Opinión

Del hombre-Dios

El hombre-Dios usa como disimulada propaganda, para acrecentar sus adeptos, los conceptos de individuo libre, derechos, incluso el autocuidado.

Por: Diario Concepción 09 de Octubre 2019
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado, doctor en Derecho

El hombre-Dios es quien ha tomado la decisión de suplantar como un Dios. Su especialidad consiste en tomar y usar los conceptos de lo bueno y verdadero para después corromperlos de manera tal que, al fin y al cabo, se produce la paradoja que, ante la constatación posterior del fraude, los demás caen en la desesperanza que los conduce a creer que tales términos ya no existen. Que se han burlado de ellos todo el tiempo, haciéndolos creer en tales valores como vigentes.

La frase bíblica dice que “el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios”. El hombre-Dios odia esta expresión, ya que no concibe la existencia de nada superior a él en el universo. Menos la Naturaleza, que no pasa a ser más que un medio para enriquecerse a costa de su depravada explotación.

El hombre-Dios detesta a cualquier Dios, aunque concurra a todo tipo de ceremonias o rituales para exhibirse de manera hipócrita ante los otros, ocultando su ambición ruin tras un disfraz de creyente, que puede incluso tenerlo por el más fanático de los religiosos. Él quiere tomar el lugar de un Dios, para que se diga que el ser humano fue creado a su propia imagen y semejanza. Puede llegar a transformar religiones que en la letra se fundan en el amor para hacerlas religiones de poder.

El hombre-Dios usa como disimulada propaganda para acrecentar sus adeptos, los conceptos de individuo libre, derechos, incluso el autocuidado, que cautivan al tratarse de un lenguaje que todos quieren percibir como propios. Se pretende mostrar la democracia como el régimen en que cada uno hace lo que quiere y que no hay deberes. Es decir, hacer del término un producto para el consumo de masas, cuando lo que más se requiere para sostener un régimen de estas características es asumir y cumplir responsabilidades e intentar vivir las virtudes y no sólo escupir palabras que las invoquen.

Muchas veces un sólo acto consecuente llevado a cabo en silencio vale más que miles de discursos repletos de retórica moral, pero vacías en cuanto práctica social del individuo que las emite. El judaísmo enseña que Dios no es un ídolo, sino más bien “Otro”, que si no existe habría que inventarlo, ya que permite evitar los delirios del ser humano respecto de sí mismo.

Como ha venido retrocediendo toda idea respecto de la existencia de un ser superior, muchos piensan que el ser humano lo puede explicar todo, creyéndose un Dios, que se cree ilimitado y capaz de solucionarlo y controlarlo todo. Podemos ser las víctimas del hombre-Dios y para evitarlo tal vez debemos superar la ingenuidad de creer que el ser humano es infalible y asumir el error como una parte esencial de nuestras vidas.

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