e informadamente, podremos dar pasos en la línea de legitimar un camino a la paz y el progreso.

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